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Paintball, guerra al estrés

Diversión, catarsis y descarga de adrenalina se citan en las afueras de Lloseta en uno de los pocos campos de ‘paintball' de la Isla

El grupo recibe instrucciones antes de ponerse al ataque. | Pere Bota

| Lloseta |

Un grupo ataviado de camuflaje corre a refugiarse tras un parapeto, mientras otro le dispara diminutas pelotas cargadas de pintura biodegradable. Nos encontramos en pleno campo de batalla. Uno de tantos que surgieron y se consolidaron como grandes atracciones no solo del fin de semana, también en días laborables. Y para muestra un botón: hoy es un miércoles lluvioso y otoñal y esto está hasta la bandera, cualquiera diría que estamos en plena selva vietnamita en el ecuador de los 70... Me sobreviene una sonrisa al pensar en Silvester Stallone caracterizado de John Rambo y deslizando con la voz entrecortada ‘Díos mío, esto está lleno de charlies'. Pero, poca broma, que aquí nadie se esté jugando la vida sorteando proyectiles del calibre 5,56 no quiere decir que estemos en un episodio de Downton Abbey. El paintball no es un deporte para pusilánimes.

Apreciará que he utilizado el término ‘deporte'. No se extrañe. No son pocas las voces que lo elevan a esa categoría. Sin ir más lejos, Salvador Beltrán, gerente de Paintball Warriors en Lloseta, quien sostiene que «es un deporte divertido, con mucha descarga de adrenalina». En efecto, divertido, catártico y perfecto para reducir el estrés, tal y como reza el titular. Y es que no hay como pegar cuatro tiros para ‘soltar lastre' y drenar toda la inmundicia que acumulamos dentro. Para ello, lo primero es pertrecharse como un comando, de eso se encarga la casa, que nos surtirá con «un calzado apropiado para correr por el campo, una máscara protectora, un mono de cuerpo entero, un peto para cubrir el pecho y la espalda y protegerlo de los impactos, y finalmente una marcadora, que es como llamamos técnicamente al fusil».

Un joven prueba su marcadora instantes antes de acceder al recinto.

Terreno

De esa guisa nos adentramos en un amplio terreno, dispuesto en «cinco escenarios tematizados: bosque, trinchera, urbano, del Oeste y otro con neumáticos». Los prolegómenos de la ‘batalla' son dignos de ver, «antes de entrar ves que la gente está tensa, pero en cuanto empieza la acción todos se van relajando». Mientras charlamos comienza a llover. «No pasa nada», espeta Beltrán, consciente de que el pequeño chaparrón agudizará la experiencia. No se equivoca. Un bramido de arenga hace que vuelva la cabeza hacía la treintena de ‘guerreros', que levantan sus marcadoras enaltecidos por la lluvia. Pura épica. Hay que vivirlo.

Un grupo se refugia en los parapetos del campo para responder al ataque.

Reglas sencillas

El paintball tiene reglas sencillas y un único fin: acribillar a balazos a tu oponente. Esa simple consigna convoca a gente «de toda la Isla y también a turistas que vienen a soltar adrenalina». Preguntamos a nuestro interlocutor si nunca se ha desmadrado el asunto. «El juego está totalmente controlado, no se corren riesgos de ningún tipo. Lo más peligroso sería recibir un impacto en un ojo pero eso no puede suceder porque les obligamos a usar máscaras». Con todo, Beltrán recuerda con una sonrisa zalamera el día que un destacamento de la Armada Francesa alquiló el campo. «Vinieron un montón y la liaron muy gorda, se notaba que eran militares», concluye entre risas.

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