Arquitecto de formación y diseñador de interiores, Roberto Paparkone (Castellammare di Stabia, Nápoles, 1971) llegó a Mallorca hace ocho años. Este italiano, nacionalizado ya español, ha vivido en su país natal, en Rotterdam, San Sebastián y Barcelona, pero fue en la Isla donde todas las piezas que dan forma a su vida terminaron de encajar. Primero comenzó a trabajar como diseñador de interiores de una cadena hotelera, pero luego decidió saltar al vacío sin red, ser su propio jefe y dedicarse a lo que le pedía el cuerpo, la cerámica. Sin duda, fue todo un acierto. «Siempre he intentado llevar mi ética personal al trabajo, y muchas veces chocaba con la realidad. Llegó un momento en el que no me quería morir rico y pobre por dentro», afirma el italiano. Dicho y hecho. Tocaba dar un giro de 180 grados a su vida.
Estudió Arquitectura para escapar de los deseos de sus progenitores, que querían que fuera médico o abogado; dos carreras imposibles para un hombre creativo desde la cuna, enamorado de la naturaleza y su Mediterráneo natal. En la facultad se topó con la dura realidad y la falta de motivación; solo fue capaz de recuperarla durante su estancia de Erasmus en los Países Bajos: «Allí me enamoré de la Arquitectura. Me enseñaron otra manera de estudiar y de aprender. Me reconcilié con la universidad y me dije ‘no, no lo voy a dejar'», afirma Paparkone.
Tras pasar unos años en San Sebastián, donde llegó a realizar su tesis sobre la arqueología industrial en el País Vasco, se instaló en Barcelona, donde fundó junto a un socio su propio estudio de diseño de interiores. Quince años después decidió empezar de nuevo y trasladarse a Mallorca. Paparkone tiene una pequeña tienda en la calle Sant Feliu de Palma, donde expone y vende sus piezas, únicas, bellísimas, en las que conjuga diseño, plasticidad y su amor por el Mediterráneo. Enamoran tanto a residentes como a turistas. El año pasado, por ejemplo, una visitante se encaprichó de sus piezas y le encargó una vajilla para su casa de Emiratos Árabes.
Las crea y da forma en su taller de Plaza Serralta, donde también imparte clases. Ahora es profesor, hace unos años fue alumno. Así llegó a la cerámica, un regalo de cumpleaños de un mes con la artista japonesa Misako Homma cuando residía en Barcelona. Todavía conserva las primeras piezas que elaboró: dos tazas de te hechas a mano. Le costó un mes finalizarlas. El flechazo entre Roberto Paparkone y la cerámica fue instantáneo. Se convirtió primero en un hobby, luego en su forma de ganarse la vida. En Mallorca, por ejemplo, también fue alumno de la escuela de cerámica de Pórtol. «Fue en la Isla donde empecé a tomármelo más en serio. Trabajaba en casa cada día un poco más... fue todo muy orgánico», explica.
Amante de la cerámica y de toda la artesanía en general, añade que «creo en la importancia de los productos hechos a mano para concienciar a las personas en el respeto al medioambiente y a no consumir compulsivamente». Por eso es importante saber de dónde vienen las cosas, cómo, dónde y quién las produce. Pero lo que destaca de sus piezas es que son ‘juguetonas', porque el ceramista recalca que «me encanta jugar con mis obras. La gente guarda los jarrones cuando no tiene flores que poner dentro, yo me he empeñado en sacarlos del armario. Mis piezas puedes apilarlas, cambiar su función. Tú eliges lo que quieres hacer con ellas».