Como publicó Ultima Hora la pasada semana, el Parc del Canòdrom está ya abierto. Y como se ha hecho de forma precipitada, hemos notado cierto desorden en el sentido de que faltan muchos detalles por acabar, zonas de maleza que limpiar y regar, dar una manita de pintura en ciertos lugares, etc. Aunque imaginamos que todo eso se irá mejorando con el paso del tiempo, a fin de que el día que lo inauguren oficialmente esté hecho un pincel.
Dicho lo cual, pasamos a lo que nos preocupa. ¿Es el Parc del Canòdrom un parque para personas con discapacidad? Porque tal y como está ahora, y a no ser que el discapacitado se mueva con silla motorizada, que no todos tienen una, nos da la impresión de que no.
Lo decimos porque hace unos días invitamos a dos personas con discapacidad a que lo probaran. Ellos son Toni Azorín, de 51 años, en silla de ruedas desde hace 6 años a causa de un accidente, y Tolo Prats, 51 años, en silla de ruedas desde que tenía 3.
Hicimos cinco pruebas
Ambos llegaron en sus sillas de ruedas, a las que les habían colocado un motor, «que no todos pueden adquirir por lo caro que es, por lo cual, muchos de nuestros compañeros tienen que empujar y frenar las ruedas con sus manos, cosa que en una pendiente, ya sea ascendiendo, ya sea descendiendo, se nota…», y que ellos notaron en cada una de las pruebas que hicieron.
Primera prueba. Acceden al parque por la puerta principal, uno con silla a motor y el otro sin él. El que no lleva motor, al ser la rampa más inclinada de lo habitual, tuvo que frenar con las manos, de lo contrario la silla se le embalaba. El del motor tuvo menos dificultades en el descenso, pero sin olvidar las precauciones. «Las rampas deberían tener menos inclinación –estuvieron de acuerdo los dos–, pues al menor descuido, te puedes caer. Y más si eres una persona mayor. Y ya no te digo si eres mayor y vienes solo… ¡Es que ves esta rampa y te das la vuelta!».
Segunda prueba. Llegas abajo y te encuentras con una pista de tierra y arena, y en según qué tramos, con más tierra y arena que piso duro. ¿Qué pasa? Pues que a motor, sobre todo en los lugares en que hay más arena, esta te frena, apenas puedes maniobrar ni avanzar. «Y si es sin motor, cuando llegas a donde hay más arena, te quedas parado. Por tanto, o asfaltan, o no se puede».
Tercera prueba. En el parque hay columpios, a los que las personas con discapacidad que se desplazan en silla de ruedas, a motor o sin él, en el caso de que quieran acompañar a sus hijos, no pueden llegar. ¿Por qué? Porque en dos de los accesos a los columpios el camino está asfaltado hasta la mitad. «Por tanto, a partir de ahí –señala el tramo Tolo Prats–, en que todo es tierra, no podemos seguir. Por lo que si quiero acompañar a mi hijo a los columpios, no puedo. Y en el caso de que pudiera, no podríamos entrar en la zona de los columpios, ya que es de arena, por lo cual perderíamos totalmente la movilidad». Seguimos con los columpios. En otros accesos, el camino es completamente de tierra, por tanto, tampoco se puede llegar.
Cuarta prueba. En el parque hay varios bancos alargados de madera, a los cuales no tienen acceso los discapacitados en silla de ruedas, ya que para llegar hasta ellos tienen que hacerlo, a mano o a motor, pero sobre tierra y cuesta arriba. Por tanto, misión imposible. Y eso ocurre con todos los bancos, excepto en uno, en que el caminito asfaltado llega hasta él.
Quinta prueba. Ascender por la rampa a la salida. A motor, mal que bien, llegas. A mano, incluso agarrándote a la valla que está en uno de los laterales de la cuesta, vemos que Tolo lo consigue a duras penas. «Por lo que –dice– si el discapacitado/a es persona mayor, ya ni lo intenta»»
Por tanto, y como personas con discapacidad, ambos suspenden el parque. «No es para nosotros, pues son demasiados los problemas que encontramos en él. ¡Demasiadas barreras! Y si el discapacitado es mayor en años, más dificultades encontrará todavía», dice Azorín. «No sabemos a quién habrán consultado, pero lo suyo –apunta Prats– es que lo hubieran probado con discapacitados, que somos los que podemos detectar las dificultades».
La valla será un coladero
Otra cosa. El parque está vallado porque cierra a una hora determinada de la noche, y Cort pretende que desde el cierre a la reapertura por la mañana, el parque se quede sin gente. Pues bien, ¡eso es imposible! La altura de la valla que en su mayor parte rodea el parque, es de 60 cm. La puede saltar un niño. ¿Qué queremos decir con eso? Pues que el parque, por las noches, una vez que hayan cerrado las puertas, se puede convertir en zona de botellón, o lugar de fornicio, o quién sabe si hasta de trapicheo. Porque, ¿qué mejor lugar que ese, en una noche de verano, bajo las estrellas, para pasar unas horas…? ¡Y si encima saltar la valla no es problema…! ¿Solución? Elevar la altura de la valla. O colocar un puesto permanente de policía. De lo contrario, los vecinos, sobre todo en verano, van a estar entretenidos. Por eso, ¡manos a la obra! Que ahí aún quedan muchas cosas por hacer. ¿Qué hemos exagerado? Bueno… Que Cort haga la misma prueba con dos o tres personas con discapacidad. Así de simple…