Quedamos con Azra Dobojlic cuatro días después de haber comenzado la guerra en Ucrania. Y la citamos porque es una de las personas que mejor nos puede transmitir lo que sienten los niños bajo el estruendo de las bombas, el sonido de las sirenas anunciando que la aviación enemiga se aproxima, el bajar precipitadamente al sótano-refugio de las casas para guarecerse de las bombas que caen desde el cielo… Y la citamos porque ella fue una niña que vivió todo esto en primera persona.
«Por eso –nos dice–, cuando veo que un niño ucraniano mira hacia el cielo, viendo a los aviones que sobrevuelan para dejar caer las bombas sobre ellos, sin entender qué pasa, me recuerda que yo, siendo niña, viví todo eso, en Sarajevo, mi ciudad. ‘¿Por qué los que siendo amigos ayer, hoy nos quieren matar…?', le preguntaba a mi madre, que cogiéndome de la mano me metía en un portal a poco de escuchar la sirena anunciado la llegada de aviones... El encuentro con Azra fue en la terraza del Cristal. Estaba emocionada.
Me veo en ellos, los niños...
«En Ucrania está pasando lo que en Sarajevo. Y pasa lo que pasa, porque hay un loco llamado Vladimir Putin, que quiere imponer su fuerza en un Estado soberano, como si fuera suyo, para lo cual hace uso de su fuerza sin mirar que está matando a gente inocente. En Sarajevo, bosnios, croatas y serbios vivíamos en paz… Porque mi madre es bosnia y mi padre serbio… Y todos éramos felices hasta que tres serbios, Slobodan Milosevic, Radovan Karadzic y Ratko Mladi, iluminados como Putin, decidieron que Bosnia era suya, y como no lo consiguieron por las buenas, optaron por la fuerza. Como pasa ahora en Ucrania. Por eso, me veo reflejado en las niñas, niños y padres de ese país, aterrorizados por la situación que están viviendo, pero que no entienden. .. ¡Pero si hace cuatro años el Mundial de Fútbol se jugó en Rusia y en Ucrania, ambos países amigos…!».
14 pisos a pie
Azra y sus padres vivían felices hasta aquella tarde en que yendo en el autobús, este paró frente al hotel Holliday In, situado a uno de los lados de la que sería tristemente famosa Avenida de los Snipers. «El chófer le dijo a mi madre que el camino estaba cortado por un grupo de gente que estaba pidiendo la paz. Nos bajamos del bus y caminamos hasta donde estaba esa gente, frente al Parlamento. De pronto, algunos se pusieron a correr, cayendo uno o dos al suelo, muertos. Los francotiradores disparaban desde los edificios cercanos… Mi madre me cogió en brazos y, corriendo, nos escondimos en un bloque de casas cercano con otra gente. Días después me contaron que encontraron a una joven y un joven, abrazados, muertos a tiros, yaciendo sobre el banco de un parque cercano…. Como pudimos, llegamos a casa. Estaba en la planta catorce de un edificio. Mi madre, enseguida, deshizo las camas y colocó los colchones tapando las ventanas. Desde ahí veía cómo los tanques bajaban por las colinas cercanas llevando la bandera de Yugoslavia, no la bosnia, ni la croata ni la serbia. ¡La de Yugoslavia…! ¿Por qué esa bandera…? No entendía nada. ¿Qué pasa, mamá…? –pregunté a mi madre, llorando, cada vez más confusa–. ¿Pasa esto porque me he portado mal…?». Al día siguiente, al sonar las sirenas, mi madre me tomó en brazos, y a pie, bajó por las escaleras al sótano de la casa, donde había más gente, más niños como yo, todos asustados por lo que estaba pasando sin que entendiéramos por qué. Por eso, muchos lloraban… Lloramos, mejor... Nos quedamos allí durante mucho rato, apretujados unos con otros, sobre unas mantas… Otro día, una mujer nos dijo que habían bombardeado el aeropuerto, destruido la fábrica de electricidad y los embalses de agua, por lo que nos quedamos sin luz, sin agua y aislados. Que es lo que están haciendo ahora en Ucrania los rusos. Por eso digo que están viviendo lo que yo viví… ¡Algo terrible! y más si eres niño».
La madre de Azra se entera de que un autobús viaja hasta Belgrado con gente que huye. «Belgrado es la capital del enemigo –me dice–, pero como allí no tiran bombas, si vamos estaremos seguras…». Subimos a ese autobús y, durante el trayecto, policías camuflados lo paran, suben a él con sus kaláshnikov, y con malos modos piden que nos identifiquemos, luego obligan a dos o a tres a bajarse. Eso ocurre seis o siete veces durante el trayecto. Y siempre pasa lo mismo. Cuando llegamos a Belgrado nos enteramos de que a los que han obligado a bajar los han matado en la cuneta. Pienso que tuvimos mucha suerte, porque ¿y si nos hubieran elegido a mi madre y a mí…? ¡Seguro que estaríamos muertas! Por eso, me preocupa mucho ahora lo que les puede pasar a los que intenten salir del país, huyendo del horror. Y pienso, sobre todo, en los niños y en las madres…».
Llegada a Mallorca
De Belgrado, en una avión fletado por UNICEF y el Gobierno español, «al que pudimos entrar, y que no sé cómo lo consiguió mi madre, volamos a Valencia, y de ahí a Mallorca, a donde llegamos el 3 de diciembre de 1992, quedándonos en Sóller, donde mi madre encontró trabajo y yo pude estudiar, aprendiendo el español y el catalán, y sintiéndonos como dos mallorquinas más, puesto que todos los refugiados fuimos acogidos muy bien».
Azra, que se ha tenido que secar disimuladamente las lágrimas que resbalaban por sus mejillas, tiene dos hijas, es auxiliar de enfermería, estudia 5º Curso de Medicina en la UIB y trabaja en la Clínica Rotger de Palma, en la cuarta planta, donde se siente muy a gusto y muy feliz, rodeada de gente con la que se lleva muy bien, «lo cual, para mí, estar aquí, es un sueño. ¡Ojalá que cuando sea médico pueda seguir en esta clínica, pues me siento en ella como en casa…!».
Solo un cuadro
Retomando el relato, Azra recuerda que en el 94, con la guerra de los Balcanes prácticamente finiquitada, invitada por Ultima Hora, regresó con su madre a Sarajevo, donde permanecieron una semana. Intentaban retomar su vida en esta ciudad. Retomar también su casa. Ella, volver a la escuela a la que asistió siempre y su madre a su trabajo, como presentadora de televisión y actriz… Pero todo salió mal… La madre no recuperó su estatus, ni ella pudo volver al colegio, encontrándose su casa ocupada por una familia de refugiados. Lo único que pudieron traerse de allí fue un cuadro. «Y es que tras la guerra, viene la posguerra, en la que nada es fácil, y mucho más si has sido refugiado, como nosotros, yéndote del país… Porque cuando regresas a él con la intención de volver a empezar, y te encuentras con nada, pues lo que tenías ya no te pertenece, y si quieres seguir allí te has de apuntar en la lista de refugiados y esperar a que te llamen. ¿Te imaginas…? ¿Refugiadas nosotras, que nacimos allí…? ¿Entiendes que esté como estoy, viendo lo que veo desde hace unos días? Niños aterrorizados, llorando, madres desesperadas, jóvenes muertos en la carretera, edificios destrozados, sirenas de alarmas, explosión de bombas, aviones que llenan el cielo… Todo por un loco que quiere ser dueño de un país que no es el suyo, y en el que su gente vivía feliz. Por ese loco llamado Putin y por el fracaso más absoluto de la diplomacia mundial. De verdad que es una tragedia en la que pagarán los más débiles, como pagamos en la tragedia que hace treinta años vivimos nosotros, felices hasta que tres iluminados decidieron que les pertenecíamos. Yo, lo único que puedo hacer es seguir rezando cada día por los débiles y unirme a su dolor».