El pasado día 2 de diciembre hicimos sobremesa con el primogénito de Pablo Escobar, Roberto Sendoya Escobar –pues así firma su libro–, o Philip Witcomb-Roberto Escobar –como también figura en otros documentos–, que desde hace un tiempo largo reside en Mallorca, convirtiendo sus paisajes y rincones de pueblos en cuadros hiperrealistas. Había ido a almorzar con la coach germano-brasileña, afincada en Palma, Betina Von Hohendorf –recientemente nombrada templario– y con Manolo Moreno y Juanma Ruiz, de Radio Marratxí, en el Sky Bar del hotel Almudaina, por muchas razones muy recomendable –sobre todo en cuanto a carta, vistas y trato–, y donde, por lo que vimos, se lo habían pasado bien.
Durante la sobremesa estuvimos hablando de varias cosas, todas ellas en torno a la figura de su padre biológico, Pablo Escobar –por cierto, ese día se cumplía el 28 aniversario de su muerte– de quien contó numerosas anécdotas. Porque, desconocemos si lo sabéis, pero Roberto tuvo dos padres, el biológico, Pablo Escobar, padre de él con apenas 16 años, cuando no pasaba de ser un simple pistolero por encargo, y el adoptivo, Patrik Witcomb, exagente del servicio británico, M16, a quien habían encargado el rastreo del dinero que estaban perdiendo los bancos, dinero de la droga, por tanto dinero negro, que jamás volvía a las citadas entidades. Su misión, junto con otro agente, este de la CIA, Manuel Antonio Noriega, quien posteriormente sería presidente de Panamá, un hombre en cierto modo relacionado con el mundo de la droga y de los narcotraficantes, por tanto ideal para que le llevara hasta estos. Noriega, por cierto, terminó sus días en una cárcel; o mejor, salió de ella para ser operado de un tumor cerebral, del que murió. (Esa es una larga historia de cómo el 20 de noviembre de 1989, miles de soldados de USA asaltaron la sede del presidente del Gobierno de Panamá y se lo llevaron detenido por narcotraficante a Estados Unidos, donde le juzgaron y condenaron a cadena perpetua en una cárcel federal de Miami, que años después, enfermo, abandonaría para regresar a su país…). Pero, a lo que íbamos.
Patrick, en pleno tiroteo que mantuvo con una banda de narcos, se encontró con un niño –esta es otra larga historia que nos contará Escobar en un próximo encuentro– al que adoptaría, y le llamaría Philips. Un niño que no era otro que él, Roberto Sendoya Escobar, quien se crió y educó en Colombia –donde se habían establecido a vivir Patrik y su esposa–, siempre muy bien escoltado por dos agentes de seguridad. Con el paso de los años, cuando su padre biológico, Pablo Escobar, se enteró de que era su hijo, y más con el poder que la droga le había dado, trató de secuestrarle, por lo que sus padres adoptivos le enviaron a un internado de Inglaterra para que no le encontrara.
Además de esto, hablamos de la Colombia cuando a Medellín la llamaban ‘Metrallín', época en la que no era fácil la vida. Comentamos muy por encima «la vacuna», o tributo que debían de pagar los comerciantes a grupos armados que les amenazaban con destruirles el negocio si no les abonaban periódicamente una cantidad de dinero. De cómo los narcos sembraban la droga en zonas agrícolas, pagando a sus propietarios una pequeña cantidad de dinero, desde luego superior a la que conseguían ellos trabajando de sol a sol… Y hablamos, cómo no, de Virginia Vallejo, la periodista que entrevistó a su padre biológico, del que se enamoró –cuando conoció al capo de la droga en la finca de este, laHacienda Nápoles, era novia de Aníbal Turbay, sobrino del expresidente de Colombia, Julio César Turbay, –y con el que convivió durante algunos años–.
Y hablamos de ella, aunque muy por encima, pues el tiempo jugaba en nuestra contra y porque él tampoco tenía muchas cosas que contar de ella, «fuimos al mismo colegio, el Anglo Colombiano de Bogotá. Mi padrino, don Gregorio Bautista, era el presidente del centro. Virginia, cuando llegué, estaba en su último año, por lo que no tengo muchos recuerdos de ella». Y hablamos también de su libro, Firts Born: Son of Escobar (Primogénito: hijo de Escobar) –el primero de los tres que piensa escribir–, en el que cuenta todas sus vivencias y la relación que mantuvo con su padre biológico. También, en él adelanta que su padre adoptivo le dejó unos papeles, propiedad de su padre biológico, con unos códigos que en el caso de ser descifrados revelarían dónde está oculta una inmensa fortuna que este dejó escondida antes de morir.
Le decimos que nos extraña mucho que, siendo el español un idioma hablado por cientos de millones de personas en todo el mundo, el libro no haya sido traducido al castellano. «Esta mañana hablé con la agencia británica BKS, que está encargada de negociar los contratos de traducción a otros idiomas para la editorial inglesa de mi libro, y me han dicho que hay varias propuestas con distintas editoriales importantes españolas y que estamos esperando ofertas de ellos para obtener la licencia para publicarlo en español. Por ello, yo le aseguro que será publicado en español, lo que no sé decirle es cuándo. Pero cuando se consiga, que como le digo, espero sea pronto, el libro, que ha sido un best seller, habrá sido traducido a cinco idiomas».
Como la sobremesa nos lleva hasta casi el anochecer, quedamos con él para vernos en otra ocasión, para que nos siga contando y comente sobre lo que algunos opinan de él –entre ellos Sebastián, el hijo de Pablo Escobar–, que dicen que no es hijo del narco colombiano. «En realidad –asegura–, no tengo ninguna relación ni con Sebastián, ni con Manuela, aunque he tratado de comunicarme con esta a través de correo electrónico, pero sin respuesta por su parte. Pero sí tengo relación con otros dos hijos ilegítimos suyos». Por lo demás, decir que fue un placer haber podido compartir con él ese rato largo.