«Perdona, no te entiendo. Soy una persona sorda». Esta es la frase que más le ha tocado repetir durante los últimos meses a Margarita Hernández, una joven de 28 años, sorda de nacimiento, a la que la pandemia le ha cambiado la vida de forma radical. No lo fue trasladarse a estudiar de su Menorca natal a Barcelona con 18 años, sino la situación de crisis sanitaria en la que estamos inmersos. «Todo depende de la sensibilidad de las personas. Unos entienden que si llevan mascarilla me cuesta un mundo comprender lo que dicen, a otros les da igual, y se niegan a apartársela», señala.
Pónganse en el lugar de esta profesora. Imaginen que el silencio es la banda sonora que marca tu día a día, los ojos y la expresión facial tus oídos y tus manos los instrumentos para expresarte. Ahora piensen en que la pandemia ha convertido las mascarillas en el mejor aliado para protegernos del coronavirus y en un accesorio más a la hora de salir de casa. Su historia es común para las más de 3.000 personas que se calcula tienen problemas de audición en mayor o menor grado en Balears, sus ojos ya no pueden ‘escuchar' al llevar todo el mundo la boca tapada.
Accesibilidad
Las medidas de seguridad impuestas para la contención del coronavirus han incrementado los problemas de este colectivo. Margarita Calafell, por ejemplo, confiesa que «la autoestima se me ha venido abajo». Tiene 50 años, es sorda profunda de nacimiento, y trabaja como personal de limpieza en una residencia de ancianos. Con toda la situación de la COVID-19 de por medio, su trabajo se ha tornado extremadamente complicado. Compañeros y residentes portan mascarillas las 24 horas y su forma de comunicarse y relacionarse con todos ha cambiado a peor.
«Primero llevaba una máscara protectora, pero me dijeron que no podía ser. Así que ahora llevo mascarilla como el resto, y además, papel y boli para que la gente me escriba lo que necesita. No tengo otra forma de entender lo que me dicen si no puedo leer los labios», dice esta mujer, que confiesa no haberse sentido tan frustrada ni cuando era joven. Y eso que ella dio a luz en una época en que los intérpretes de signos brillaban por su ausencia. Su madre tuvo que acompañarla en el paritorio y no hubo consulta en el pediatra de sus hijos a la que no tuviera que acudir acompañada. «Cuando pensábamos que la accesibilidad para nuestro colectivo estaba a un paso, llega una pandemia y nos hace retroceder décadas. La gente no entiende nuestra sensación de frustración», apuntilla.
Para Margarita Hernández, que se ha estrenado como profesora este curso en el CIFP Son Llebre, en el Pla de na Tesa, su entrada en el mercado laboral no está siendo tan difícil. Cuenta con unos compañeros y alumnos que se han volcado con ella, y portan mascarillas transparentes para que pueda desarrollar su trabajo de la forma más eficaz. Otro cantar es la vida social. Quedar con gente se ha convertido en una misión imposible. «Si vas a cenar o a tomar algo tienes que quitarte la mascarilla a la fuerza. Hay veces que solo te ponen mala cara, pero otras te llaman la atención, sin entender por qué lo haces. Por eso, tendemos a quedar más en casas, que en un local. Nos sentimos más a gusto. Pero eso, a la larga, termina afectando. Te aíslas, con gente de tu mismo colectivo o sola, pero te aíslas, y eso nunca es positivo», recalca la profesora.
Aislamiento
Xisca Font es una mujer sumamente positiva. Y eso que no está en su mejor momento. Lleva cinco años jubilada, pero antes trabajó en un estudio fotográfico, en una fábrica de pieles y en el servicio de limpieza de Son Llàtzer. No puede quejarse, solo estuvo dos años en paro. Otras personas sordas no tienen tanta suerte. Pero el coronavirus ha hecho que se encierre en casa y vea poco a su familia. Admite que los echa de menos pero, una vez más, es afortunada. Vive en Petra, la gente la conoce y relacionarse o salir a hacer la compra no es tan frustrante como para otros. Eso sí, afirma que «hace falta más empatía en la sociedad».
Por su parte, Vanessa ha aprovechado la pandemia para sacarse la ESO para adultos. También tiene suerte, cuenta con el apoyo de un intérprete de signos en todas las clases. Sin él, podría considerarse una pérdida de tiempo estudiar, porque con la mascarilla que portan los docentes, no sería capaz de entender todo lo que dicen. Una asignatura pendiente es relacionarse más con sus compañeros, el tapabocas es un obstáculo extra. Hay sonrisas, saludos y despedidas. Quizá cuando todo acabe, se anime a entablar una conversación.