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Madrid

La Mallorquina cumple 125 años en la Puerta del Sol de Madrid

Imagen histórica del emblemático establecimiento, uno de los más genuinos del centro de Madrid. | La Mallorquina

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Ubicada en plena Puerta del Sol, la cafetería y pastelería La Mallorquina celebra su 125 cumpleaños, más de un siglo durante el que este establecimiento ha sido un referente para todos los madrileños y turistas golosos que se maravillan cada vez que pasan por su escaparate.

Este tradicional establecimiento está ligado a la historia de Madrid ya que se remonta al año 1894 y se caracteriza por ser uno de esos espacios apegados a la memoria de los ciudadanos, tanto por el gusto por como el olfato, porque el aroma a napolitanas recién hechas inunda esta esquina de la madrileña Puerta del Sol.

La Mallorquina debe su nombre al origen balear de los tres socios fundadores, Juan Ripoll, quien junto a los empresarios Balaguer y Coll, desplegaron por primera vez sus icónicos toldos en la calle Jacometrezo, su ubicación inicial, para después trasladarse al emplazamiento histórico de la capital.

Comenzaron a hacerse populares entre los madrileños al incluir en su oferta productos tradicionales de las Islas Baleares como las ensaimadas o la sobrasada; una metáfora de lo que es Madrid, una ciudad que acoge a aquel que quiere instalarse en ella.

En 1940 dos familias amigas, Quiroga y Gallo, compran el negocio que siguen dirigiendo y van ya por la tercera generación, siendo Ricardo Quiroga el actual director general de la pastelería, quien asegura que La Mallorquina es «parte de la historia dulce de Madrid».

Las napolitanas de crema, las palmeras de chocolates, las trufas o las famosas 'violetas' -caramelos con el sabor, el color y la forma de esta flor- , son los productos estrellas del local donde otra de las especialidades es la tarta de nata con fresas que siguen estando todos empaquetados con doble papel y con cuerda, listos para llevar.

Personajes como Ortega y Gasset, Pío Baroja, Benito Pérez Galdós, Juan Ramón Jiménez o miembros de la Casa Real y el Gobierno endulzaron sus paladares en el segundo piso de la pastelería que actuaba como lugar de encuentro y tertulias.

Desde los ventanales de La Mallorquina se ha visto la historia viva de Madrid y es parte de muchas familias que han asentado la tradición de padres a hijos y se han convertido en un punto de referencia de sus recuerdos.

La Mallorquina cuenta con 90 empleados que atienden el obrador -en el que se preparan diariamente más de 250 productos diferentes- y a los clientes, quienes desde hace más de cuarenta años son recibidos por Isabel Díaz, la empleada más antigua de la pastelería.

«Me encanta mi trabajo. Disfruto de ver cómo crecen los clientes, veo como los niños se convierten en adultos y creamos una complicidad muy bonita», ha asegurada Efe Isabel, quien recuerda a clientes «icónicos» que con los pasos de los años se han convertido en familia de La Mallorquina.

Asegura que durante años vienen más de cuarenta personas de Madrid que van todos los días de la semana a desayunar a la pastelería como Ricardo que va a La Mallorquina desde Colmenar Viejo a tomar su café con una napolitana de crema.

Cada día pasan por el establecimiento miles de personas y que degustan sus dulces, pero Quiroga no da una cifra exacta de cuántos producen ni cuántos venden pero es evidente que el ritmo de movimiento es frenético y La Mallorquina nunca está vacía.

Para celebrar su 125 aniversario, Quiroga va a expandir la pastelería con dos nuevos locales que mantengan la «esencia» de la tradicional pastelería. Una que se inaugurará el próximo 14 de julio en una de las zonas más castizas de la capital, El Rastro, que estará abierta sólo los domingos y ofrecerá su carta clásica.

El barrio de Salamanca contará desde septiembre con su propia La Mallorquina en la calle Hermosilla en la que pretenden reflejar la historia de la pastelería, pero con un toque modernista.

En la Puerta del Sol no queda espacio para las tiendas tradicionales, que han sido demoradas por las grandes franquicias, pero La Mallorquina sigue resistiendo. En un mundo globalizado se agradece esos pedacitos de tradición que se mantienen en el imaginario colectivo y que conforman la memoria y la historia de Madrid; desde la vivencia, el gusto y el olfato.

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