Hasta principios de esta semana ha estado en Palma Martín Kremenchuzky, argentino, ingeniero, con discapacidad –no ve y apenas oye– y deportista, gran deportista, mejor. Porque vean: es el primer argentino ciego en completar un Ironman, el único sordo-ciego en el mundo en completar una prueba Ironman, y el único ironman con discapacidad que lo ha hecho en todos los continentes del planeta (en Europa, el de Barcelona; en América, el de Cozumel (México), y el de Florianápolis (Brasil); en África, el de Puerto Elizabeth (Sudáfrica); en Nueva Zelanda, el de Tanco; y en Asia, el de Tiberia (Israel).
¿Que qué es una Ironman? Posiblemente una de las pruebas atlética más duras del mundo, pues supone nadar 3.800 metros en aguas abiertas, a continuación –y sin descanso–, subirse a una bicicleta y pedalear, sin parar, durante 180 kilómetros, y finalizar –también sin tomarse ningún respiro– corriendo 42 km. Martín Kremenchuzky completa las tres carreras en unas 12 horas, cinco menos del tiempo que se da para hacerlas.
En Mallorca corrió hace unos días una media Ironman. Y el domingo hablamos con él. Vestía pantalón corto y camiseta, y nos esperaba, con su esposa, en la terraza del hotel donde se hospeda, el Catalonia, teniendo en frente de nosotros una de las más bellas vistas sobre la bahía, presidida por la Seu. Y encima hacía sol y la temperatura era de lo más agradable. En ningún momento se desprendió del bastón blanco plegable.
«Entreno seis días por semana»
«Naturalmente, al ser invidente –señala Martín–, hago la prueba con un guía al que voy unido con una cuerda en el agua… Aunque, últimamente en el agua voy suelto… Y creo, además, que soy el único. También vamos unidos en la carrera de los 180 km, mientras que en la ciclista usamos una bicicleta tándem. Naturalmente, no siempre llevamos el mismo guía, pero siempre el guía está preparado para hacer toda la prueba hasta el final. Al menos los que vienen conmigo tienen mi misma aptitud física y deseos de ganar».
Martín, que es ingeniero, y a punto de cumplir los 50 años, cuenta que quedó ciego hace 15, a causa de un síndrome que le afecto a la vista y en gran parte al oído. Y desde hace diez años corre. Para llegar a lo que es hoy en el mundo de las pruebas de superfondo, ha tenido que ir por etapas, primero en carreras largas, luego en carreras de montaña, más tarde en remo adaptado (fue seleccionado argentino en esta modalidad), y últimamente en Ironman, tras haber pasado por el triatlón, donde se mantiene a un gran nivel. ¿Que si recibe alguna subvención o ayuda por parte del gobierno argentino? «Pues no, nada. No recibo nada del Estado, solo tengo el apoyo de marcas y patrocinadores, como el BIND, o Banco Industrial. También he conseguido apoyos a través de entrevistas y haciendo paracaidismo».
Hace unos años le propusieron ser paralímpico, «pero no acepté, ya que por una parte, si les decía que sí, tenía que sacrificar familia, trabajo y deporte para dedicarme por entero al programa paralímpico, y por otra, aceptar significaba tener que luchar cada día por alcanzar, y luego superar, una marca. Y como no me convenció lo que me esperaba, dije que no, para continuar haciendo lo que hacía, y sigo haciendo, Ironman, que dentro del deporte es mi mejor terapia para salir adelante. Si lo que hago sirve para ayudar a otros, me doy por satisfecho. Naturalmente, para ello sigo entrenando seis días por semana, alternando los entrenamientos con mi trabajo de ingeniero y con los viajes que hago, dando conferencias, lo cual, a veces, no me permite entrenar como quisiera».
Habiendo mejorado los tiempos y corrido los Ironman en todos los continentes, no sabe lo que será lo que él llama «mi próxima locura, pero seguro que la habrá, procurando, eso sí, superarla con un tiempo digno». Ya, para finalizar, le preguntamos en qué piensa cuando, por ejemplo, va nadando 3.800 metros en mar abierto. «Si no es para mejorar mi marca, en cualquier cosa. Si trato de mejorarla, mantengo el ritmo y voy contando las brazadas que doy: son 27 por cada cien metros».