Cuántos caminos se pueden abrir al echar la vista atrás. «He entrado en la cerámica sin darme cuenta. En realidad, siempre estuve dentro. Mi infancia discurrió en una casa de campo en Son Anglada, entre cientos de cuadros, libros e instrumentos musicales. Crecí dentro del taller de cerámica de mis padres, entre hornos. Aprendí ese lenguaje sin darme cuenta. Si me enseñan sus piezas puedo decir quién la hizo: conozco sus manos, sus pequeñas desviaciones», afirma Alejandro Clavo (Palma, 1963) que, tras una vida dedicada a la dirección de arte y la fotografía, hoy continúa con el legado familiar.
Sus padres, los ceramistas Maria Luisa González y Vicente Clavo, llegaron a Mallorca en los 60. Quizá desconozcan sus nombres. Difícilmente ocurra lo mismo con su obra, muy presente en la Isla en Cala Fornells y en el Port d'Andratx, y distribuida por países de todo el planeta. «Realizo una búsqueda cada seis meses y encuentro obra artística de mi padre en subastas de todo el mundo».
«Mis padres eran grandes amigos del arquitecto Pedro Otzoup, que trabajó mucho en esta zona. Cada casa que hacía Otzoup contaba con una placa o un mural de mi padre. Si el arquitecto le pedía un mural interior a mi padre, se negaba, le parecía poca cosa. Mi padre falleció en 1993, y entonces mi madre siguió con la cerámica. A ella, que lo dejó hace dos años, sí le ayudé más, por eso me considero la tercera generación», expresa Clavo.
Además de continuar con el estilo de cerámica que hacían sus padres, Clavo sigue distintas líneas de creación, sus propios caminos de experimentación, como aquellos murales interiores que su padre rechazaba y que pueden embellecer baños y cocinas; murales de corte contemporáneo, con un lenguaje actualizado; piezas únicas, modeladas a mano, de arcilla negra cocida y trabajadas a tres fuegos, o utillería para gastronomía de alta cocina.
Hoy la cerámica es un arte popularizado, que ha resurgido de entre sus cenizas. «Hace 20 años la cerámica no estaba muy bien vista, era como la zarzuela a la ópera, parecía de género menor. Sin embargo, en la última década se ha recuperado. Todo es cíclico. Hoy me llaman los hijos de clientes de mis padres preguntando si todavía hacemos cerámica», sostiene Clavo quien, por otro lado, no está de acuerdo con la imagen romántica que habitualmente se muestra de este arte. «Esa imagen bucólico-pastoril de la cerámica, en la que todo es calma y sosiego, es falsa. Puede ser cierta cuando no tienes un compromiso con ella, o cuando no tienes que entregar un mural en una semana, pero yo no la vivo así», concluye el ceramista.