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Pandemia de coronavirus

El virus de la protesta se extiende por el mundo

La fatiga pandémica indigna a millones de personas que se echan a la calle para mostrar un descontento social que no deja de crecer. | M. À. Cañellas

| Palma |

La noche del 1 de noviembre del año pasado, Logroño se convirtió en el escenario de una serie de disturbios provocados por jóvenes entre 15 y 24 años. El resultado final fue de trece detenidos, varios menores de edad.

12 de enero. Palma. Primera de varias manifestaciones organizadas por la autoproclamada La Resistencia. Gran parte de los restauradores de Mallorca se levantaban contra las restricciones impuestas por el Govern. El movimiento criticaba también a las patronales y sindicatos, a los que acusaban de estar vendidos al Ejecutivo balear. Resultado: el Govern de Francina Armengol debilitado, una serie de ayudas al sector que no han contentado a nadie y la decisión de los dos organizadores del movimiento de entrar en política con SUMAM.

16 de enero. Dinamarca. Durante todo el mes de enero las calles danesas se han convertido en el escenario de la violencia entre las fuerzas de seguridad y manifestantes, convocados a través de un perfil de Facebook llamado ‘Men in Black'. Cada semana más numerosos, aseguran estar hartos de las prohibiciones impuestas para frenar la propagación del coronavirus. El gobierno liderado por Mette Frederiksen, blanco de las críticas, ha ampliado las restricciones hasta este mismo fin de semana.

23 de enero. Jóvenes de ciudades neerlandesas como La Haya, Tilburg, Ámsterdam, Venlo, Apeldoorn, Breda, Arnhem, Helmond o Stein se echan a la calle alrededor del inicio del toque de queda, que entra en vigor a las 21.00 horas hasta las 4.30 de la madrugada, para protestar contras las restricciones horarias. Resultado: 250 detenidos en tres días de furia callejera.

13 de febrero. Linares. Dos policías fuera de servicio propinan una paliza a un padre y su hija de 14 años en la terraza de un bar. Resultado: disturbios multitudinarios.
De un tiempo a esta parte, parece que nos encontramos en una olla a presión a punto de estallar por los aires. La crisis sanitaria ha derivado en una crisis económica, social y de valores ¿Qué está sucediendo?

Cansancio pandémico

«El confinamiento fue la fase de la solidaridad y de la luna de miel, ahora estamos en la etapa de la desilusión y la depresión. La gente busca culpables. Cualquiera vale. El gobierno, los emigrantes, los jóvenes, los madrileños... lo hemos visto todo. Así es la naturaleza humana», revela Oriol Lafau, psiquiatra y coordinador autonómico de Salud Mental de las Islas, al tiempo que se muestra optimista, ya que entramos en otra fase, la de la recuperación: «La vacuna ayudará a mejorar el ambiente, a normalizarlo. Pero no hay duda, estamos en medio de un polvorín y la sociedad salta por cualquier motivo. El cansancio pandémico hace mella en todos nosotros. Es necesario validad nuestro malestar, pero no nos regodeemos en pensamientos fatalistas».

Impeachment. Caravanas en 50 ciudades de Brasil han pedido la destitución de Jair Bolsonaro por la gestión de la pandemia.

En este sentido, Álex Gálvez-Pol, profesor de Psicología de la UIB, coincide con Lafau en que la gente no puede ser disciplinada todo el tiempo. «Detrás de cada ola de la pandemia, de cada noticia negativa hay una ola sumergida, más potente aún. Nos sentimos agotados. La situación se está alargando más de lo que esperábamos. La psique humana está al límite, es un duro golpe para todos», explica el docente, que después del confinamiento inició un estudio cuyo objetivo pasa por comprender la relación entre las emociones –bienestar, ansiedad, depresión, percepción y conciencia corporal– y la movilidad en el espacio geográfico y, a partir de aquí, realizar el Mapa de las Emociones de Mallorca, distribuyéndolas en el territorio insular. «Descubrimos que las personas que más tiempo han estado en contacto con las zonas naturales y más ganas tenían de volver a pisarlas, habían pasado mejor el confinamiento, menos estresados y tristes», explica Gálvez-Pol sobre su estudio, al tiempo que recuerda durante todo este invierno la Serra de

Tramuntana ha sido invadida por los mallorquines. «Sería interesante saber si acudían a la naturaleza por el deseo de encontrarse mejor o porque era la única vía de escape de la población. Pero lo que tengo claro es que la Tramuntana ha ayudado mucho a la población a nivel psico-fisiológico».

Men in black. Las calles de Dinamarca se han convertido en el escenario de violencia entre las fuerzas de seguridad y manifestantes.

Indignación

Cuando parecía que ya habíamos recuperado nuestras rutinas, se iban normalizando las relaciones sociales y el café de las mañanas en el bar de confianza volvía a ser sagrado… llegó enero, el repunte de casos de coronavirus que nadie quería y se cerraron bares, restaurantes y espacios deportivos. Vuelta a la casilla de salida. Como si los últimos doce meses de sacrificios y restricciones desde que la COVID-19 llamó a nuestra puerta no hubiesen servido para nada.

Desde que se detectó oficialmente el primer caso de coronavirus en Balears, al igual que en el resto del mundo, hemos atravesado un confinamiento duro y diversas fases en las que era difícil saber qué podías y qué no podías hacer, hasta inaugurar en junio lo que se bautizó como ‘nueva normalidad', «que ni era nueva ni era normal», apostilla Alexandre Miquel, profesor de Antropología en la UIB, aunque también advierte que la mala situación que vivimos ya venía de antes, «de la falta de perspectivas que la pandemia ha desbocado».

Y con esta nueva etapa, un escenario plagado de medidas cambiantes, normalmente restrictivas, mascarillas, geles hidroalcohólicos y distancia social. Un frágil equilibrio entre la cotidianeidad en lo laboral y lo personal y la amenaza latente de un nuevo confinamiento y el contagio. «La gente está harta. Patronal y sindicatos se han convertido en esclavos de las ayudas. No nos pueden representar. La situación es insostenible para millares de familias. Nos han freído a multas, pero seguiremos adelante», recalca Alberto Jareño, uno de los organizadores de La Resistencia en las Islas, que asegura que entra en política para «cambiar la situación actual».

«Hay una absoluta falta de confianza en las instituciones. Los espacios públicos desaparecen, vemos a los demás como potenciales contagiadores y nos hemos acostumbrado al concepto de distancia social, que es terrorífico. Ni siquiera podemos ir ya a los bares, que es el lugar habitual donde se construye la opinión social. La situación es durísima. Y eso alimenta el enfado, la indignación y el ‘no me creo nada», argumenta Alexandre Miquel. Pero al mismo tiempo recuerda un cambio importante en la sociedad: «Por primera vez entendemos que somos naturaleza, que formamos parte de ella y que no somos capaces de controlarla», apunta el docente.

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