Estábamos la otra tarde sentados en el Bar Bosch, bajo el toldo de la entrada del establecimiento, o sea, en primera fila, mirando hacia la terraza, cuando, de pronto, sale una de las camareras, tropieza con algo y se cae al suelo, y con ella la bandeja, lo cual –sobre todo por el estruendo– no pasa desapercibido a nadie de los que nos encontrábamos allí. Vamos, que el que no salió disparado a ayudar a la chica, levantó la cabeza para ver lo que había pasado. Y es que, ¡menudo tortazo se dio la chica!
El arranque
Una vez que esta fue asistida, de pronto sonó la música. Fue como si de repente alguien hubiera puesto su mini altavoz portátil inalámbrico con wifi a todo volumen.
Y a partir de ahí empezaron a salir chicas de todas partes, primero unas pocas, a las que se sumaron otras más, y otras más después, hasta doce, además de un chico vestido completamente de blanco que parecía que llevaba el cotarro… Chico y chicas bailando al son de la música, todo muy bien sincronizado. Vamos, que se montó un flashmob en toda regla que lo paralizó todo… !
¿Qué pasa…?, se preguntaba la gente. Pues pasa eso… ¡Un flashmob! Porque, casi al final del tema musical, a esos jóvenes bailarines se les unieron otros, no tan jóvenes, que surgieron de entre la gente que estaba sentada, agradablemente sorprendida por lo que estaba viendo, que se fueron agrupando frente a otro joven –bueno, tampoco tan joven como los que bailaban, pero sí joven– quienes, en un momento determinado, hicieron pasillo al único bailarín del flashmob, quien se acercó a este, cuyo estado de ánimo oscilaba entre la sorpresa y la expectación, puesto que no las tenía todas consigo… Hasta que se dio cuenta de la movida, que no era otra que todo aquel tinglado lo había montado su pareja –el único bailarín del grupo, el chico de blanco– para… ¡Declararle su amor públicamente!. Pareja que ahora tenía ante sí, de rodillas, mirándole a la cara, pidiéndole, formal y públicamente, en matrimonio, a la vez que le hacía entrega, no de la tradicional sortija de pedida, sino un reloj de compromiso. Ni que decir tiene que todos, excepto los bailarines y el pretendiente, flipamos.
Cómo lo hicieron
Sergio Carreras, responsable de la movida, luego, en un aparte, nos explicó por qué echó mano del flashmob para pedir el matrimonio a la que es su pareja desde hace nueve años, Eduardo Díaz, sevillano para más señas, y que seguía recibiendo felicitaciones a diestro y siniestro, tanto de parte de los bailarines como de muchos de los que nos encontrábamos en el lugar.
«Los dos tenemos la academia de baile Da Housse of dance, sita en el Polígono de Son Castelló. Los dos la dirigimos –nos aclaró–. Hace tres semanas pensé en pedirle en matrimonio de una forma original, y decidí que lo mejor sería hacerlo con un flashmob, de los que solemos hacer muchos a lo largo del año, pues la gente nos los encarga ya sea para fiestas sorpresa, peticiones de mano, cumpleaños, aniversarios, etc. Así que me reuní con doce alumnas de la escuela, se lo propuse y todas aceptaron, encantadas además, en montarle un baile que lo flipara. Para ello tendríamos que ensayar sin que él se enterara de qué iba la cosa, y mucho menos de que lo hacíamos para sorprenderle, pues había que... Pues eso, darle la sorpresa. Y así lo hicimos, ensayamos durante dos semanas, a veces en momentos en que él no estaba en la academia, a veces cuando estaba ocupado dando clase y… Pues como se ha visto, lo hemos logrado, ya que se ha llevado una gran sorpresa. Y es que si haces bien las cosas, el que nunca se entera hasta que lo ve, es precisamente la persona a la que se trata de sorprender».
¿Cómo hacen para que él esté presente en el Bar Bosch? ¿Le llevan hasta allí diciéndole que van a tomar una copa para celebrar algo…?
«Exactamente, eso, no. Lo que le decimos es que tenemos un flashmob por encargo, para el que hemos preparado una coreografía especial que nos gustaría que viera. Y él nos dijo que sí, que venía con nosotros encantado. Una vez en el Bar Bosch, nos sentamos en la terraza con él, esperando.... De pronto salió una camarera, que era una de nuestras bailarinas, que tropezó, se cayó, y al golpear la bandeja sobre el suelo sonó el gran estruendo. La caída y el bandejazo fueron el sus, pues enseguida sonó la música y un segundo después fuimos saliendo los bailarines. Él, Eduardo, de pie en primera fila, no perdía detalle, pero, ¡completamente ajeno a lo que iba a pasa! Por eso, cuando casi al final del tema musical los bailarines me hicieron el pasillo. y me vio ante el, con el reloj y de rodillas, alucinó. Como no podía ser de otro modo. Y es que lo hicimos muy bien. Los chicos lo hicieron muy bien… Y él... Bueno, puede que empezara a notar que la cosa iba con él cuando al grupo de bailarines se sumaron familiares nuestros, que también andaban por allí, repartidos. Sí, a partir de ahí, puede que empezara a ver que había cosa raras… Sobre todo viendo a mis familiares bailando…».
Ni que decir tiene que Eduardo Díaz sigue sin salir de su asombro, no por la fiesta en sí, sino por cómo se la metieron, y encima haciendo los ensayos en su propio lugar de trabajo, casi delante de él… Y es que, como hemos dicho anteriormente, si la sorpresa está bien preparada, el último en enterarse es el que va a ser sorprendido.
Peticiones, bodas y cumpleaños
Volviendo a los flashmob, Sergio nos dice que la gente los suele solicitar para sorprender a alguien, ya sea, como en este caso, al novio o a la novia en una petición de mano, pero también en una comunión, boda, o fiesta de cumpleaños, etc… «Nos hemos especializado y, tal y como pudisteis ver, nos salen muy bien, cumpliendo siempre con el objetivo, que nos es otro que el de sorprender. Ni que decir tiene que son siempre los que contratan los que deciden el lugar dónde hacerlo. Nosotros nos encargamos de preparar el baile y, como en este caso, hablar con la propiedad del lugar donde vamos a actuar, colocar los amplificadores… En fin, tenerlo todo a punto, sin dejar nada en manos de la improvisación».