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Una vida tras el torno

Toni Lort es una de las cabezas visibles de una profesión en vías de extinción: el afilador

Toni Lort trabajando el filo de un cuchillo en su establecimiento. | Pere Bota

| Palma |

Según Toni Lort de Cuchillería Amengual, en Palma, un comercio con setenta años de solera, afilar un cuchillo «es todo un arte». No se equivoca. El tema no es bufar i fer ampolles, como dicen en mi tierra. Se requiere de un profundo background para hacer las cosas «como toca». Primero, hay que decidir qué tipo de filo deseamos obtener, ya que no es lo mismo un cuchillo de mesa que una navaja de afeitar, un cuchillo de campo, de carnicero o, qué demonios, un sable de caballería como el del almirante Nelson. Ya imagino, querido lector, que en sus menesteres cotidianos no utilizará un sable de ‘abordaje', de modo que mejor nos dejarnos de sibaritismos y nos centrarnos en herramientas convencionales, las que pasan por las manos de nuestro protagonista a diario.

Afilador de profesión, y tendero, para más señas, Toni moldea con la paciencia de un maestro relojero todo tipo de filos, gruesos, agudos y dentados. «Cada cuchillo tiene sus peculiaridades», observa. Tantos años de oficio le confieren una veteranía intuitiva, «cada marca de cuchillo tiene un filo diferente y mi trabajo consiste en conocerlos todos, para así poder trabajarlo de la forma apropiada». Insisto: parece fácil, pero no lo es. Hay que acumular años tras el torno y tener paciencia, mucha. Afilar un cuchillo no es algo que se pueda tomar a la ligera, «lleva su tiempo», confirma Toni. Para que se hagan una idea, amolar en condiciones el filo de un utensilio de unos 15 o 20 centímetros puede llevar hasta media hora, que podría ser más si se encuentra en malas condiciones.

Flauta

Algunos éramos niños cuando escuchábamos resonar el característico sonido de la flauta del afilador, que tanto recorría las calles de las grandes urbes como los pequeños pueblos entonando su clásica melodía, que combinaba graves y agudos como si de una escala musical se tratara. En bicicleta o motocicleta, el afilador llevaba montada en la parte trasera de su vehículo un engendro mecánico rematado con una piedra de afilar, con la que daba nueva vida a los filos romos de los viejos cuchillos de casa. Me parece que aún estoy viendo las chispas que escupía la piedra de afilar en sus rápidas evoluciones al contacto con el acero. Aquellos días han quedado atrás, como así la profesión de afilador, de la que tan solo quedan unos pocos resilientes, conscientes de que con ellos morirá la profesión.

De ahí la importancia de artesanos como Toni, aunque, para ser sincero, él sabe que, como el afilador callejero, su actividad tiene también los días contados. No hay relevo generacional. «Mi hijo no quiere saber nada de esto», lamenta. Todo en Cuchillería Amengual nos recuerda que pisamos un negocio repleto de historia, pero nada lo hace con la intensidad del cartel donde se recuerda al cliente que ‘Se afilan toda clase de herramientas cortantes'. «Tiene 70 años», desliza Toni con un velo de tristeza en la mirada.

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