Ivan Levy (Zurich, 1957) descubrió Mallorca en los años 70 pero no fue hasta 2010 cuando se decidió a pasar parte del año en la Isla tras adquirir la finca Son Naava, entre Montuïri y Porreres, donde elabora uno de los mejores aceites de Mallorca, y abrir el restaurante Fera, en la calle Concepció, en Palma. Levy es un empresario de éxito, que llegó a tener en propiedad todas las tiendas de Body Shop en Suiza.
¿Cómo entró en contacto con Body Shop?
– En 1983 trabajaba en una empresa encargada de organizar las cargas de mercancías en transportes, pero siempre he sido un mal empleado. A través de mi mejor amigo, que es palestino (Levy es judío) tuve la oportunidad de entrar en Body Shop en Suiza tras no poderlo hacer en Oriente Medio. Empecé con una tienda y poco a poco crecimos hasta llegar a las cincuenta. También fui alto directivo de Londres de Body Shop, pero solo aguanté tres años porque, aunque era un alto directivo, en definitiva era un empleado. Aproveché para regresar a Suiza para volver a coger las riendas de mis tiendas en Suiza. En 2009, tuve un ataque al corazón y me pusieron tres stent.
¿Cuándo vendió Body Shop?
– En 2010. Fue un buen negocio tanto para Coop, que es una gran empresa de supermercados tipo Mercadona, como para mí.
¿Cómo descubrió Mallorca?
– La primera vez que vine a la Isla fue cuando tenía unos 16 años. Estaba en una casa con mi familia, entre Sóller y Deià, junto al mar. De lo que más me acuerdo es de las carreras que hacíamos con un Seat 500 porque no había casi tráfico y de las excelentes tapas de Bens d'Avall. Bueno, para ser sincero, me acuerdo casi más de la sangría que probé por primera vez.
¿Tenía claro que un día se establecería en Mallorca?
– Lo cierto es que no. Mi esposa es de la India y ha vivido mucho tiempo en Kenia por lo que nuestro descanso siempre era en uno de estos dos países. Un día, hace diez años, coincidiendo con la venta de Body Shop, un amigo me dijo que se vendía una casa excepcional, pero no nos gustó nada. Volvimos un par de veces y un día mi mujer estaba en una inmobiliaria de Pollença y a través de una pantalla vio una finca que le encantó. El problema era que nos dijeron que estaba ya vendida, pero como los posibles compradores no realizaron la opción de compra a tiempo, nos adelantamos y la adquirimos. Al principio veníamos solo los fines de semana, pero por ejemplo este año ya estamos pasando todo el verano aquí.
Y se metió a producir aceite de oliva. ¿Es un sueño o una pesadilla?
– Cuando miro las cuentas es una auténtica pesadilla. Mi filosofía es que si no puedes lograr la excelencia, mejor no intentarlo. Por ello producimos un aceite que tiene la etiqueta de biodinámico porque su producción está basada en los métodos de cultivo de las civilizaciones romana y fenicia, que otorgaban mucha importancia a los ritmos terrestres y cósmicos. Es tal nuestro afán de la máxima calidad que tuvimos que construir un edificio con nuestra propia maquinaria porque comprobamos que donde llevábamos nuestras aceitunas no limpiaban sus máquinas como se debía y podrían entrar impurezas que hicieran que nos quitaran el sello de biodinámico. Ello nos ha supuesto una inversión de 500.000 euros.
¿Le resulta complicado el carácter mallorquín?
– ¿Complicado? No, me parece que su carácter es abierto. Si he logrado construir edificios en La India entonces puedo con todo (risas).
Muchos empresarios compran fincas y producen su aceite y su vino.
– Es que creo que en Mallorca el presente y el futuro está en el campo; en la elaboración de productos de la máxima calidad.
También es propietario del restaurante Fera, en Palma.
– Sí, soy dueño junto a nuestro chef, Simon Petutschnig.
Su restaurante siempre suena como posible estrella Michelin.
– Yo creo que nos la merecemos y la conseguiremos. De hecho, en un porcentaje importante de nuestros comentarios en Tripadvisor los clientes dicen que es uno de los mejores restaurantes sin estrella Michelin. Ahora hemos preparado un reservado con tres mesas con un menú especial 'Michelin' de 129 euros.
No es barato.
– No, no lo es. Pero lo del precio me hace gracia porque tengo amigos que van a restaurantes Michelin de Londres o París a los que no les cuesta pagar 250 euros por una comida. En cambio, en Fera, que no tiene nada que envidiar en calidad, les parece caro pagar la mitad. Es extraño.
Que su situación económica esté más que saneada ¿hace que mire menos la cuenta de resultados del restaurante?
– En absoluto. Me pasan los datos cada día. Y en función de cómo haya ido me sube el ritmo cardíaco o no.
¿Qué le empuja a seguir trabajando?
– Mi mayor ilusión es ayudar a las personas para seguir mejorando tanto a nivel profesional como personal. Es algo que me inculcaron desde pequeño. Siempre he intentado ayudar en la medida de las posibilidades. En Mallorca colaboro con el padre Tomeu Pastor (fundador de la asociación Dignitat i Feina) con el turrón de almendra y con otros proyectos. También ayudé, junto a Hans-Michael Kühne, propietario del Hotel Castell Son Claret, a la continuidad de la Orquestra Simfònica de les Illes Balears, que había perdido algunas ayudas públicas y corría el riesgo de desaparecer.
También se ha metido en el mercado inmobiliario.
– Bueno, adquirí un palacete en la calle Sol y lo estoy reformando. Me ofrecieron convertirlo en apartamentos, mucho más rentable, pero preferí que mantuviera su carácter auténtico.
¿Cómo está viviendo la pandemia de la COVID-19?
– Creo que es algo con lo que hay que convivir, no hay otra solución. Y cada uno deberíamos ser responsables de nuestra salud, sin que nos lo diga el gobierno de turno. Pero, aparte de los fallecidos y enfermos, para mí lo más triste es que se ha demostrado que Europa no existe porque cada país ha ido por su lado.
Usted es suizo y le encanta el tenis.
– Sí (risas). Pero ya no juego por un problema en el codo. Federer es la elegancia, sólo comparable en su día a Ilie Nastase. Y Nadal es la fuerza. Ambos son geniales.