Bernardo Torres, cordobés de cuna pero criado en Palma, «pues vine con mi familia en la inmigración andaluza de los años 60», ha pasado veintiun años de su vida en la cárcel. La primera vez estuvo 14 años y las otras dos, cuatro años en cada una.
Hoy vive de una paga que le da el Estado de unos 400 euros, más otra que le llega del Consell, 115 euros, pues carece de retiro, ya que lo que se dice cotizados solo tiene 10 años como trabajador de la construcción.
Bernardo se casó y al cabo de un tiempo su mujer le dejó, «arrebatándome los dos hijos. Como quien dice, entre recursos y luego buscándolos por todas partes, me gasté lo poco que tenía. La desesperación por no encontrarlos me desestabilizó. Empecé a beber y luego a tomar sustancias, rohipnol sobre todo, que con el alcohol me ponía muy mal. Como no tenía dinero, me hice con una pistola en el mercado negro y atraqué un banco y una casa. En realidad, entre el alcohol y las pastillas no sabía lo que hacía. Si cuando me detuvieron me acusan de haber matado a Manolete, me lo creo. Pero lo cierto es que cometí dos atracos a mano armada y por ellos fui condenado a 14 años. Estando en la cárcel pude recuperar a los niños, que estaban en la inclusa, ya que la madre ejercía de prostituta. Eso fue posible a que mi hermana mandó dos fotos de ellos a la revista Pronto para localizarlos y así los encontramos».
Bernardo confiesa que durante su condena de 14 años, «me cambiaban de prisión cada año. Sí, hice poco menos que la ruta de Marco Polo: Burgos, Santa María, Carabanchel, Herrera de la Mancha, Puerto 1 y Puerto 2... ¿Que por qué me cambiaban? Para desestabilizarme. Porque encima me tenían aislado, lo cual era una tortura física y psicológica, puesto que aparte de una pequeña radio y leer, no podía hacer nada más. Bueno, sí: escuchar la música que me ponían. La canción Lady Laura, o la de Don Quijote, me las ponían cada veinte minutos… ¿Se imagina lo que es eso…? Y cuando salíamos al patio, lo hacíamos distanciados, sin poder hablar unos con otros…. También he vivido varios motines, porque quieras o no los vives, pues, o te involucras o te involucran, y en ellos pasa de todo… También he recibido palizas, y no por otros presos. ¿Reinsertarme? Mire usted, la cárcel no reinserta… a no ser que tengas dos dedos de frente y quieras salir de ese mundo, o que seas un tipo muy especial, o que tengas suerte. Pero son contadas excepciones... Puede que de cada cien se reinserten cinco… Porque, por norma general, cuando quedas en libertad y sales a la calle, el sistema te rechaza. Sí, el Estado, durante 18 meses, me da una paga. Pero mientras cobras ésta, con la que no puedes vivir, cuando voy a buscar trabajo no me lo dan por mi condición de ex preso, y encima como mi expediente pone que he sido expedientado, menos todavía. ¿Y qué pasa…? Pues que no te lo dan. Y eso que me hice voluntario de Cruz Roja, y estando preso, al darme el tercer grado, pedí ser educador de calle, pero al sacar la cara por los oprimidos y denunciar a los opresores pagué por ello, pues me devolvieron al primer grado».
«Y otra cosa a tener en cuenta –añade–. Yo delinquí varias veces, cumplí las condenas correspondientes, con las que saldé mi deuda con la sociedad, pero el Estado no me reconoce que no he podido pagar a la Seguridad Social, pensando en mi retiro, porque durante 21 años he estado preso. Y estando en la cárcel y sin dinero, no puedes pagar a la Seguridad Social. ¿Y con qué me encuentro ahora? Pues con que no tengo jubilación, o al menos la que me correspondería, pues únicamente percibo, como he dicho antes, 515 euros, con los que tengo que pagar una habitación, que me cuesta 300, y con el resto, vivir. Vamos, que el Estado me ha dejado en completa exclusión social».
Preguntado por qué no vive en algún albergue de los que hay para personas excluidas, su respuesta es tajante: «Sí, efectivamente existen eso albergues para gente como yo, sin medios. Pero es que están tan mal que es imposible vivir en ellos. La gente está amontonada, sin clasificar, lo cual hace que convivas con politoxicómanos, alcohólicos, gente que está enferma, ladrones que a nada que te descuidas te lo quitan todo… Durante dos años, gracias a mi buena conducta, he vivido en la Casa de Familia hasta que un día, en la calle, le tuve que parar los pies a otro interno, por lo que nos echaron a los dos a la calle. Ahora, como digo, vivo en una habitación por la que pago más de la mitad de lo que cobro, y menos mal que en Tardor me dan desayuno y comida, que sino… Y encima no ando bien de salud: tengo fastidiadas las cervicales, un quiste en la vejiga, próstata… Y estoy solo, sin recursos, con la familia desarraigada. Porque como digo, la cárcel ni reinserta, ni luego, cuando sales, ayuda, sino que te deja solo y desamparado, con la etiqueta de ex preso, y así no hay forma de levantar cabeza».