No recordamos la última vez que nos vimos, puesto que de eso hace bastantes años. Pero, pese al tiempo transcurrido, sigue igual. Sobre todo de carácter. Incluso sigue teniendo el mismo coche de toda la vida, un Mercedes SL 250, con 101.400 km en sus ruedas, pero que tira como un tiro, «por tanto –dice–, ¿para qué cambiarlo?».
Cosme Mayol, que iba para torero, terminará sus días como restaurador. Sí, porque el que fuera propietario del restaurante Penélope, que estaba en la plaza Progreso, y luego, en sociedad con un amigo suyo, Sebastián Simó, del Ulises, en el Passeig Marítim, trabaja ahora con sus hijos en dos restaurantes de ellos, el Safrà 21, en el Coll, y otro en Marratxí. «Está en un local pequeño, con no muchas mesas, pero sí con muchas comidas por encargo». Además de una tienda en Son Moix, dedicada a las paellas y platos precocinados.
Iba para torero, pero...
Decíamos que Cosme iba para torero, porque su padre –nos contó–, agente judicial, que entraba gratis en la plaza de toros de Palma, le llevaba a ver las corridas. «Un día, en el Cortijo Vista Verde, en el que triunfaba como matador Pep Sans, conocido por El Rubiales, quise torear una vaquilla. Pero no pude con ella. Me dio cuatro revolcones, me pisó y luego se meó encima, lo cual me desmoralizó. Así que ese día decidí no ser torero y dedicarme a la restauración. Eran otros tiempos, claro, porque estamos hablando de mediados de los 70, que fue cuando abrí Penélope. No tenía ninguna estrella Michelin, pero sí una gran cocina, lo que atrajo a una buenísima clientela, dado que también me pasaba cada mes por los tres hoteles más importantes de Palma y entregaba una buena comisión por los clientes que me mandaban. Igual hacía con algunos taxistas. Porque hemos de ser agradecidos, ¿no? Si tú me recomiendas, y yo, gracias a ello, gano, es justo que también te lleves algo tú. Por otra parte, yo era un tipo muy curioso y observador. Aprendí a hacer el besugo a la espalda yendo a Bilbao, al restaurante que mejor lo preparaba, a que me enseñaran. Y el carpaccio de ternera, otro de los platos más pedidos de mi casa, lo aprendí a cocinar yendo a Venecia, al Harris Bar, que era quien mejor lo hacía. Y como iba cada día, tras explicarle al dueño lo que pretendía, durante unas semanas terminé siendo uno más de los de su cocina».
Por Penélope, al igual que, posteriormente, por Ulises, pasaron caras muy conocidas. Por ejemplo, clientes de ambos locales fueron don Juan de Borbón, su hijo, el rey Juan Carlos, y su nieto, Felipe, el actual Rey… También era frecuente verlos por allí, en verano sobre todo, a los Fierro, especialmente a Cuqui, a Camilo Cela, a Julio Iglesias, que una noche, durante la cena a la que asistió Ramón Arcusa, pidió once botellas de Vega Sicilia –de lo cual damos fe, pues estábamos allí–, a una de sus novias, Vaitiare… «También el Barón de Vidal, don Juan –recuerda Cosme–, quien gastaba más en puros que en comida y bebida... Y ya ni te cuento extranjeros de los mejores hoteles gracias a los conserjes y a los taxistas. Y es que, como digo, o te lo montabas así, o no funcionabas. Naturalmente, todo tenía que ir acompañado de una gran cocina y el mejor servicio».
Por otra parte, además de comidas, bebidas y puros, Cosme vendía relojes –Cartier, entre otros– y cuadros. De hecho, las paredes de ambos restaurantes estuvieron siempre repletas de cuadros de pintores de primera línea. «¡Ah… Bueno! Una noche vino Joan Miró, y como le gustó tanto lo que cenó, me hizo un dibujo dedicado y firmado, que guardo en casa como un tesoro. No por lo que vale en sí, que vale, sino por la circunstancia de cómo se hizo».
De Palma a Madrid
La salida de Cosme del Ulises fue un tanto abrupta. «Una noche se presentaron a cenar varios sindicalistas. Pedían que readmitiera a un trabajador que había echado. Como insistieron mucho, me cabreé tanto que les di las llaves del local, diciéndoles: ‘¡Hala!, a partir de mañana os las arregláis vosotros'», largándose para no volver más. Evidentemente, arregló los asuntos con su socio, y a poco el restaurante cerró. Cosme decidió comenzar de nuevo, yéndose a Madrid, enrolándose en una cafetería hawaiana de la calle Serrano. «Abrían a media tarde y cerraban a media noche haciendo una caja más bien mediocre… Hasta que implanté comidas y cenas a base de menús, y todo cambió para bien. Era cliente de esas comidas de menú el director del banco Portugués do Atlántico, quien, viendo el cambio que había dado el local, me propuso que me buscara un local, que lo abriera, que ellos lo financiaban, sin que tuviera que poner ni un duro. Pero hicieron que firmara un seguro de vida en su banco… Por si me pasaba algo, que no por otra cosa. De este modo, nació el primer restaurante-arrocería Formentor. Y digo primer, porque llegué a tener nueve en Madrid, uno de ellos en la esquina del estadio Santiago Bernabéu. Y es que, si no haces nada, no consigues nada. Y si no, a las pruebas te remito… Con el tiempo regresé a Mallorca, abrí un restaurante al lado del Colegio de Abogados, y luego llegaron los del Coll y Marratxí y la tienda de Son Moix. Los llevan mis hijos, y si les ayudo es porque no me veo sentado en el sofá de mi casa».
No se llevan bien
Nos contó también que está casado en segundas nupcias, y que su mujer no trabaja con él, «pues así, no viéndote cada día, no solo en casa, sino también en el trabajo, hay menos discusiones…. Por cierto –añade– gracias a este segundo matrimonio, en el que soy muy feliz, me he convertido en primo político de la reina Letizia, ya que mi suegra es hermana de su madre. Pero no nos hablamos. O mejor, no se habla mi suegra con su madre, ni tampoco con un hermano que tienen… ¡Cosas de familia! Por eso no creo que los Reyes, o sus hijas, vengan nunca por aquí… Que si vienen, encantados. Don Felipe sabe cómo cocinamos de bien». ¡Grande, Cosme! No cambies.