Vivir con los pies en la tierra. De manera literal. En eso consiste la corriente milenaria del grounding, también conocido como earthing, una práctica todavía desconocida que consiste en tener una toma de tierra que permite descargar la tensión eléctrica, física y mental, y recargar el cuerpo de energía. Y es que, aunque así de primeras pueda sonar a un ritual más propio del chamanismo que a ciencia, existe una explicación física que justifica los beneficios de andar descalzo. «La superficie de la tierra está plagada de electrones libres frutos de la energía de la naturaleza (tormentas, lluvia, ríos, mares, movimientos sísmicos...) y nuestro cuerpo se beneficia de esta energía cuando caminamos descalzos. Se produce un intercambio de voltaje que permite reducir la inflamación y el estrés que nos produce sobreestimulación social», explica Rubens García (@rmotioncoach), entrenador personal, terapeuta de movimiento y uno de los máximos exponentes de esta corriente en redes sociales. Por ello, impartirá un workshop en Mallorca el próximo trece de noviembre, en el gimnasio La Fábrica de Palma.
Hasta el momento, las investigaciones efectuadas señalan que la práctica del earthing tiene ventajas que trascienden al simple placer de liberarse del calzado y se extienden a la salud y al estado de ánimo. Según un estudio publicado en el US National Library of Medicine del National Institutes of Health caminar descalzo funciona, ya que afecta el conector central entre células vivas, actuando de una forma similar a la de los antioxidantes, lo que ayuda a restablecer las defensas naturales del cuerpo. Y así lo confirman aquellos que la practican.
«Tus pies son la base de tu estructura, si no tenemos una base sólida el edificio se va a caer, lo mismo pasa con nuestro cuerpo, si no tenemos una pisada estable, le derivaremos lesiones desde el tobillo hasta las cervicales y crearemos descompensaciones», explica el entrenador mallorquín y defensor de esta corriente, Toni Quetglas (@quetglas.training, en Instagram), que también lo pone en práctica en sus clases. Como cualquier otra terapia, realmente es efectiva cuando se convierte en hábito. «Nuestro principal beneficio será tener unos pies fuertes, sanos y, consecuentemente, nuestro cuerpo también se sentirá mejor», asegura el mallorquín.
Caminar descalzos es la forma más sencilla de iniciarse en este intercambio de energías, pero resulta igualmente beneficioso zambullirse en el mar o apoyarse en un árbol. «Descalzarse y caminar sobre césped, la arena, la montaña o el campo nos está proporcionando los beneficios del grounding. Está regulando nuestro voltaje, desinflamando nuestro sistema, aumentando la viscosidad de nuestra sangre y reduciendo el estrés. Son todo beneficios, nadie dará un feedback negativo de esta experiencia», afirma García.
«Estar en contacto real, 'piel con piel' con la naturaleza, nos ayuda a liberar excesos de tensión que se van acumulando en nuestro cuerpo», añade Quetglas. De hecho, el Instituto Valenciano del Pie también aconseja caminar descalzo durante todos los meses del año, incluso en invierno. «Lo mejor es que nuestros hijos vayan descalzos en casa el mayor tiempo posible, el motivo es que los pies descalzos se desarrollan mucho mejor, más fuertes, con un puente más elevado y un mejor aprovechamiento de las estructuras del pie», aseguran los expertos.
El auge del calzado minimalista
Andar descalzo no es tan descabellado, es un regreso a los orígenes. «El calzado de entrenamiento ofrece soporte, está acolchado y es cómodo, pero paradójicamente todas estas características no nos benefician. Nuestros pies necesitan exposición y estrés para desarrollarse y fortalecerse. Los gimnasios siguen poniendo trabas a esta práctica alegando seguridad, nada de esto suele ocurrir cuando vas descalzo porque estás más pendiente de tu entorno. Estar descalzo te hace estar presente», explica el creador del método Rmotion. Y añade: «Todo es peligroso si no se está preparado. Nacemos preparados para ello, hemos evolucionado como especie descalzos y conectados a la tierra, pero desde pequeños tenemos el mal hábito de usar mal calzado que silenciosamente nos va deformando los pies», asegura. En este sentido, el barefoot permite hacer uso del calzado minimalista, zapatillas con suelas más finas, mucho más livianas, sin amortiguación y más anchas por la parte de los dedos. «Se ha impuesto el tener que ir con zapatos estrechos para tener un pie bonito y nada saludable, igual que pasó con los cuerpos de las modelos, está mal visto no hacer lo común», asegura Quetglas.
Los especialistas encuentran en todo este movimiento una necesidad de desaprender algunas costumbres y volver a los orígenes. «Estamos muy condicionados por los paradigmas establecidos. Se ve raro bañarse fuera de los meses de verano, se ve raro ayunar, se ve raro ir descalzo, se ve raro decir que no a cosas que no nos gustan. Tienes que trabajar tu mente primero para dar un paso atrás y observar con perspectiva. Antes no era habitual comer tanto, antes no era habitual tener agua corriente ni caliente en casa, antes no era habitual ver tanta gente a diario, antes no era habitual tener diez pares de zapatos en el armario», explica García.
A pesar de los efectos positivos, la sociedad se resiste a retomar algunas de estas practicas. «Volver a los orígenes reduciría el coste social de hospitales, fármacos, industriales, etc. Ahora bien; ¿es esto algo que realmente los gobiernos quieren? lo dudo. La respuesta está en las pequeñas acciones de cada persona en pro de su bienestar y el del entorno que nos rodea». Y añade: «Existe una necesidad imperiosa del ser humano de pertenecer a una comunidad, de no saltarse las normas, de ser aceptado. Antiguamente no ser parte de una comunidad reducía las posibilidades de supervivencia. Ahora todo está controlado por intereses económicos y políticos. El sistema te quiere obeso, te quiere callado, te quiere tonto. Cuanto menos cuestiones mejor. Las empresas de calzado minimalista han proliferado en estos últimos cinco años de manera exponencial y eso es genial».