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«Y así me convierto en observador de mis obras»

Emilio Brea, el escultor que deja su obra en la calle para ver cómo reacciona la gente

A su modo, Emilio quiso rendir un homenaje a médicos, enfermeros y demás personal de clínicas y hospitales por lo mucho que hicieron en favor de la ciudadanía en general en tiempos de la pandemia. | Click

| Palma |

Emilio Brea es escultor, de Esporles, aunque tiene su estudio en la calle Danús, 3, de Palma, en el primer piso. ‘Comerciants de núvols', lo llaman, y lo comparte con otros artistas, escultores y pintores. En realidad, el espacio no es muy grande, pero caben todos, y por lo que vemos, no se sienten agobiados en él, tal vez porque el artista en general tiene una gran capacidad de abstraerse en lo suyo olvidándose de cuanto ocurre a su alrededor. Por otra parte, nunca se sienten solos. De él nos habló la pintora Belén Escutia, quien también comparte espacio. «Pásate un día, habla con él, y ves lo que hace. Te sorprenderá».

Y así lo hicimos. Fuimos, vimos, y nos gustó lo que hacía, sobre todo por qué y cómo lo hacía. Veamos, pues. Emilio Brea, que cree que su público está entre la gente de los 30 y pico de años, hace sus esculturas con papel, cartón, hierro y madera. Para ello, sigue una serie de pasos, empezando por el boceto de la obra, y terminando por el montaje, pasando por la maqueta, el escaneo, el redimensionamiento y el corte a láser.

«Mi intención es que mi trabajo me lleve a hacer la escultura de gran tamaño… ¡Qué se yo! Me gustaría una escultura, de ciertas dimensiones, claro, para colocar en una calle o en una plaza». Al preguntarle si trabaja para galerías, responde que, generalmente, no, razonando su respuesta: «Hoy, el mundo del Arte tiende a estar más cerca del publicista que del galerista. Por ello, el artista debe de meterse en las redes sociales, mostrando a través de ellas sus trabajos. Y es que esa es la forma más rápida de llegar al público».

Y tiene razón en lo que dice, pues hoy a las exposiciones, por lo que vemos, acuden casi siempre las mismas personas, que se toman una copa –y si hay canapés, no los desprecian–, se hacen unas fotos, la mayoría de las veces poniéndose delante de la obra, charlan con unos y otros y se marchan. Solo unos pocos se fijan en los cuadros o en las esculturas, y casi nadie compra ni de lo uno ni de lo otro. Y encima el artista debe de pagar a la galería. Naturalmente, hay excepciones…

Sacar las esculturas a la calle

Volviendo a Emilio, otra de las cosas que a veces suele hacer es colocar algunas de sus obras en determinados lugares de Palma. De hecho, cuando fuimos a verle, vimos que delante de la puerta de ‘Comerciants de núvols', había una de ellas, sentada junto a una ventana, en la que predominaban los tonos azules verdosos con el rosa.

«Cuando las instalo en calles y plazas, las dejo en ellas durante tres o cuatro días. Y dejo a su lado rotuladores y pinturas de colores distintos, para que quien quiera pinte en ellas lo que les plazca. A las esculturas no las vigilo, sino que las dejo ahí, para ver cómo reacciona la gente. ¿Y qué suele pasar…? Pues que el paseante, a veces, pintándola, se convierte en coautor de mi obra, mientras que yo me transformo en espectador de mi propia obra. ¿Que si las destruyen…? Pocas veces… Hay alguna excepción, pero por norma general las respetan. Porque que yo recuerde… Bueno, sí, una vez a una le arrancaron la cabeza tirándola por ahí… Yo, desde luego, si alguien hace algo contra alguna de mis obras que dejo en la calle, no lo denuncio. ¿Para qué...?».

La escultura de la COVID

De momento, Emilio ha expuesto en Barcelona y tres veces en Berlín, donde ha notado que, en general, hay más nivel entre el público que asiste a las exposiciones. «¿Que cómo llevo la obra cuando viajo a estas ciudades, a exponer? Como son desmontables, las desmonto, guardo las piezas en la maleta y cuando llego al lugar, las monto de nuevo. No hay ningún problema en eso».

Emilio también toca temas sociales con sus esculturas. Lo intuimos al ver en su estudio, junto a la mesa de trabajo sobre la cual se alinean unas cuantas representaciones de personas en tamaño reducido, como un enfermero, un poco más baja que la estatura estándar, en cuya capucha y bata blanca se ven manchas rojas, que simbolizan la sangre, y figuras semejantes a microbios causantes de virus, en este caso de la COVID, «pues dicha escultura –señala– fue creada para focalizar el trabajo de los enfermeros y doctores durante la pandemia».

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