Hace 20 años Maria Solivellas (Palma, 1970) comenzó una ‘cruzada' para recuperar el producto autóctono y darle el valor que se merecía en las cocinas. Esta defensa de la autenticidad le ha valido ser una de las figuras más respetadas del gremio. Y eso a pesar de que comenzó en el oficio tarde. Antes se dedicó al mundo de la canción. Cuando en 2001 estaba a punto de irse a Nueva York tras aceptar una propuesta de trabajo de un músico, el atentado del 11-S le obligó a quedarse en Mallorca. Cogió las riendas de Ca na Toneta, el restaurante de Caimari que abrieron su madre y su hermana, y al poco tiempo ya se quedó como chef.
¿Se considera la abanderada de la recuperación del producto local en Mallorca?
—Abanderada no, pero sí la pionera. Hace 20 años vivíamos el máximo esplendor de la cocina fusión y parecía que un producto era mejor cuanto más lejana era su procedencia. Lo que hicimos fue un ejercicio de mirar atrás y ver quiénes somos.
¿Es una labor ya acabada?
—No, al contrario. No tiene fin. La defensa del producto local es una filosofía. Mi oficio está vinculado a lo social, económico, cultural, de salud, territorio, medio ambiente... Entonces todo ello no caduca porque tu actividad puede repercutir más en positivo en la sociedad.
¿Es un problema el alto precio del producto local?
—Cuando consumes producto local, y de temporada, que es muy importante, nosotros siempre vamos a pagar la insularidad. Además, no podemos competir contra el ‘agrobusiness' ni tenemos que competir con ellos porque sería hacer lo contrario que lo que defendemos.
¿Lo de aquí es siempre mejor?
—Lo que tengo claro es que a los productos no les gusta viajar y sobre todo cuando no se han recolectado en su momento óptimo.
¿Practica con el ejemplo?
—A nivel personal cometo algún sacrilegio. Soy adicta a la piña y a veces compro frutas exóticas y la verdad es que ahora saben mejor que hace unos años. Eso sí, en el restaurante soy muy estricta. Sólo entra de fuera de Mallorca café, azúcar y chocolate, que son productos que no se pueden producir aquí, y algunas bebidas.
¿Le sirve un producto local fuera de temporada?
—No, en absoluto. Ahora no tengo ninguna necesidad de comer berenjenas. Lo que me pide el cuerpo son alcachofas. Esa berenjena será mucho más cara y además mucho más insípida.
Ahora se ve tomate de ‘ramallet' todo el año.
—Hace unos años me encontré con que un llamado tomate de ramallet inundó los mercados de Mallorca. Era un producto de mucha peor calidad y además con un precio no tan elevado, pero sí muy caro para lo que era. El consumidor ya no sabía distinguir entre el original y el fake, que se cultivaba de forma intensiva. La sociedad no reaccionó y yo me enfadé y comencé una ‘cruzada' en los mercados. La empresa responsable de este producto es Agromallorca, que recientemente ha editado un libro con recetas de varios cocineros, entre ellos una mía, pero no sabía que detrás de esta publicación estaba Agromallorca. A mí me dijeron que era un libro de promoción del Consell de Mallorca. Una de las grandezas del verdadero tomate de ramallet es que su producción es la suma de muchos pequeños productores y en los últimos años ha habido un aumento de demanda del auténtico. Incluso te dicen en el mercado si quieres tomate de ramallet del auténtico o del otro.
Culinariamente, ¿estamos aprendiendo algo con la pandemia?
—Creo que ahora el ciudadano ha visto estanterías de supermercados vacías y ha compobado la importancia del producto local y del sector primario. Lo que no sé si será algo que quedará o se olvidará.
¿Entiende que se hayan cerrado los restaurantes?
—No entraré a valorar el hecho en sí porque no soy epidemióloga. Pero no entiendo el procedimiento. Sí estoy en contra de que nos obliguen a cerrar sin que nos ofrezcan ninguna solución alternativa. Me siento muy desprotegida.
¿Cómo se imagina Ca na Toneta en unos meses?
—Estoy es una especie de déjà vu con el agravante de que tenemos más deudas. Ahora mismo no visualizo nada porque no sirve de nada. Diría que será parecido a 2020 pero con la temporada un poco más alarga.