Raúl López Ligero es, desde hace 20 años, bombero de Mallorca. Es, además, paracaidista, fotógrafo, cámara de vídeo, montador de imágenes, piloto PPL y de dron, exconcursante de realities, patrón de barcos, viajero incansable… Y es, además, un solidario donde los haya, tanto que en menos de un mes ha estado dos veces en la frontera polaco-ucraniana, llevando alimentos y medicinas y trayendo refugiados a Mallorca, y acogiendo, además, a una madre con sus hijos en su casa, «donde permanecerán hasta que encuentren trabajo y colegio, es decir, hasta cuando puedan estabilizar sus vidas».
Posiblemente, Raúl hará un tercer viaje. Los dos primeros los hizo en grupo, el primero, llevando su coche, con menos personas, el segundo, con más gente, entre ellas dos compañeros de Bombers de Mallorca y uno de Palma, con furgonetas y un autocar de Transunion, contando para ello con el apoyo de Per Ells, de sa Pobla, que son quienes les facilitaron los contactos con las familias, «para lo cual, en el momento de la recogida, has de rellenar una serie de papeles, entre ellos los que te comprometen a que durante el viaje les vas a facilitar la comida y alojamiento, que conseguimos gracias a Hotel Beds, que nos hospedaron en sus mejores establecimientos. En Lyon, por ejemplo, en uno de cinco estrellas. También debo dar las gracias a Baleària por trasladarnos de la Isla a la Península y viceversa. Y en cuanto al número de refugiados que hemos sacado de Ucrania, en el primer viaje fueron treinta, y en el segundo, 77, a los que una vez que llegamos a Palma se les alojó en hoteles, albergues y con familias de acogida, iniciándose a continuación los trámites en estamentos oficiales para su regularización y la escolarización de los niños. Para la escolarización de los niños de la familia que hemos acogido en casa, hemos hablado con la dirección del centro Santa Magdalena Sofía. Mientras, ellos, en casa, viven en una habitación grande, sin problemas, comunicán- donos en inglés, aunque el mayor ya chapurrea algo de español».
Los mayores, lo más doloroso
Para Raúl, lo más impactante de estos dos viajes ha sido la gente mayor. «Como no los reclama nadie, se quedan allí, en el viejo pabellón, solos y durmiendo en el suelo. Y pese a que son muchos, el silencio en el lugar es total. Su mirada está perdida, no saben hacia dónde dirigirla, pues siempre se encuentran con lo mismo: la soledad, y saben que si se quedan allí es porque nadie los reclama». Por otra parte, Raúl advierte a los que vayan, como él ha ido, de los peligros que se pueden encontrar, sobre todo a medida que se acercan a la frontera. «Porque hay bandas organizadas que saben que llevas, como mínimo, dinero, móviles, puede que un ordenador… El coche mismo... Y como saben que vas solo, sin escolta de ningún tipo, te pueden asaltar. Por tanto, mucha precaución... Y no te pares nunca…».
De un lado a otro
Sin embargo, tras estos dos viajes, Raúl se siente decepcionado, «no por los viajes en sí, ni por el apoyo que hemos tenido tanto por Per ells, como por Hotel Beds y Baleària, que tienen todo nuestro agradecimiento por el comportamiento que han tenido para con nosotros, viajeros y refugiados. Sino que mi decepción es hacia los altos mandos de Bombers de Mallorca, sobre todo por la nula colaboración que recibimos de ellos». Tras hacer una breve pausa, prosigue: «Un grupo de Bombers de Mallorca fuimos a pedir ayuda a jefatura, concretamente, para ver de qué forma podrían colaborar a fin de echarnos una mano en la frontera de Polonia con Ucrania. La respuesta fue que la ayuda debíamos pedirla a través del Fons Mallorquí de Solidaritat i Cooperació. Pero allí no encontramos a nadie que nos pudiera ayudar. De hecho, al llegar allí nos dio la impresión de que parecía más el fondo mallorquín de soledad que el de cooperación, pues tras escucharnos nos mandaron al Consell, desde donde nos remitieron otra vez a la jefatura de Bombers de Mallorca… En fin… El pez se estaba mordiendo la cola, por tanto, nada de nada de parte de Bombers de Mallorca. Ni siquiera fue posible conseguir alguna ayuda para gasolina, o que nos cedieran un vehículo antiguo que ya no esté en uso, o emisoras, también antiguas, o material que seguro se debe de estar pudriendo en algún almacén. No nos dieron nada. Y lo peor fue que al salir de aquel despacho, nos dijeron que les sabía mal no poder ayudarnos, pero que si necesitábamos algo, no dudáramos en pedírselo, lo cual nos sonó a la típica frase hecha. Porque llegados a ese punto, más que escuchar eso, hubiéramos preferido más un «¡Adiós! No me interesa lo que vais a hacer… ¡Ah!, y cierren la puerta al salir».
Totalmente decepcionado
Tras una nueva pausa, Raúl prosigue con su relato. «Al llegar a la frontera, nuestra sorpresa, y decepción a la vez, fue encontrarnos con convoyes de bomberos de toda Europa, con sus EPI, con sus bomberos con días libres de sus servicios, ayudando, atendiendo y siendo muchísimo más efectivos que nosotros a la hora de agilizar el papeleo, organizar los entretenimientos y todo cuanto conlleva enviar ayuda humanitaria y recoger a los refugiados en países fronterizos con otro en guerra. Pero –añade–, la guinda del pastel fue cuando, al regresar a Mallorca, vi en mi cuadrante que las horas que había pedido para cambiar con el servicio, aparte de tener que devolverlas, lo cual considero normal y justo, me las computaron como horas extras, evidentemente sin cobrarlas, y con el castigo de que mientras todos mis compañeros tendrán posibilidad de hacer esas horas extras, yo tendré que esperar a que nos igualemos para poder hacer alguna guardia extra compensada. Y a todo eso yo le llamo decepción, que es lo que siento en estos momentos».