De un tiempo a esta parte son muchos los niños que practican boxeo. Niños entre 6 y 12 años. Pero, ¡ojo!, boxean sin pegarse, solo marcando los golpes. Practican lo que se denomina boxeo sin contacto, que nada tiene que ver con el boxeo con sparring, donde ahí sí hay cruce de golpes.
David Quiñonero, boxeador y monitor de boxeo, es quien los entrena. Bueno, entrena a los de su club, el Motorcity, y lo hace con sumo cuidado, haciéndoles entender que no deben golpearse, sino señalar el golpe, «y, al mismo tiempo, no permitir que el otro te lo señale a ti». Y para que el señalado, o marcado, lleve la cuenta de lo encajado, lo cual es fundamental en boxeo –pues como diría Rocky Balboa, lo importante no es lo fuerte que puedas golpear, sino lo fuerte que te puedan golpear a ti– David les hace que en cada golpe recibido deben hacer una genuflexión. «Cuantas menos tengáis que hacer, mejor», les arenga.
Las ventajas del boxeo
«Si los niños vienen a practicar el boxeo –señala Quiñonero– es porque de un tiempo a esta parte los padres aceptan que sus hijos, siendo niños, se inicien en este deporte. ¿Por qué? Porque ven que gente conocida y famosa, hombres y mujeres, empresarios, deportistas, actores, etc, practican boxeo sin contacto, lo cual, aparte de ponerles en buena forma, acentúa sus reflejos, da mucha movilidad y potencia a piernas y brazos y, como tienes a otro delante que intentará lo que tú, o sea, señalarte, te hará estar pendiente de él, a la vez que le obligarás a que también este pendiente de ti. Y todo eso se traduce en seguridad, lo cual, trasladado a los niños, además, les permitirá marcar distancias, a la vez que ahuyentará a aquellos chavales que en el colegio abusan de los demás a la fuerza».
«Me refiero –sigue explicando– a los que practican el bullying, ensañándose siempre con los más débiles, pero nunca con los que practiquen boxeo. Porque está demostrado que el boxeo, precisamente porque favorece el control psicomotriz, da más seguridad al que lo practica que la que pueda dar otro deporte. Todo, por el hecho de que aprendes a controlar tu cuerpo y tu mente y, al mismo tiempo, a controlar al que tienes enfrente». «Por eso –dice–, muchos chavales llegan el primer día al gimnasio mirando al suelo y terminan la clase mirando de frente. Todo porque se sienten más seguros que antes».