Este viernes santo se acaban de cumplir 110 años del naufragio más famoso de la historia, el del Titanic. Películas, libros, reportajes y documentales han mostrado el drama humano que se vivió frente a las costas de Terranova un 15 de abril de 1912 a las 2.20 de la mañana cuando el famoso trasatlántico se hundió bajo las frías aguas del Atlántico llevándose con él al fondo del mar la vida de 1.517 personas, entre las que se encontraban dos ciudadanos españoles. Aunque no ha sido el mayor desastre marítimo de la historia en cuanto a número de fallecidos, el hundimiento de este lujoso trasatlántico marcó el inicio del fin de una época gloriosa.
El Titanic, de la compañía White Star Line, se construyó con la intención de competir con los famosos buques de la naviera rival Cunard Line, el Mauretania y el Lusitania (otro barco con un final aciago, ya que sería hundido por un submarino alemán en 1915 frente a las costas de Irlanda, ocasionando la muerte de más de 1.000 personas, muchos de ellos norteamericanos, y marcaría la entrada de Estados Unidos en la I Guerra Mundial), al igual que sus barcos gemelos, el Olimpic y el Britannic (todavía en construcción por entonces), y que estaban destinados a ser los mayores y más lujosos trasatlánticos de la época.
Lujo y diseño
El barco se diseñó usando algunas de las más avanzadas tecnologías disponibles en aquel tiempo: contaba con mamparos herméticos que dividían el casco en 17 secciones independientes, lo que llevó a creer que podía mantenerse a flote en caso de rotura de una parte del casco; una potente estación de telegrafía; también un nuevo diseño de hélice de tres palas; y unas instalaciones de primera clase que no tenían comparación en cuanto a lujo se refiere. Todo ello hizo que el Titanic fuera considerado 'insumergible' según la prensa de entonces.
El Titanic contaba con decoraciones basadas en estilos clásicos, tales como el Imperio, Regencia, Luis XIV, Luis XV, Adams o Jacobino, entre otros. Fue equipado con una piscina interior, un gimnasio, una cancha de squash, un baño turco y una sala de recepción, entre otras comodidades para uso exclusivo de primera clase. El buque contaba, además, con dos bibliotecas y dos peluquerías. Por eso, no es de extrañar que la flor y la nata de la alta sociedad inglesa, estadounidense y canadiense se peleara por tener plaza en el primer viaje de este palacio flotante. Al igual que los cientos de emigrantes europeos que buscaban un futuro mejor en USA y que viajaban como pasajeros de tercera clase.
El 10 de abril de 1912, el Titanic inició su viaje inaugural partiendo desde Southampton (Inglaterra) con destino a Cherburgo, Queenstown y, finalmente, a Nueva York, con 2.227 personas entre pasajeros y tripulación. Cuatro días más tarde, a las 23:40 del 14 de abril, el buque chocó con un iceberg al sur de las costas de Terranova (Canadá), abriéndose las placas de estribor a 5 metros de profundidad con 6 brechas diferentes que en total sumaban unos 100 metros de rasgaduras y 5 compartimentos abiertos al agua. El Titanic quedó sentenciado y se hundió a las 2:20 de la mañana del 15 de abril tras partirse en dos. El siniestro se saldó con la muerte de 1.517 personas y en esa época se convirtió en el peor desastre marítimo en tiempos de paz.
Numerosas víctimas
Una de las causas del elevado número de víctimas fue que, a pesar de cumplir con todas las normativas marítimas de la época, el barco sólo llevaba botes salvavidas para 1.178 personas, y aún así sólo se salvaron 705, que fueron rescatadas por el buque Carpathia dos horas después del suceso. Gracias a los testimonios de los supervivientes queda claro que, a pesar de su vasta experiencia en el mar, el capitán del barco, Edward John Smith (que realizaba su último viaje antes de jubilarse), se mostró errático y ajeno a la situación que se avecinaba, dejando todo el trabajo de evacuación a la tripulación.
El problema fue que, a pesar de que no había plazas suficientes para todos, los botes se lanzaban al agua medio vacíos, ya que muchos pasajeros ni se tomaban en serio el peligro, ni consideran seguro abandonar el Titanic hasta la media hora final, cuando quedó claro que el barco se hundía. Por ejemplo, el bote número 7 transportaba sólo 24 personas (con una capacidad de 65) y el 1 tan solo a 12 (con capacidad para dar cabida a 40). Incluso a la hora de realizar una evacuación en el barco había clases y clases: se dio preferencia a la primera y segunda clase, mujeres y niños principalmente.
Por poner un ejemplo de la desigualdad que imperó: sólo murieron cuatro mujeres y una niña de primera clase por decisión propia al no querer abandonar el barco frente al escalofriante dato de que el 49 % de las mujeres y el 64 % de los niños de tercera fallecieron. En total, el 75 % del pasaje de tercera clase pereció, muchos de ellos sin la posibilidad siquiera de llegar a los botes salvavidas, quedando atrapados en los pisos inferiores, ya que los accesos a primera clase estaban cerrados y sólo se les permitía llegar a la cubierta de botes en pequeños grupos.
Muertos millonarios
A pesar de que gran parte del pasaje de primera clase se salvó al acceder los primeros a los botes salvavidas, entre los fallecidos se encontraban famosos multimillonarios ingleses y norteamericanos, como John Jacob Astor IV, propietario de los hoteles Waldorf Astoria; Benjamin Guggenheim, magnate de la metalurgia; el mayor Archibal Butt, mano derecha del presidente Taft; o el matrimonio formado por Isidor e Ida Straus, propietarios de los conocido almacenes Macy's de New York. Esta última fue una de las cuatro mujeres de primera clase que falleció en el Titanic al no querer dejar a su marido con la ya famosa frase, según los supervivientes: «Llevamos casados más de 40 años. A donde tú vayas, voy yo».
Entre tanta tragedia, héroes como la orquesta de música del Titanic, que falleció al completo, y que no dejó de tocar hasta que el barco se hundió para que los pasajeros no perdieran la calma; o el quinto oficial Arthur Lowe, el único que se atrevió a regresar minutos después del hundimiento para intentar recoger a los que estaban en el agua congelándose, salvando así la vida de cuatro personas.
También la pasajera de primera clase y activista en pro de los derechos de las mujeres, Edith Evans, que permitió subir en su lugar a una amiga, Caroline Brown, porque, dijo, «le esperaban sus hijos en casa», salvando su vida, ya que fue la última persona en conseguir un puesto en un bote salvavidas antes de hundirse el barco. Evans pereció en el naufragio; o el caso de la heredera Anne Elizabeth Isham, también pasajera de primera clase, que abandonó por decisión propia su plaza en un bote salvavidas al no poder llevar con ella a su perro, un gran danés, ya que por su tamaño ocupaba el puesto de una persona. Aunque su cuerpo nunca fue recuperado, algunos supervivientes aseguraron haber visto flotando entre los restos del naufragio el cuerpo de una mujer abrazada a un perro. Un monumento en su memoria fue erigido por su familia en Vermont.
Españoles en el 'Titanic'
En el Titanic viajaban 10 españoles en primera y segunda clase, de los que fallecieron dos pasajeros de primera: Ramón Artagaveytia, de 70 años y origen vizcaíno, y que residía en Uruguay desde joven; y Víctor Peñasco, rico heredero de una de las grandes fortunas españolas, y nieto de José Canalejas, primer ministro de Alfonso XIII. El joven de 26 años celebraba su luna de miel en el barco. Su mujer, María Josefa Pérez de Soto, y su criada, Fermina Oliva, tuvieron más suerte y abandonaron el barco en el bote 8 después de que Víctor dejara su puesto a una mujer de tercera clase con su bebé. En segunda clase sobrevivieron todos: el grupo catalán formado por Julián Padrón y su mujer Florentina Durán, la hermana de ésta, Asunción, y un amigo de la pareja, Emilio Pallás; así como José Landaeta, de Madrid, y Encarnación Reynaldo, nacida en Marbella.
A raíz de este accidente, se adoptó en 1914 el primer Convenio Internacional para la Protección de la Vida Humana en el Mar (SOLAS), una serie de medidas para evitar los fallos que habían motivado y agravado tal catástrofe, entre ellos la obligación de contar con botes salvavidas para todos; la habilitación de una ruta mucho más al sur en tiempos de deshielo y una patrulla marítima que advirtiera periódicamente de icebergs en ruta.