Fruto de un naufragio o hundidos adrede, los pecios se convierten en atracciones turísticas y una fuente de vida marina. Muchos centros de buceo se dedican a explorarlos en inmersiones con locales y visitantes.
En la bahía de Pollença, a 38 metros de profundidad, descansa el Andrea Ferrara, descubierto en 2019 a raíz del aviso de unos pescadores que detectaron una anómala cantidad de peces en la zona. «Bajar a un pecio es visitar un museo dentro del mar. Sientes la adrenalina, la visión es fantasmagórica. Por ser de madera, no se puede entrar en su interior. Para esta inmersión se necesita el nivel avanzado, la especialización en buceo profundo y experiencia demostrable. Tras la pandemia, ha crecido el turismo de buceo, existe más interés por el entorno natural», dice Joan Másdeu, instructor en Skualo Alcúdia, descubridores de este pecio junto a buceadores de Tramuntana Diving. Las inmersiones son cortas, a mayor profundidad, más rápido se agota el aire. Además, se debe tener cuidado con la narcosis nitrogenada, conocida como borrachera de las profundidades, que afecta a la conciencia del buceador.
«Por primera vez, en lugar de gaviotas, he visto peces desde el puente de mando», le dijo un capitán de la marina mercante a Luis Comenge, biólogo y submarinista, al visitar el pecio del Dique del Oeste. «Los barcos hundidos son un nicho de peces, un lugar para la reproducción y vida marina. Este pecio se compone de cuatro barcos, a entre 20 y 28 metros de profundidad; por su proximidad, pueden verse en una inmersión», explica Comenge, responsable del centro de buceo ZOEA en Santa Ponça, que cuenta que se hundieron a propósito en los años 70.
Además de las empresas dedicadas a mostrar estos cautivadores paisajes, muchos aficionados realizan sus propias inmersiones. Tony Juan, de 53 años, bucea durante todo el año y fotografía para el portal de ciencia ciudadana Observadores del Mar, dedicado a la conservación del medio marino. «Los pecios son una verdadera maravilla, por su historia y la fauna y flora que allí habita», afirma Tony, que también critica la mala praxis de algunos submarinistas. «Cuando se encontró el Andrea Ferrara su estado era impecable, pero se metieron en su interior y, al soltar aire, colapsaron la popa. Comprobé su estado el mes pasado:han destrozado el cuadro de mando, han destornillado los aires acondicionados de la cubierta y el mástil de popa ha caído», denuncia el submarinista.
Estos son los pecios más accesibles, pero no los únicos. Entre otros, a pocas millas del Cap de Formentor, a cien metros de profundidad, se hallan dos cazatorpedos italianos, y en Alcúdia, a 50 metros, se encuentra un submarino B1, botado en 1921 por la Armada española y hundido en el 1949 en maniobras militares.