«Pues no se qué hacer –escuchó la persona del 061 a través del teléfono; era un voz tranquila, sosegada…–, pero ahora estoy con las pastillas en una mano, para tomármelas todas de golpe, y el teléfono en la otra. Y de testigo de que me las voy a tomar está mi gato –advertía muy seriamente–. Como los de la otra parte de la puerta la derriben, me las tomo».
Jesús María Segura Crevillent es un joven palmesano al que van a desalojar cualquier día de estos de su casa por una orden de desahucio interpuesta por un hermano suyo, que vive en Santander. De hecho, echarle de casa ya lo intentaron el martes pasado. Un funcionario, acompañado por dos policías, a través de la puerta de su casa de Son Gotleu, le advertía que, sintiéndolo mucho, la iba a derribar a nada que llegara el cerrajero. Pero, afortunadamente para el chico, esa persona nunca llegó.
Horas antes de que se iniciara el primer intento de desahucio, Jesús María se había puesto en contacto con el citado 061, advirtiendo a la persona que habló con él que si le echaban de la casa se tomaba las pastillas y que fuera lo que Dios quisiera. Hablamos con Jesús María el domingo, en la terraza de un bar de Son Gotleu. A primera vista es un joven normal y corriente. Le comentamos que nos extraña mucho que le haya desahuciado su hermano, que vive en Santander.
«Lo ha hecho –reconoció–. Pero hay cosas que no me cuadran. Porque al dejar la casa en la que vivía con mi novia, al romper nuestra relación, mi madre me dijo que fuera a vivir a la casa que mi hermano tiene en Son Gotleu. Incluso ella, a principios de este año, me ayudó a trasladar los muebles. Y desde luego, nadie me habló de que mi hermano había puesto una denuncia de la cual derivó la orden de desahucio. Bueno, sí, unos días antes de que vinieran a echarme de casa me lo advirtió mi madre: ‘Te vas a tener que ir, porque te van echar'».
«Luego me enteré –sigue su relato– de que lo que quería es que me fuera para quedarse a vivir en ella. En fin, ¿sabe usted lo que es un lío? Pues eso. Porque llamé a mi hermano y me dijo que no sabía nada de la denuncia. Por otra parte, mi madre, que me ayudó a mudarme a esa casa, ahora quería que me fuera y por otra, llegó el funcionario para echarme… Nadie sabía nada, pero lo cierto es que mi gato y yo nos íbamos a la calle. En realidad, nos quisieron echar el martes pasado. Pero como no tenía dónde irme y sin saber qué hacer con los muebles y mi gato, llamé al 061, diciéndoles que si me echaban, me tomaba las pastillas…».
Sin trabajo y con un gato
Durante la conversación, Jesús María nos confiesa que pertenece a una familia completamente des- estructurada. «Mi padre vive en Venezuela. Mi hermano, el dueño de la casa, vive en Santander. Mi madre no sé dónde vive ahora mismo, igual que mi hermana. Y si hace ocho o diez años era un ‘fumeta'y un rasta, ahora ya no fumo, pero trabajo… En realidad, trabajé en el aeropuerto hasta noviembre de 2019, en que se terminó la temporada. Me quedé en el paro, cobrándolo hasta marzo, en que reanudaríamos el trabajo, pero llegó la pandemia y se fue todo al traste. Del trabajo no me llamaron, se me acabó el paro, terminé mi relación con mi novia, mi madre me dijo que me viniera a vivir aquí, a las pocas semanas me encontré con lo del desahucio, lo cual me desquició…»
«Yo me preguntaba –dice– qué hago yo aquí, cómo puedo salir de ésta. Porque sin trabajo y sin dinero y con un gato, ¿a dónde iba? Por otra parte, había denunciado a mi novia porque se quedó con la fianza y el mes de adelanto que pagué cuando alquilamos el piso en el que vivimos juntos tras salir del de su madre. Al separarnos, no me dijo que el dueño de la casa había devuelto la fianza, 500 euros, más el mes de alquiler de adelanto, otros 300. Se lo quedó ella, ¿sabe? Así que, cuando me enteré, la denuncié… Días después me vino a ver dándome cien euros. No tengo más –me dijo, arrepentida por lo que había hecho–. Cuando tenga más dinero te lo daré'», relata.
«Mientras tanto, no he parado de buscar trabajo. Buenas palabras, pero nada más. ¡La crisis! Todo el mundo habla de ella. Y es que muchos lo están perdiendo todo. Yo, por ejemplo, no solo me he quedado sin nada, sino que encima me quieren echar de casa y aunque tengo esperanza de encontrar un trabajo, no será antes de mayo. La asistente social está haciendo todo lo que puede para que cobre la renta social garantida, pero si la cobro, con atrasos, no será por ahora, lo cual me hace vivir bajo una gran tensión. Por todo eso, y sin ver una salida, fue por lo que le dije al del 061 que me iba a tomar las pastillas. Ahora entiendo por qué el número de suicidios ha aumentado. Ha sido porque la situación es desesperante. Habiéndolo perdido todo, tienes que seguir pagando. Y piensas, ¿qué hago yo? ¿Cómo puedo salir de aquí? Y como no tienes respuestas, decides irte.
Si todos tenemos paciencia...
Y si no lo hizo, quitarse de en medio tragándose de golpe veinte pastillas, fue por ‘Ganja', su gato, que se lo regalaron en 2011, «cuando fumaba marihuana… En realidad, ‘Ganja', que en el lenguaje rasta es ‘marihuana'. Nunca me he separado del gato, ha formado parte de mi vida, yendo conmigo a todas partes».
«Por eso, cuando le dije al del 061 que en una mano tenía el teléfono con el que le estaba hablando y en la otra las pastillas, reparé en mi gato, sentado ante mi, mirándome tranquilo. Entones pensé que si me quito de en medio, ¿qué será de él? ¿Dónde irá? ¿Qué harán con él? ¿Se quedará en la calle y se morirá de hambre o atacado por otros gatos? ¿Lo sacrificarán? Por todas esas cosas dejé de pensar en el suicidio. Porque si daba ese paso, ¿qué iba a ser de mi gato? Seguro que eso también piensan muchos padres, a quienes la crisis, los impuestos, el quedarse sin dinero, el no tener nada que llevar a casa... les ha hecho pensar que la única salida que tienen es el suicidio. Pero que al pensar en sus hijos, echan marcha atrás, porque, ¿qué será de ellos? ¿Dónde irán? Si no lo hubiera tenido, lo más seguro es que usted y yo no estaríamos hablando… Pues ya no estaría aquí», concluye.
Por tanto, Jesús María piensa ahora de otro manera. Ve que hay más cartuchos que quemar. «Hablaré con los de desahucios, que me pagan tres meses de alquiler, con lo que me podré ir defendiendo. Hablaré también con los que me vienen a desahuciar y… Bueno, pues que hablando con ellos, podemos llegar a un acuerdo…»
«Mi asistenta me dice que podré cobrar la renta social garantida y en mayo lo más seguro es que me den el trabajo que he pedido, que no me lo han asegurado, pero sí me han dicho que tengo muchas posibilidades de tenerlo. Si todos tenemos un poco de paciencia, lo podemos arreglar. Y si, al final, quieren que me vaya de la casa donde vivo, que dejen que reúna unos euros para alquilar un trastero en donde guardar lo que tengo. Y en cuanto al gato, pues lo meto en un transportín y se viene conmigo a todas partes hasta que normalicemos esta situación. Todo es cuestión de unas semanas, de tener un poco de paciencia… De que vuelva a trabajar. Esa es mi esperanza», dice.