Ernesto Díaz es un artesano de la madera y las cuerdas, un meticuloso productor de guitarras heredero de un oficio milenario. Pero un lutier no es un mero fabricante, un lutier debe sentirse profundamente conectado a la música para poder transformar con sus manos una serie de piezas en algo conmovedor, algo que nos toque en lo más profundo. Basta con verle en acción para entender el universo de detallismo y delicadeza que se respira en su taller.
Toledano de nacimiento, Ernesto regentó una escuela de música durante años en Madrid. Allí impartía clases de guitarra, una pasión que sigue cultivando en Centro de la Guitarra, en Palma, aunque «ahora no puedo dedicarle todo el tiempo que me gustaría», afirma. Y es que, además de lutier, Ernesto fue músico profesional, «un mercenario de la guitarra», tal y como se define. Tocó para artistas como Georgie Dann, Elsa Baeza, Emilio José o Marfil. «Hacía cualquier cosa que me saliese. También toqué con artistas extranjeros como Christopher Cross o Francesco Di Napoli». Incluso recuerda haber hecho «alguna gala de Nochevieja con Concha Velasco».
La música le fascinó desde muy temprana edad, «con ocho años ya tocaba, se me daba bien. Al principio era autodidacta pero luego fui al conservatorio, y con trece o catorce años empecé a tocar profesionalmente», subraya Díaz, propietario de Centro de la Guitarra. Un local que, desde su nombre, brinda un tributo al Centro de la Guitarra Clásica Española ubicado en la calle Montenegro entre los años 1967 y 1983.
Guitarras eléctricas
En calidad de lutier, Ernesto fabrica sobre todo guitarras eléctricas y bajos, «pero la mayoría de trabajo que hacemos en el taller son rehabilitaciones, restauraciones y también conversiones de guitarras. Este es el trabajo cotidiano, el que te da para vivir», matiza. Le preguntamos qué elementos encadenan el proceso creativo de un instrumento. «Lo primero es el diseño, que aquí trabajamos muchísimo. Probar y probar hasta que encuentras algo que funciona. Luego vienen los materiales, maderas de primera calidad y todo el hardware, que en una guitarra es muy importante: clavijeros, pick ups, puentes... Y finalmente, como diría otro lutier que vive en la Isla, Pepe Mauriz, ponerle mucho amor». El precio de un instrumento oscila entre los mil quinientos y cinco mil euros, «aunque, como pueden personalizarse, el importe puede dispararse», avisa.
En cuanto al perfil de su clientela, hay de todo: «Desde profesionales al jubilado que viene a que le restaure la guitarra que tuvo de niño. También hay clientes de perfil económico alto, profesionales, cirujanos, arquitectos e ingenieros que aman la música y se dejan mucho dinero», confiesa.
Un estándar de calidad alto
Aunque para muchos no forma parte del proceso de creación musical, lo cierto es que la acción de un lutier es un arte en sí mismo. Ernesto Díaz nos ayuda a entender y valorar esta figura latente en la música, que a menudo pasa desapercibida pero que es imprescindible para mantener viva la llama de la música. Díaz sabe que el camino a la excelencia discurre de la mano del pragmatismo: «Siempre digo que como soy músico trato de hacer guitarras que sirvan para hacer música. No todas las guitarras sirven, las hay que simplemente son muy bonitas. Y atendiendo a ese concepto hacemos guitarras como mínimo de nivel medio-alto. Porque exigimos que esa guitarra vaya a sonar muy bien, no solo a tener una buena foto. Para hacer una guitarra mala, que la compren en China».