El reconocido fotoperiodista –o, si lo prefieren, paparazzi– Juanjo Vega falleció este sábado. Vivió en Mallorca durante bastantes años, hasta que hace unos pocos regresó a Madrid.
Hablamos con él el miércoles pasado. Ramón Rabal, también expaparazzi –antes, fotógrafo del Diario Baleares, y posteriormente fotógrafo del Ajuntament de Calvià–, que junto con Carlos Agustín –exfotógrafo de Ultima Hora– habían ido a visitarle al hospital donde aguardaba a la muerte, por un avanzado cáncer, nos lo pasó vía móvil.
Su voz estaba muy débil, pero entendíamos perfectamente lo que nos decía. «Es un placer hablar contigo, amigo. Yo, ya me ves… Pero, ¿sabes?, estoy tranquilo, por lo que me voy tranquilo. Y eso se lo he dicho a todos con los que estoy hablando. No os preocupéis por mí, que yo he hecho todo lo que tenía que hacer. Incluso, si alguna vez me he tenido que tirar por un barranco, de espaldas, lo he hecho. He trabajado muy a gusto, y en estos años, tanto en la profesión, como fuera de ella, he conocido muy buena gente».
Mano dura
Juanjo seguía siendo el de siempre. Genio y figura. Un tipo especial, pero que te venía de frente, sin ambages, ni circunloquios. Al grano. Como ahora. Porque se estaba muriendo y nos hablaba como si se fuera mañana de vacaciones al Caribe. Asumiendo su futuro, al que no le ponía ni un pero.
A Juanjo le llamábamos ‘Mano dura', todo porque una noche en la plaza de toros de Palma, a donde había ido a trabajar –seguramente porque el Rey estaba en la corrida– uno de la barrera, sin más, le llamó paparazzi de mierda o algo parecido. Juanjo le dijo que lo retirara, pero el de la barrera insistió en lo de paparazzi de mierda y… Pues que Juanjo le soltó un guantazo, así, con la mano abierta, que el otro esquivó, golpeándose contra una barra de hierro de una barandilla, que casi partió.
Pese al dolor, y sin quejarse, siguió trabajando y, al final de la corrida, le vio un médico, que le vendó la mano. Desde ahí le llamamos ‘Mano dura'… Aunque, a decir verdad, era duro de por sí, sobre todo duro en apariencia, pero buena persona. Iba a lo suyo, no buscaba líos ni se metía con nadie; sin embargo y no sabemos porqué, cuando había alguna movida con los de seguridad, estos iban a por él, y Juanjo, sin inmutarse, les decía: «Me temo que habéis ido a dar con el peor».
Fotografiaba la luna
Estando en forma, aguantaba carros y carretas, altas temperaturas, horas sin comer ni beber… Por eso, cuando comenzó a sentirse mal, pese a lo cual seguía estando en la movida, veíamos que no llegaba, o que no podía, pero que lo intentaba.
Pero, pese a la dureza de la que sin querer a veces hacía gala, tenía buen humor, un gran corazón y un puntito de romanticismo… sobre todo, con la luna. Sí , porque desde la terraza del balcón de su apartamento de Illetes, se pasaba horas robándole –robar, en el argot periodístico es hacer fotos sin que el fotografiado se dé cuenta– algunas de ella maravillosas. Por ejemplo, la del avión sobrevolando la luna iluminada, que luego nos mandaba a través de internet.
Seguir sus pasos
El sábado por la tarde, Alfonso, su sobrino, que ha seguido sus pasos como paparazzi, nos llamó y nos dio la noticia. «Mi tío ha muerto». Hoy, posiblemente, se habrá encontrado allá donde esté con Antonio Catalá, que le precedió en el viaje hace años. Y si lo ha hecho, seguro que montarán una agencia de noticias. ¡Ah! Le mandamos un beso muy grande a Lola, la mujer que le dio un hijo, Alejandro, pues compartió años con él, en lo bueno y en lo malo. Tanto, que fue a Madrid a estar a su lado en la recta final de su vida. Gran mujer, Lola. Descansa en paz, amigo.