Guilherme Tarouquela es brasileño, de Río de Janeiro, pero vive en Mallorca desde 2001, trabajando en la actualidad como fotógrafo de bodas, bautizos y comuniones, y también en cualquier evento para el que le contraten. Guilherme acaba de publicar un libro, El viaje de un americano, autobiográfico, de 62 páginas y 55 capítulos, en el que cuenta su vida. Se puede encontraren Amazón (versión digital y en papel).
Los peligros de la favela
¿Qué tiene de particular la vida de este hombre, nacido en Italva, a seis horas de Río? Pues muchas cosas, entre otras –según cuenta él mismo–, porque «este libro cuenta la historia real de un niño americano que vivió en las favelas de Río de Janeiro y todas las situaciones que tuvo que pasar y superar a lo largo de su vida. Una historia de aventura, superación, coraje y determinación concluyendo con… Acompáñanos en este gran viaje que seguro te gustará».
«Mi madre nos abandonó cuando yo era un niño, y encima con mi padre empecé a tener diferencias –nos cuenta, sentados en la terraza del Zaguán–. Por ello, a los 9 años, harto de aguantar aquella situación, me largué de casa. Quería ir a Río de Janeiro, al sueño carioca, pero el billete costaba dinero y yo no lo tenía, así que vendí la tele en blanco y negro que teníamos. Compré el billete y me fui a Río, donde estuve viviendo en varias favelas, lugares no muy recomendables por lo peligrosos que son. Viví en las de Jordao, Rosinha, Ciudad de Dios… En esta alquilé una chabola por cincuenta reales al mes, que equivalen a 15 euros de aquel entonces, en la que me cobijé. Como a los 9 años medía 1,70, pasaba por más mayor, y como tenía mucha fuerza, no tuve problemas para encontrar trabajo como peón de albañil, para arreglar calles. Luego, en Jordao, pasé a trabajar en una panadería. Para llegar a ella a tiempo, me levantaba a las tres de la madrugada, y a pie, y a veces corriendo, me iba al trabajo, en más de una ocasión pisando cuerpos esparcidos por el suelo, sin pararme nunca a verlos, o a saber si estaban allí por estar drogados, borrachos o muertos… Posiblemente más esto último que las otras dos cosas. Y es que, como he dicho, vivir en una favela es complicado y peligroso, pues por cualquier cosa discutes, te peleas, sacas el cuchillo o agarras lo que tienes más a manos y te defiendes… Y a veces matas, o te matan, y luego nadie pregunta».
Reencuentro con el pasado
Más adelante hizo el servicio militar, más que nada para salir de aquel ambiente, «y cuando me licencié, empecé a vender material escolar, como CD con asignaturas y libros también de asignaturas. Íbamos en un autocar por distintas ciudades vendiéndolos en las casas. A los dos años de estar vendiendo material escolar, regresando de Bahía, vía Minas Gerais, al circular por una localidad a 8 km de mi pueblo, pedí al revisor pasar por allí, para vender en esa ciudad, encontrándome con mi padre, quien me dio un número de teléfono para que localizara a mi madre. Sobre los motivos de por qué nos abandonó hay varias versiones, entre ellas, la de que conoció a un italiano llamado Franco, con el que se fue a Italia, y con el que tuvo un hijo, que hoy tiene 31 años. En Italia se separaron, yéndose ella a Barcelona y luego a Palma, que fue donde la encontré a través del teléfono».
Llega a Palma
«Las otras dos versiones eran, una, que la avioneta en que volaban Franco y ella había caído y él había muerto, una versión surrealista que no me creí, y la otra, que los padres de Franco me rechazaban por ser de color e hijo de otro hombre... Pero yo me quedo con la segunda». Guilherme llegó a Palma en 2001, reencontrándose con su madre. «Cuando yo llegué aquí, como han hecho casi todos los brasileños que han estado o viven en Mallorca, me pasé por Made in Brasil, donde conocí a una chica mallorquina, con la que me casé. Estuvimos juntos durante tres años. Luego tuve otras parejas y dos hijas, más otra que vive en Brasil, y que tiene 22 años. Es una chica a la que no reconocí, pues no estoy allí. Creo que a esta niña la engendramos en un carnaval. Mi chica tenía 19 años y yo 16. Poco antes de nacer, me echaron del trabajo, quedándome sin dinero, por lo que tuve que buscarlo en lugares cada vez más alejados de donde estaban la madre y la niña. Un día, cuando la llamé para interesarme por cómo se encontraban, me dijo que estaba viviendo con otro hombre, un traficante de poca monta, pero muy peligroso, que había adoptado a la niña, por lo que me pidió que no apareciera por allí. Más adelante traté de buscarlas, pero al haber perdido el rastro de la madre, no pude encontrarlas. Por tanto, no sé dónde están, por lo cual no la he podido reconocer. Pero lo voy a seguir intentando».
La inmigración
Aunque no pierde la esperanza de encontrarla algún día, hoy sigue viviendo en Palma, sin pareja, viviendo de la foto y los reportajes. También en Palma vive su madre. Por cierto, en un momento de la conversación hablamos de la inmigración y de los problemas que tienen muchos inmigrantes a la hora de establecerse, por ejemplo, en Mallorca. «La administración del Estado debería agilizar más los trámites para que el inmigrante pudiera vivir legalmente en el país, con lo cual tendría acceso a un trabajo y a una vivienda digna. ¿Que eso le supondría tener que pagar impuestos? Por supuesto que sí. Pero viviría legalmente, más tranquilo, pues su situación sería totalmente legal. En cambio, como ahora muchos se pasan años esperando para conseguir esa legalidad, algunos de ellos, para poder sobrevivir, se convierten en delincuentes».