Las formas de consumo están cambiando, el ocio se traslada al hogar cada vez más. Acostumbrados a que el repartidor nos lleve la comida a casa, ahora la moda consiste en que el chef agite su varita en nuestra propia cocina. Esa es, precisamente, la labor de Carlos Monné, un chef afincado en Pina, un municipio donde el tiempo parece detenerse, inmutable a la velocidad de nuestros días.
Ataviado con uniforme y armado con sus cuchillos, Monné lleva su sabiduría culinaria por toda la Isla, su especialidad es la cocina vasca. De casta le viene al galgo… y es que, aunque nacido en Barcelona se crió en Algorta, un pueblo costero de Vizcaya, lugar íntimamente relacionado con el buen comer. Sus viajes por Asia y Sudamérica le han llevado en una espiral de conocimiento y sabores, muy presentes en sus elaboraciones, como pinceladas internacionales a la tradición, otorgando a su carta un carácter más personal.
Formación
Formado en la prestigiosa Escuela de Hostelería de Leioa, lleva 16 años ganándose el pan frente a los fogones de Bilbao, Cádiz y Barcelona, antes de recalar en Mallorca en 2019. Explica que en su tierra de adopción son muy exigentes con la cocina tradicional, «pero luego van a un mexicano donde la comida es una castaña y les encanta». Aquí se ha encontrado con un público «al que le encanta la comida vasca, y hay muy pocos referentes de esta cocina, quizá por eso la gente es tan agradecida». Su clientela son básicamente «mallorquines o residentes de la Península»; los extranjeros no suelen llamarle, «buscan otro tipo de servicio», detalla mientras su voz se ahoga entre los ladridos de su joven perrita, que no pierde detalle de la entrevista desde el jardín.
Su propuesta es tan simple como tentadora, ofrece una cincuentena de platos entre pintxos, entrantes, principales y postres. Basta contactarle a través de su página web (chefmonne.com), seleccionar el menú y él se encarga del resto. Al finalizar nos deja la cocina como los chorros del oro. Su aventura como chef a domicilio comenzó, como tantas otras cosas de la vida, por casualidad. «Cocinaba para mi pareja y ella comía delante de sus compañeros, que alucinaban con la buena pinta que tenían los platos. Un día les dio a probar y desde aquel momento comenzaron a pedirme que les cocinara también. Animado por la situación, vi que podría dedicarme a esto». Hoy, sus servicios le permiten apuntalar su economía. Asegura que «quien prueba repite», y del resto se encarga el boca a boca. Su oferta, que marida con sapiencia lo mejor de la gastronomía vasca y mediterránea, es el mejor homenaje que nos podemos llevar a la boca. El futuro pinta bien, a corto plazo tiene pensado abrir un obrador «para cocinar menús que un repartidor se encargará de repartir al domicilio del cliente». No por ello renunciará a trabajar en casa de quien lo demande, «es la forma en la que me dí a conocer y no voy a dejarlo».