En los últimos años han proliferado en la economía balear empresas que hacen del compromiso medioambiental una bandera y una filosofía de vida, sin renunciar por ello a obtener beneficios y vivir de su negocio. Una de las pioneras es Eco Sa Teulera, una de las explotaciones de agricultura ecológica más antiguas de Mallorca. Adquirida por el payés manacorí Joan Adrover en 1989 tras diez años de abandono, da trabajo hoy en día a unas 25 personas produciendo de forma totalmente ecológica diversos tipos de verduras y hortalizas, además de productos lácteos y diversas especialidades de panadería y pastelería. «Los primeros años fueron muy duros, porque el concepto de agricultura ecológica era prácticamente inexistente en la Isla y era muy difícil encontrar insumos ecológicos», señala Andreu Adrover, ingeniero técnico agrícola de Sa Teulera.
Hoy en día, «las grandes superficies han visto el filón y han tratado de subirse al carro de los productos ecológicos», dando lugar, a su juicio, a una moda que subvierte la filosofía original del movimiento. «Empresas que solo piensan en el beneficio se limitan a cumplir por la mínima los requisitos para lograr la certificación. Pero la agricultura ecológica no es solo sustituir los insumos convencionales por ecológicos para poder usar la etiqueta eco. Nosotros creemos en cosas como la rotación de cultivos, el uso de flores y plantas contra las plagas, tener animales que pasten y generen abonos, el producto de proximidad y de temporada...», enumera.
Productores ecológicos
Según datos de la Associació de Productors Ecològics de Mallorca, cerca del 16 por ciento de la superficie agraria balear es ecológica, con más de 900 operadores inscritos en el Consell Balear de la Producció Agrària Ecològica y en torno a 35.000 hectáreas en el Archipiélago, de las cuales 28.000 corresponden a Mallorca. Estos datos convierten a las Islas en la tercera comunidad autónoma, tras Andalucía y Cataluña, con mayor producción agraria ecológica. Sin embargo, es tal la demanda de este tipo de productos en Baleares que la mitad de los que se consumen en las Islas se tiene que traer de fuera.
Esta apuesta de los consumidores por lo ‘verde' se ve reflejada en el éxito de la Biogranja La Real, un huerto periurbano abierto a los vecinos, que pueden alquilar una parcela para cultivar sus propios productos ecológicos, con el asesoramiento y acompañamiento de David Junquera y Carmen Capó, impulsores de la iniciativa. Ambos trabajaron muchos años para grandes cadenas hoteleras alrededor del mundo, hasta que decidieron «dejar esa vida estresante y deshumanizada para volver a la tierra y reconectar con la naturaleza y sus ritmos», explica Junquera. «Pasé de levantarme cada mañana odiando mi trabajo a amanecer feliz de saber que voy a pasar el día en contacto con la naturaleza y rodeada de gente interesada en vivir en equilibrio y armonía», subraya Carmen Capó. En este punto, David Junquera añade: «Yo ganaba infinitamente más dinero trabajando para las grandes cadenas hoteleras, pero ahora soy mucho más feliz, viviendo con lo justo, echando muchísimas horas y sin apenas vacaciones, pero haciendo algo que me llena». Ambos destacan que «muchas madres traen a sus hijos para que tengan contacto con el campo y aprendan de dónde salen los alimentos. Para ellos, es fascinante cultivar ellos mismos lo que se van a comer, aprenden un montón».
Algo parecido es lo que viven los seis nietos de Miguel Fullana, fundador de Es Verger, una de las primeras bodegas ecológicas de la Isla y cuyo principal tesoro son sus viñas familiares centenarias, de las más antiguas de Mallorca. «En verano, todos los primos se juntan en la finca, ubicada en Esporles, y es como un campamento de verano: los niños conocen perfectamente el proceso de elaboración del vino y el aceite, y se lo pasan en grande ayudando en algunas labores», asegura Rosa Fullana, hija del fundador. «Una de las cosas más importantes del cultivo ecológico es la prevención de plagas, ya que una vez entra una plaga es muy difícil dominarla sin recurrir a productos químicos», explica. «La producción ecológica es más cara, ya que todos los insumos son más costosos, y todo es más complicado. Es mucho más fácil echar un producto de una lata que elaborar abono ecológico», ejemplifica. Pero, sea como sea, la apuesta de su familia por la agricultura ecológica «es una cuestión de compromiso, de responsabilidad. No nos hemos planteado hacerlo de otra manera», asegura. En cuanto a la calidad del producto, reconoce que «el hecho de que sea ecológico no hace que sea mejor ni peor. Hay vinos ecológicos malísimos y vinos convencionales excelentes. El valor que aportamos es que el cliente puede estar seguro de que está consumiendo un producto respetuoso con el medio ambiente», algo que a su juicio cada vez es más apreciado por los consumidores.
Jabones
La alemana Trudi Murray comenzó hace quince años Gaia Natural Products, un negocio basado en la elaboración de jabones con técnicas tradicionales y ecológicas. Lo hizo en Andratx, siguiendo la estela de la antigua fábrica de jabones que había en esta localidad en los años 30. «Encontré las recetas originales y únicamente les añadí algunos ingredientes no tradicionales, como el aloe vera o los aceites esenciales biológicos», indica Murray. Y enseguida se pusieron en contacto con ella varios hoteles para que les suministrara producto. «Usamos siempre que podemos aceites y plantas de la Isla y nunca envasamos en botellas pequeñas, sino siempre en grandes dispensadores, para ser coherentes con nuestra apuesta ecológica», explica Murray. Sus jabones y productos de spa (exfoliantes, bálsamos, mas carillas...) no llevan sulfatos ni parabenos, que son nocivos tanto para el medio ambiente como para la piel. Algunos de sus productos, como cremas hidratantes, bálsamos, aceites, pintalabios o agua de rosas, pueden adquirirse a través de la web de la empresa. Explica que uno de sus productos estrella es una barra de champú sólido, sin botella, cuyas ganancias se destinan a la oenegé Save The Med, que se dedica a la limpieza de playas y la formación de niños en temas medioambientales.
Agricultura biodinámica
El ‘más difícil todavía' lo pone Bodega Can Feliu, cuya producción no solo es ecológica, sino que además es la única bodega en la Isla con certificado de agricultura biodinámica. Esto significa que la explotación cumple una serie de requisitos aún más exigentes, tales como el empleo de preparados homeopáticos que vivifican el suelo y mejoran la fertilidad, la realización de tareas vinculadas a los ciclos lunares y planetarios, la prioridad de los métodos físicos sobre los químicos y el veto a insumos permitidos en los productos eco, como gelatinas animales o taninos. Regentada por los hermanos Carlos y Xavi Feliu, esta bodega de Porreres es, además, almazara, explotación agraria y agroturismo. «Plantamos los viñedos para dar un poco de frescura y color verde al agroturismo. Vendíamos la uva a viticultores, y un año que no la conseguimos vender, intentamos hacer vino. No sé cómo, pero salió bien», reconoce Carlos Feliu, quien apostó por lo ecológico desde los inicios del negocio, a finales de los años 90. «En 2009, en un congreso de viticultura ecológica, acudí a una ponencia sobre la agricultura biodinámica. Al escuchar a la ponente, me di cuenta de que todo lo que decía nosotros ya lo hacíamos, así que pedí la certificación», rememora. «Aunque pueda parecer esotérico, lo cierto es que cultivar teniendo en cuenta determinadas fuerzas cósmicas, como la influencia de los planetas o de la Luna, tiene resultados palpables», asegura.
Reconoce que «a nivel local, hay mucho desconocimiento y algunos se toman a broma todo esto, pero a nivel europeo, hay una demanda creciente de este tipo de productos». No en vano, el 80 por ciento de la producción de esta bodega se exporta a países como Austria o Suiza, aunque cada vez más se está desarrollando el mercado local. En este punto, observa que «la gente demanda cada vez más productos sostenibles, y está dispuesta a pagar el sobrecoste». Gracias a ello, «hoy en día la producción ecológica vive un momento dulce. La transición de convencional a ecológico fue difícil, pero hoy en día no lo cambiaría por nada del mundo», asegura.