Antonio Isern Gual trabaja como controlador de la ORA desde hace once años, callejeando y vigilando coches estacionados en aparcamientos de zona azul, controlando que se cumpla el tiempo de aparcamiento según la tarifa abonada.
Era un trabajo rutinario y monótono, en el que entre una cosa y otra se recorría, a pie, unos 15 kilómetros diarios, pero al que se había adaptado muy bien.
Accidente de moto
Ahora hará cinco años que sufrió un accidente de moto yendo a trabajar, «que me dejó el astrágalo del pie hecho polvo. Tras dos años de rehabilitación, me dieron de alta pudiendo regresar a mi trabajo, aunque a partir de ese momento, y de acuerdo al documento que me entregó la Seguridad Social, que certifica que tengo lesiones permanentes, con la recomendación de que trabajara en un lugar acondicionado a mi problema de movilidad, es decir, en la oficina. Y así fue. Me reincorporé al trabajo, desde la oficina, sin ningún problema».
Y es que Antonio también se supo adaptar muy bien a su nuevo trabajo, lejos de la calle, en el que hacía prácticamente de todo, desde clasificar documentos a hacer listas de personas que quedaban exentas de la ORA por vivir en la zona, «pasando, ya digo, por lo que me pidieran».
A trabajar a la calle
Todo iba bien, como decimos, hasta hace unos pocos días en que fue llamado por el Jefe de Servicio, que le recibe en presencia del responsable de Recursos Humanos, quien le comunica que debe de regresar a la calle, como controlador de la ORA, cosa que hizo ayer, martes, 13 de octubre, habiéndole asignado el servicio en la zona de Beatriz de Pinós y alrededores. Y se lo comunicó así, sin más. Y a él no le ha quedado más remedio que aceptar.
Y en Beatriz de Pinós le encontramos ayer por la mañana. De uniforme, con el bloc en una mano y con la otra sujetando la muleta en la que se apoya para caminar, «pues más de veinte metros, sin ella, es que me caigo, vamos», nos cuenta con resignación.
La verdad es que es sorprendente ver a un controlador de la ORA trabajando en plena calle, apoyándose en una muleta. A nosotros, desde luego, nos ha llamado la atención mientras le hemos estado observando, sin que él se diera cuenta. Sí, es chocante ver a un ‘orero' caminar con una muleta. Y eso debe de hacerlo durante ocho horas, cada día.
No veo ninguna mano negra
Le preguntamos si sospecha que pudiera haber alguna mano negra en la empresa que hubiera movido ficha para hacerle saltar de su puesto de oficina a la calle, para que su sitio fuera ocupado por alguien. Pero dice que no. «Que yo sepa, esa mano negra no existe, aunque tampoco me explico por qué estoy aquí», y añade que «una compañera, con movilidad reducida, que trabajaba en la oficina, también fue trasladada a la calle, sin más. Pasa que como no pudo realizar su trabajo, porque no podía, fue al médico y ahora está de baja». Por ello –afirma– va a intentar hacer su trabajo, «eso sí –matiza– dentro de mis posibilidades… Pero es que en el tiempo que llevo trabajando, todavía ni dos horas… ¡Es que ya no puedo! Caminar, incluso con muleta, me es cada vez más difícil. Y me quedan todavía más de seis horas. Así que me temo que no habrá que darle más vueltas e iré a ver al médico, a que me vea». Por otra parte, añade Antonio, «pienso que tampoco es de recibo ver a un controlador de la ORA, uniformado, ayudándose de una muleta para andar. ¿Se imagina usted a un policía local de servicio y con muleta…? Creo que, cuanto menos, la gente se sorprendería, cosa que me temo que están haciendo conmigo».
No lo dudes, amigo, que así es. Lo que extraña es que a quien le corresponde verlo, no lo vea.