Palmanyola se llenó este lunes de colores, estampados y muchos aplausos. La vecina de la localidad y diseñadora Mercedes Oliver presentó en el marco de las fiestas municipales su nueva colección de prendas de ganchillo con un objetivo bien claro: desexualizar la moda. La velada comenzó con una introducción del periodista y colaborador de Ultima Hora Pep Córcoles y la lectura de Carlos Álvarez de uno de sus más sentidos poemas, tras lo que comenzaron a desfilar por la alfombra roja chicos con coloridas prendas, mujeres con cuidados vestidos estilo boho y niños con camisetas florales. Todo hecho de ganchillo y fruto del trabajo de casi un año. Es la primera colección de Oliver que incluye prendas masculinas.
«El año pasado pensé que la ropa de croché siempre era femenina, ¿por qué no hacer también para hombres?». Sin embargo, los primeros ensayos se toparon con críticas. Una fotografía en Facebook con uno de sus modelos vestido con una camiseta rosa aglutinó numerosas reseñas negativas: «¿Esto no es un poco femenino? ¿Por qué no lo haces azul?». Ante ello, Oliver se plantó y decidió romper estigmas con la nueva colección que este lunes presentó. «El rosa les queda genial. No tienen por qué siempre ir de colores sobrios. ¡Estamos en pleno siglo XXI!», responde cuando le preguntan por el tema.
Además de las diez prendas de ganchillo masculinas, también lucieron nueve conjuntos femeninos, trabajados al más mínimo detalle, y algunos tejidos con un hilo de pescador beige con el que antaño se cosían cortinas en Mallorca. Así, desfilaron vestidos de corte imperial, tops y faldas, alternándose llamativos y clásicos. Quizá quienes más desparpajo desprendieron fueron los más pequeños, quienes mostraron al público nueve diseños de camisetas florales estampadas. Su estilo no entiende de edad. Desfilaron sobre la alfombra roja amigos y vecinos desde bien pequeños hasta los 67 años.
«Considero lo que hago un trabajo de autor», sentencia la diseñadora. Puede que no desfile en París, pero Oliver es tajante respecto al valor de su obra. Del mismo modo que un pintor plasma lo que visualiza sobre el lienzo, ella se deja llevar al son de sus manos. No usa patrones ni normas: «Cuando cojo un ovillo, tejo lo que voy sintiendo. Puedo empezar haciendo un vestido y terminar con otra prenda». Lo suyo es inspiración pura. Y mucho esfuerzo. La confección de un solo vestido le conlleva tejer cinco horas al día durante todo un mes. De ahí, su precio: las piezas se mueven en una horquilla de entre 65 y 500 euros: «Hay prendas a las que no sé qué precio poner. Son muchas horas detrás y la gente, a veces, no lo aprecia».