Hay personas que desprenden paz cuando charlas con ellas. Si pasas más de dos minutos con Albaida Aparici, sabes que es una de ellas. Esta alicantina de 35 años recaló en Mallorca hace poco más de un año, tras un largo periplo vital que la llevó de su ciudad natal a estudiar canto lírico e interpretación en Madrid, dejarlo todo, hacer el petate y marcharse un año a recorrer Latinoamérica. Allí descubrió el chamanismo, los cantos más tradicionales y el poder sanador del sonido, o lo que es lo mismo, la parte más espiritual y mística de la música. De él ha hecho su forma de vivir. Sus sesiones, que imparte en la Shala Atmanyoga de Palma, que dirige Vanessa García, no dejan indiferente a nadie.
Albaida Aparici estaba destinada a dedicarse a la música. Su abuelo y su madre tocaban el violín, pero ella eligió el canto, cantando con una coral desde pequeña y formándose como intérprete lírica: «La música era un complemento de la interpretación, estaba en un segundo plano. Por eso me fui a Madrid a estudiar, persiguiendo mi sueño de ser actriz», explica esta joven.
El poder del sonido
A veces los sueños se convierten en una maldición. Surgieron las oportunidades laborales, pero llegó el bloqueo y el pánico escénico. «Por qué no soy feliz haciendo lo que siempre he querido», se preguntaba Albaida. No le quedó otra que dejarlo todo, hacer la mochila y irse dos meses a recorrer Latinoamérica. Marcharse para empezar de nuevo. En Brasil, dos días de antes de coger el vuelo de vuelta a España, se compró un ukelele, y empezó con un amigo músico que conoció. El avión llegó a España sin ella, que comenzó a conocer países, culturas y músicas ancestrales. Un año se quedó en Latinoamérica. «Descubrí otro tipo de música, el efecto placentero del sonido, a cantar con vocales... algo más pequeñito, que te permite conectar con las emociones», explica esta especialista.
Cuando volvió a España, quiso seguir profundizando en el sonido como instrumento y en los efectos beneficiosos para el cuerpo y las emociones: «Piense que el cuerpo es como un coro, funciona bien hasta que algo se desordena, apareciendo frecuencias disonantes. Eso podemos arreglarlo», explica Aparici, que también se ha formado como facilitadora de grupos y en el instituto Gelstat en una terapia enfocada a la sexualidad femenina.
«El sonido nos conecta como seres humanos, nos ablanda el corazón, afloran las partes más profundas nos hace más sensibles, abiertos y disponibles a recibir información. Eso es lo que trato de lograr en mis clases», apunta esta experta en sonoterapia, que utiliza todo tipo de instrumentos en sus sesiones, así como la voz. Prepárense para un viaje a lo más profundo de sus pensamientos.