La leyenda del tenis Boris Becker fue un enamorado de Mallorca durante años. Sin embargo, los problemas con su gran mansión de Son Coll, situada en Artà, lo llevaron a distanciarse de la Isla que había sido un refugio para él durante décadas. La historia del tenista y su residencia mallorquina está plagada de litigios, sanciones, deudas y hasta okupas. Esta viernes se ha dado a conocer un nuevo capítulo: el deportista ha sido condenado a más de dos años de prisión por ocultación de bienes.
Becker compró esta finca situada en el norte de la Isla a finales de los años noventa, concretamente en el año 1997. Se trata de una propiedad de lujo que cuenta con 2.900 metros cuadrados, piscina, pista de tenis, gimnasio, establos y una edificación para el servicio y los invitados, además de la casa principal. En su día la adquirió por un millón de euros y acometió unas importantes obras de reforma, que anticiparon los muchos problemas que vendrían después. Sin embargo, los problemas para el deportista no tardaron en llegar.
En 2003, una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Baleares le obligó a demoler gran parte de lo construido, al constatar que las obras se habían realizado sin permiso y saltándose los límites de edificación estipulados en las licencias. Antes hubo intentos para legalizar las obras por parte del Consell, pero todos cayeron en saco roto y, al final, el extenista tuvo que pagar más de medio millón de euros en multas por varias infracciones urbanísticas.
Los problemas financieros para Becker no cesaron. En 2012 la propiedad salió a subasta por el impago de los 276.000 euros que adeudaba a la empresa que diseñó y mantuvo los jardines de Son Coll. Sin embargo, un acuerdo con los denunciantes en el último momento permitió al tenista paralizar la venta de la propiedad, que fue tasada por el juzgado en 8,5 millones de euros. Tan solo dos años después la historia se repetía por otra deuda de medio millón de euros con la empresa que realizó las reformas. El juzgado sacó de nuevo la finca a subasta pública y una vez más, un pago de última hora le permitió conservarla.
A partir de ahí, el tenista intentó vender la finca, primero por 15 millones de euros y después por siete millones, aunque los intentos resultaron infructuosos. La guinda de sus problemas en la Isla llegó en 2017 cuando un tribunal de Londres le declaró en bancarrota, a pesar de que solicitó una última oportunidad para pagar la deuda que contrajo para rehipotecar la finca.
La casa quedó deshabitada tras años y año de litigios y problemas, pero en 2018, una nueva vuelta de tuerca hizo que llegasen nuevos inquilinos a Son Coll. Una comuna de okupas, liderada por Georg Barres, se instaló en la casa durante una larga temporada. Fue en 2020 cuando una comisión judicial acompañada de la Policía Nacional y la Guardia Civil desalojó al grupo de okupas que residían de forma ilegal en Son Coll. Los habitantes de la finca llevaban desde mediados de 2018 residiendo en la mansión, incluso llegaron a reformarla, tenían un huerto y red wifi.
Desde entonces el tenista casi no ha vuelto a visitar la Isla, aunque sí que pasa largas temporadas de descanso en Ibiza. La última vez que visitó Mallorca fue en agosto de 2021 para asistir a la inauguración de una exposición de su hijo en la galería de arte Gerhardt Braun, en Palma.