Alina Poloboc es una pintora, nacida en Moldavia, más exactamente en Transnistria, un territorio entre Moldavia y Ucrania, donde fue soldado y trabajó en la televisión, formando parte de la denominada clase social alta, y, en la actualidad, es residente en Miami. Antes de establecerse en esta ciudad, vivió en Italia y luego, durante unos años, en Palma. El motivo de regresar a la Isla es porque aquí vive su madre.
«A poco de estallar la guerra entre Rusia y Ucrania, como mi madre vivía en Chisináu, capital de Moldavia, país fronterizo con Ucrania, decidí viajar desde Estados Unidos, sacarla de allí y llevarla a la casa que tengo en Palma, donde, tras encontrarle un trabajo y pagarle un seguro, está viviendo en la actualidad, por lo cual yo me quedo más tranquila. Porque seguir viviendo en mi país, es un peligro, tanto que según me cuentan mis amigos de Ucrania, todos los que pueden están con las maletas hechas para salir. Me refiero a gente joven, porque los viejos prefieren seguir viviendo allí pese a que la guerra sigue su curso».
La guerra y los inocentes
De la guerra no quiere hablar mucho, aunque piensa que «puede durar más tiempo de lo que nos imaginamos. Y siempre van a pagar los inocentes. Por eso le pediría a los políticos de, sobre todo, Rusia, Ucrania, la OTAN, la Unión Europea y Estados Unidos, que son los responsables de esta guerra –que desde sus despachos o caminando sobre la moqueta de sus parlamentos, vestidos con ropa y calzado caro, la ven muy lejos– en vez de visitar al presidente ucraniano, darle ánimos y enviarle armas, y después colocar flores frente a los muros que recuerdan a los caídos, se pusieran el casco, cogieran el fusil y se fueran al frente durante una semana. Seguro que ninguno iría. Seguro que se pararía la guerra».
Cuenta también que la guerra «ha afectado a todo el mundo, y todos estamos de alguna manera pagando sus consecuencias», y que los rusos que viven en Miami, «están bien considerados, entre otras cosas porque no están de acuerdo conque su país haya invadido a otro».
Sentados en una terraza frente a Cort, y habiendo aparcado la guerra, hablamos de ella, de su oficio como pintora y de los cambios, entre ellos dos fundamentales, que ha tenido que hacer en ella al trasladarse de país.
Metiéndose ya en el futuro
«Me fui de Mallorca, no por la Isla, que es maravillosa, ni por su gente, entre la que tengo grandes amigos, sino por mi trabajo: aquí, de un tiempo a esta parte, todo es igual. A las exposiciones siempre asisten los mismos, personas que no van a comprar obras, sino a estar. Por eso decidí cambiar. Y no cambiar de estudio, sino de país, como había hecho años anteriores, que me vine de Italia a Mallorca porque allí tampoco vi futuro. Y una vez en Miami, me hice un recorrido por las galerías, importantes y no tan importantes, y vi que nada de lo que veía en ellas tenía que ver con lo que yo hacía. Comprendí que lo que valía, que lo que quería la gente, era color y la extravagancia. Nada de cuadros trabajados, sino cuadros con muchos colores, o lo que es lo mismo, cuadros con alegría y color. Por eso me cambié al color y a la extravagancia. Y como mi próximo destino es Japón, de hecho estoy aprendiendo el japonés –ella habla rumano, ruso, italiano, español, inglés, francés, y se defiende en alemán y en japonés–, me he metido en lo que dominará el futuro, la animación en 3D y la inteligencia artificial, pues, sintiéndolo mucho…
Porque a lo mejor me equivoco, pero pienso, por lo que veo, que la tela, como soporte de la pintura, no va a existir siempre, y que su lugar lo van a ocupar, de hecho lo está ocupando ya, el llamado NFT, que es el sistema más seguro para que nadie pueda copiar un cuadro físico, ya que te introduces en la realidad virtual, y puede ser comprado por cualquier persona del mundo a través de ordenador, y que luego puede ver, ya bien proyectándolo en una pared de su casa, o haciendo una copia y papel, enmarcarla y colgarla en el salón de tu vivienda, o, con el tiempo, venderla, también virtualmente, a un precio superior del que la has comprado.
Igualmente, a través de este sistema, te pueden comprar la obra física, hecha sobre tela, cartón o papel –ante nuestra cara de asombro, sigue contando…– Sí, es un mundo que llega de pronto y en el que te tienes que meter. Has de probar, has de apostar por él. Sí, qué duda cabe que muchos artistas no entienden que estamos ya en el futuro, pero también los hay que están convencidos de que ya hemos aterrizado en él. Incluso en Palma, hay galerías que están vendiendo obras a través de este medio. Es lo que se llama metaverso, palabra a la que nos tendremos que ir acostumbrando a escuchar de ahora en adelante, no solo en el campo del arte sino en otros muchos campos». Alina, que regresará a Miami en unos días, antes de viajar a Japón, que será en 2024 –posiblemente su tercer cambio– tiene en marcha otros dos proyectos: a no mucho tardar, una exposición en Los Ángeles, y otra, a finales de año, en Nueva York».