Francisco Javier Cuenca Bonet, Xisco, nacido en Palma hace 34 años, es uno de los invisibles de la colección fotográfica del mismo nombre, que podéis ver hasta el próximo 25 de los corrientes en la Fundació Sa Nostra. Su imagen en blanco y negro la encontraréis, según entráis en la sala, en la pared de la izquierda. Con la intención de hacer visible su invisibilidad, estuvimos hablando con él. La cita era a las diez de la mañana, en el Llar Kurt, sito en el polígono de Son Castelló. Y allí estaba, sentado en su silla de ruedas, bien abrigado, esperándonos...
Según nos contó mientras íbamos a un bar cercano a tomarnos algo, y a charlar un rato, antes de quedar parapléjico, ya era minusválido: padecía distrofia muscular, escoliosis múltiple en los huesos, tenía –y tiene– una cadera con un desvío de 10 centímetros y algunas cosas más... Y por si fuera poco, consumía pastillas y fumaba canutos… «Un día, en que no iba muy claro, dejé que un amigo condujera mi coche. El problema es que como yo no iba muy bien, no me di cuenta de que él estaba peor que yo... Que estaba completamente borracho. Total, que embaló el coche, estrellándolo contra una farola. ¿El resultado? Pues ya lo ve: me he quedado sentado en una silla de ruedas para siempre. Por todos los problemas físicos que tenía antes del accidente –añade–, y a partir de este, o sea, por no poder andar más, mi madre recibe una paga de 680 euros... Y como no podía subir al tercer piso donde vive mi madre, ni ella cargar conmigo a cuestas, primero porque no puede con mi peso, y segundo, porque tiene tres hernias discales y mal el menisco…. Pues por eso, me tuve que ir a vivir a Ca l'Ardiaca, donde no es fácil vivir… Menos mal que pude entrar en el Llar Kurt, compartiendo una habitación con dos chavales, con los que me llevo muy bien y donde hay un cuarto de baño preparado para minusválidos. Y encima, como en rehabilitación he aprendido a pasar de la silla a la cama, y la manera de utilizar el váter… Pues me apaño. Aparte de que aquí desayuno, como, ceno y puedo hablar con otra gente. Vamos, que estoy muy bien. Nada que ver con donde vivía antes... ¿Qué hasta cuándo voy a estar aquí…? No lo sé. Me he apuntado para que me cojan en Aspron, un lugar para gente como yo, pero hasta que me llamen voy a seguir aquí».
Confiesa que tiene más que asimilada su situación, «pues no puedo hacer nada para ser como el de antes, así que no hay más que hacer, solo aguantarme y acostumbrarme a vivir así. Bueno…Y lo que sí tengo que hacer, como sea, es dejar de fumar porros. Lo estoy intentando, y seguro que lo voy a conseguir, pues no fumo mucho Pero cuesta, ¿eh? Cuesta mucho, pero lo intento…».
Pero, ¿cómo poder dejarlo?
Le recomendamos que cuando haga propósito de enmienda, que no diga que a partir de mañana lo deja, «sino di que lo dejas hoy, ahora mismo. Y que a partir de hoy, que lo intentarás día a día. No hagas proyectos a largo plazo… Cuando te deje, ponte delante del espejo de tu cuarto y prométete que hoy no vas a fumar. Y haz lo mismo mañana y pasado…».
Él asiente. Promete que lo va a hacer así, «pero no va a ser fácil –advierte otra vez–. ¡Son muchos años, ¿sabe?! Y es que desde chico fui un bala perdida... Robaba a mi madre, a mi hermano… Robaba lo que fuera para pagar la droga. Comencé a los 15 y lo dejé a los 18, gracias al Projecte Home, pero no pude con los canutos, pues cada vez que podía me fumaba uno… No quiero echarle toda la culpa, pero la gente con la que traté siendo un chaval no me benefició. Todo lo contrario… ¡Qué más hubiera querido yo que jugar con los otros chavales en el parque…! Pero la droga podía más que eso. Y la droga me hacía robar, y hacía que hiciera sufrir a mi madre, a mi hermano… Él... ¡Es que no quiere ni verme! Me ha dicho que ni le mire hasta que haya dejado los porros. Entonces podremos hablar… Y en esas estoy, intentándolo».
La idea es buena...
En un momento determinado de la conversación nos dice que le gustaría ir por los colegios, contando a los chavales lo malas que son la droga y según qué compañías. «Me gustaría decírselo personalmente, porque creo que eso sería bueno para ellos, ya que se lo está contando uno que por la droga ha quedado mal». Pues no estaría mal, pensamos. Sería bueno para los chavales y para él… «Pero que puedas hacer eso no depende de ti, sino de las autoridades», le decimos.
Cuando nos habla de su vida sentimental, «dos novias he tenido, pero no me ha ido bien con ninguna. Una era borracha y la otra se drogaba…», aparece su madre. «¡Si yo le contara! –nos dice, mirando a su hijo, subiendo y bajando su cabeza–. Dejó de ir a la escuela, yéndose por ahí, con otros chicos… Y llegó un momento en que me desvalijó la casa para comprar droga. Todo lo que pillaba, desde el ordenador a cualquier cosa, lo vendía… Yo ya le he dicho, que como no cambie va a ser peor para él». Aunque reconoce que como era antes, a cómo es ahora, la diferencia es muy grande. Para mejorar. «Pero debe de esforzarse más…».
Hagámoslos visibles
¿Cuántos hay como Xisco en esta comunidad…? Puede que muchos, y bastantes de ellos invisibles ante nuestros ojos, como lo ha sido él hasta hoy. Sí, los vemos sentados en un parque, soleándose, pero ni sabemos nada de ellos, ni cómo han llegado hasta ahí, ni qué futuro les espera, desde luego nada bueno… Igual, o si no parecidas a la de Xisco, pueden ser las historias de otros Invisibles que aparecen en la citada muestra fotográfica, o que deambulan por la vida. Por tanto, cada vez que nos encontremos con alguno de ellos, en vez de mirarlos de refilón hagámoslo de frente. Seguro que ellos lo agradecerán. Démosles visibilidad escuchándoles, ayudándoles... Porque seguro que detrás de ellos hay una historia.