Acariciar a tu gato es una de las sensaciones más placenteras que hay. Pero...no todos se dejan. Si por algo son conocidos los felinos es por su particular carácter. Su forma de dar y de recibir muestras de cariño difiere a la de los humanos. Por ello, es preciso entender su lenguaje corporal y sus pautas de comportamiento, para no perturbarlos y mantener una óptima comunicación con ellos.
Los gatos pueden llegar a considerar casi una agresión una caricia o un achuchón. Quizá no le gusta la zona en la que se le acaricia o el tiempo que se extiende la misma. Para adaptarnos y lograr una mejor relación con el felino, las caricias que les demos han de cumplir con estas cuatro premisas:
- Previsibles: no hay que abordarles de forma imprevista. Los gatos no son como los perros y requieren movimientos suaves y lentos.
- Placenteras: le tienen que gustar. Las zonas en las que más suelen disfrutar las caricia son en las mejillas, la frente y el lomo. Eso sí, al final, depende de cada uno.
- Permitidas: tenemos que percibir que el gato se deja acariciar. De lo contrario, habrá que asumir que el animal es de carácter más esquivo y adaptarnos a ello, sin forzarle.
- Productivas: al acariciar al gato se refuerza su sentimiento actual. Es decir, si el animal está tranquilo o a gusto en el momento de la caricia, se multiplica esa sensación. Por contra, si se trata de forzar el momento en un punto en el que está intranquilo o nervioso, el efecto se multiplicará, pero en el peor de los sentidos. Por ello, si no se tiene clara la situación, los expertos recomiendan no acariciarlos.
Si al final decidimos acariciarle, habrá que estar atento a su respuesta. Si mueve la cola de un lado al otro fuertemente, tiene las orejas plegadas, el ceño fruncido o intenta apartarse, muy probablemente no esté disfrutando. Es importante respetar sus gustos y peculiaridades. Es importante recordar que se trata de seres vivos, no juguetes. Las razones a este rechazo pueden ser de origen muy variado. Puede que no esté acostumbrado al contacto humano, que aún no confíe en nosotros, que sienta dolor o incluso que esté alterado por un cambio hormonal.