La navegación, antaño relegada a intrépidos marinos que, con valor y coraje, afrontaban ignotos riesgos en sus travesías, ha evolucionado con los modernos sistemas de comunicación. Incluso el mayor reto que un navegante puede afrontar, como la vuelta al mundo, ya no constituye un desafío relegado a unos pocos valientes. Así lo cuenta Xavier Badia (Lleida, 1953) ante la presentación de su libro La vuelta al mundo en un velero, que tendrá lugar hoy en La Casa del Libro de Palma, a las 18.30 horas.
Toda una odisea náutica que ha culminado el sueño de este economista, jubilado en 2013, navegante y amante del mar, siempre con la vista puesta en un horizonte por descubrir y la pericia al gobierno de un barco de vela, en las más diversas condiciones meteorológicas. A lo largo de casi dos años, su particular odisea le llevó a surcar todos los océanos y a visitar lejanas tierras, con todo el sabor de lo exótico y la emoción de la aventura. Siempre en contacto con su familia que ha seguido, milla a milla, el rumbo de su gran singladura.
¿Cómo surgió la idea de dar la vuelta al mundo?
—La idea de hacer grandes travesías viene de lejos. En el año 2000 adquirimos un velero de 37 pies y, en verano, con un amigo y navegante, y nuestras respectivas familias, realizábamos travesías por la Costa Brava. Enric y yo empezamos a soñar con atravesar el Atlántico. Aunque en aquellos momentos era imposible, la semilla quedó sembrada y, con los años, la idea fue desarrollándose. Finalmente, después de mucha investigación y conversaciones con navegantes experimentados, la idea se hizo realidad. En septiembre de 2013 zarpábamos de Port Ginesta para navegar por todo el mundo.
¿Cuándo empezó a navegar?
—Empecé muy tarde, casi con 25 años. Fue en un chárter de Barcelona a Sicilia, un velero de doce metros. Íbamos doce y el patrón, parecía una lata de sardinas. A partir de ese viaje, varios tripulantes trabamos amistad, nos sacamos el título de patrón y, en verano, alquilábamos veleros para ir a Baleares.
¿Fue un viaje planeado por etapas, o surgió sobre la marcha?
—Navegar alrededor del mundo siempre está condicionado por la climatología, que te marca el itinerario y los períodos de navegación. Por ejemplo, el Atlántico debe atravesarse desde noviembre a finales de enero, para aprovechar los aliseos y evitar los huracanes. A Sudáfrica hay que llegar en su verano, es decir, entre diciembre y enero. A partir de estos condicionantes y, evidentemente, el tiempo que puedas dedicarle al proyecto, decides todas las etapas y los países que quieres visitar.
¿Cuál fue el mayor riesgo que tuvo que afrontar?
—Sin lugar a duda, lo más complicado fue atravesar el Índico, sobre todo de la Isla de Reunión hasta Sudáfrica. Tuvimos tres temporales, con vientos sostenidos de más de 60 nudos. Pero el barco aguantó de maravilla y en ningún momento temimos por nuestra vida. Fueron días muy incómodos, de cansancio, húmedos, pero sin riesgo.
¿Qué duración tuvo el viaje?
—Mi travesía se extendió durante casi dos años.
¿Cómo se compatibiliza un viaje tan largo con las relaciones familiares?
—Se trata de un tema muy personal, en el que cada uno toma sus propias decisiones. En mi caso, conté con el apoyo de mi mujer y mi hijo. Ellos sabían que este siempre fue mi sueño, fue una gran suerte tener siempre su colaboración. Además, hablábamos muy a menudo por teléfono, vía satélite, y mi mujer me visitaba cada dos o tres meses. Yo también me acerqué en dos ocasiones a Barcelona.
¿Hubo escalas conflictivas?
—No hubo ninguna escalas especialmente conflictiva. En algunos países los trámites aduaneros son un poco complicados, pero nada que no se solucione con paciencia y buen humor.
¿Cómo se establece una navegación en travesías oceánicas con previsión meteorológica de tres semanas?
—Las previsiones son bastante precisas. En cada país, antes de zarpar, consultas los partes: o los del lugar en cuestión, o bien por Internet, en páginas web internacionales. En las largas travesías siempre contamos con conexión via satélite, mediante Iridium, y podíamos consultar los partes desde el velero. Internet y las conexiones vía satélite de Iridium o Hispasat hacen que puedas estar siempre conectado: también a través de la BLU puedes contactar con otras estaciones marítimas o embarcaciones para pedir información o, en caso de ser necesario, ayuda.
¿En qué medida ha evolucionado un reto de este tipo en las últimas décadas?
—Navegar es hoy mucho más seguro que en el pasado.
¿Qué experiencia previa se requiere a la hora de emprender la vuelta al mundo?
—Cuanta más experiencia tengas en navegación, mucho mejor. Pero yo creo que lo más importante son las ganas y la ilusión por hacerlo. Hay muchos casos de navegantes sin experiencia que han realizado grandes travesías. Se aprende navegando.
¿Cómo surgió la idea de publicar un libro?
—Durante el viaje iba anotando en una especie de cuaderno de bitácora todas las impresiones, anécdotas, alegrías y penas que me surgían, además de los datos técnicos como la situación, el rumbo, la velocidad, etc. Finalmente, me animaron para poner en orden todas las anotaciones y explicar mi aventura. Tal y como se menciona en el prólogo, el libro no es un manual de navegación; se trata de un libro sencillo, intimista, con instantes de alegría y también de frustración.