Los más pequeños son los principales destinatarios de los típicos confites de caperutxa, que reparten los penitentes en el transcurso de los desfiles penitenciales de la Semana Santa. Su forma característica blanca con pequeñas protuberancias delatan que su confección es a base de azúcar que esconde dentro una almendra.
El escritor gastronómico Antoni Contreras explica en su obra Capítols dolços de cuina mallorquina, que «la costumbre de consumir confites en las Islas comienza en tiempos relativamente antiguos. Uno de los primeros tratados de arte culinario de la Corona de Aragón es un manual de confitería. Se trata del Llibre de totes maneres de confits». En cuanto al consumo, Contreras comenta que «la costumbre de comerlos, además de estar presentes en los banquetes reales, elaborados por el farmacéutico de cámara, se fue ampliando a otros ámbitos de la sociedad. Dicha costumbre se mantuvo a lo largo del tiempo y la Cuaresma siguió siendo un tiempo proclive al consumo de confites y similares».
Las pastelerías más céntricas de Palma ponen a la venta estos días los confites de caperutxa, en las versiones de tamaño grande y pequeño, de anís, de color banco y rosa, cuyo precio ronda los 13 euros el kilo. En los últimos años, pirulís de colores y galletitas de cofrades compiten con los confites en las pastelerías.