La crisis económica de 2008 dejó tocado y hundido el tejido asociativo de las ONG de las Islas Baleares dedicadas al desarrollo en el tercer mundo. Durante años el panorama ha sido desolador ante la falta de partidas presupuestarias para cooperación internacional: muchas entidades se vieron abocadas a despedir a gran parte de su capital humano; innumerables proyectos en marcha quedaron en tierra de nadie; algunas ONGD se vieron obligadas a echar el cierre, mientras que otras, más afortunadas, se unificaron para poder seguir trabajando. Y ahora que comenzaban a recuperar músculo, se topan de frente con la pandemia de la COVID-19 y unas consecuencias económicas imprevisibles que llenan de inquietud e incertidumbre a las ONGD de nuestra Comunitat.
«Todos los imputs son negativos, por eso tememos que la crisis golpee una vez más a las entidades sociales que trabajan en el campo de la cooperación internacional –lamenta Jean François Cuennet, presidente de la CONGDIB, la federación de entidades privadas sin ánimo de lucro de desarrollo de Baleares–. Las convocatorias para 2020 están presupuestadas y aprobadas. Pero qué pasará en 2021 si se reducen las ayudas y nuestras acciones dirigidas a captar fondos, como conciertos o mercadillos, no se pueden realizar», se pregunta Cuennet, al tiempo que pide al Govern y a la sociedad balear que tengan una visión conjunta del problema y no dejen a nadie atrás. «Necesitamos un plan de choque contra la crisis que incluya a todo el mundo. No queremos encontrarnos con un escenario como el de 2008, con proyectos inacabados y personas de todas partes del mundo que contaban con nosotros, en el olvido». Además, recuerda que Baleares destina hoy en día el 0,11% de su presupuesto a cooperación, lejos de la soñada meta del 0,7%. «No es el momento de rebajar la cifra», advierte el presidente de la CONGDIB.
En el aire
Ada Siquier, coordinadora de la asociación poblera Pa i Mel, intenta no ser pesimista, pero presupone a dónde se dirigirán los recortes cuando lleguen, viendo cómo se han disparado en los últimos meses las peticiones de auxilio de familias locales en su propia entidad. «Cuando la miseria llama a tu puerta, te olvidas de la del tercer mundo», lamenta la cooperante. Tras un viaje catártico por Burkina Faso, en 2008 inicio una fructífera relación con diferentes municipios de la comarca de Tenado para construir una red de pozos en toda la zona, para luego apostar por construir seis escuelas y dos institutos, siempre con el apoyo de las autoridades locales. «Nuestra metodología de trabajo pasa por la formación de personas locales que tengan capacidad de liderar el proyecto e incluir a toda la comunidad. Nuestro trabajo termina ahí, ellos continúan con el proyecto», recuerda Siquier, por lo que se siente tranquila con los proyectos realizados, aunque admite preocupación por las próximas convocatorias de cooperación: «Si no salen, nuestro programa de acceso al agua quedará en el tintero», lamenta.
Joan Fortuny, responsable técnico de la Direcció general de Cooperació, sabe lo que supone la paralización total de las líneas de ayuda, como ya sucedió en 2011: «Tuve que explicar cara a cara a un montón de personas de una aldea de Guatemala que no había dinero para construir la red de agua potable que se les había prometido», recuerda con pesar. «Cuando se paralizan proyectos se pierde la confianza de la gente y los equipos de trabajo se desgajan. Significa volver a empezar de nuevo. Es un paso atrás».
Fortuny, que cursó en Barcelona un máster de Estudios sobre desarrollo cuando no era una elección nada habitual, fue cooperante durante ocho meses en la localidad marroquí de Chefchaouen con la Fundación Ipade, por lo que también conoce de primer mano el trabajo de campo. «Trabajar como cooperante es una experiencia enriquecedora, pero también muy dura. Te encuentras cara a cara con los problemas de la gente. Vives allí, pero no eres de allí, y cuando vuelves a casa, tampoco la sientes como tu hogar. Por eso, mucha gente termina dejándolo. Y compatibilizarlo con tener una familia es casi imposible. Imagine ese trabajo cuando hay una crisis y las ayudas desaparecen», argumenta Fortuny.
Joan Rodríguez, profesor de Economía en el colegio San José Obrero, es todo un veterano de la cooperación. Lleva 24 años trabajando con Ensenyants Solidaris, y pasa sus vacaciones formando a docentes en Guatemala. Su casa, por ejemplo, se ha convertido en la delegación guatemalteca en Mallorca y su hija mayor ha hecho ya sus pinitos como cooperante. Por eso, este año se le está haciendo más cuesta arriba si cabe, con su viaje al país andino cancelado. Trabajará desde la barrera: «Al menos el trabajo que hemos hecho continúa, ya que contamos con una plataforma online para seguir trabajando con nuestros compañeros en Guatemala».
Redoblar esfuerzos
Laura Celià, directora general de Cooperació del Govern, sabe que se enfrenta a todo un reto en 2021. ONGD, millones de personas y proyectos dependen de las ayudas a la cooperación. «Con poco dinero, puedes hacer muchísimas cosa», recuerda Celià, y afirma que defenderá con uñas y dientes «mantener al menos sin recortes» los presupuesto de la Comunitat destinados a cooperación al desarrollo, pactados en los Acuerdos de Bellver.
«Sabemos que el sector siente preocupación por la situación. Por eso, vamos a redoblar nuestros esfuerzos en sensibilizar a la población balear sobre el trabajo que hacen estas entidades y la repercusión en la vida de millones de personas de todo el mundo si los proyectos se paralizan. El desconocimiento es una barrera, por eso ahora tenemos que sensibilizar para defender los recursos de los que disponemos», finaliza Celià.