Para Ángel Urraca, cuyas gafas oscuras delatan su condición de invidente, la frase «comer con los ojos» es un sinsentido, porque necesita ayuda para disfrutar de la comida en los restaurantes, pero hoy disfruta de la atención especial de estudiantes de Hostelería formados para atender sus necesidades.
«Para nosotros es una ayuda y estamos aquí también para ayudarles a ellos», asegura mientras degusta un cóctel de bienvenida sentado en una mesa bien vestida de la Escuela de Hostelería de Baleares junto a su esposa, que habitualmente tiene que asistirle en establecimientos donde rara vez se tienen en cuenta las limitaciones de los discapacitados visuales.
Desde hace tres años, alumnos de segundo curso de la especialidad de servicios de restauración tienen unas clases dedicadas a la atención a personas con deficiencias visuales en las que colabora la ONCE, que este jueves ha organizado una comida con una quincena de ciegos y personas con restricciones severas de visión para que los chicos, en funciones de camareros, metres y sumillers, pongan en práctica lo que han aprendido.
«Están un poco nerviosos», advierte un profesor a los invitados, que han degustado un menú de raviolis de carne «con aire de parmesano, setas y trufa"; milhojas de lubina con gambas, igualmente con aire, en este caso de albahaca, y un tiramisú frito como postre, todo regado con vinos adecuados.
En la cocina, ha explicado el profesor Xisco Jordà, todo se ha elaborado pensando en los comensales invidentes: pescados meticulosamente desespinados, carne sin hueso y triturada para el relleno de la pasta, ningún adorno incomestible en los platos y acompañamientos y postre fáciles de comer sin cuchillo, nada ajeno a la «cocina gourmet» que se enseña en la Escuela de Hostelería balear.
Los cambios en la atención que facilitarían el acceso independiente de los ciegos a los restaurantes radican en el servicio en sala, desde la entrada y acomodo hasta la atención en la mesa. Ángel Urraca indica que les resulta muy útil que se les expliquen cómo está distribuido todo lo que contiene el plato y que se les detalle la ubicación de cubiertos, vasos y copas, aunque en esto suelen guiarse por los usos de «etiqueta» habituales.
Con estos preceptos cumple uno de los estudiantes que hace de metre en su mesa, quien se apresura a girar algunos platos que su compañero ha colocado «invertidos» después de que él señalara el reparto a derecha e izquierda de cada aperitivo.
Otro de los comensales, Adrián García, que apenas ve sombras, incide: «No sabemos qué hay en el plato (...), tienes que ir a tientas si el camarero no nos indica lo que es». «Hay mucho desconocimiento sobre el trato a las personas ciegas», resalta.
Urraca considera la experiencia de formación conjunta de la Escuela de Hostelería y la ONCE «una iniciativa fenomenal» porque enseña y conciencia a «los futuros profesionales» sobre la importancia de atender las necesidades de clientes con discapacidades.
El estudiante-camarero Toni Velasco, algo nervioso por la práctica abierta a los medios de comunicación, tiene clara una premisa fundamental para complacer a ciegos, que sirve en todo caso para cualquier persona que entre por la puerta de un restaurante: «Siempre preguntar si necesita alguna ayuda».
Los comensales parecen satisfechos con la comida y el servicio, que querrían encontrar en todos los establecimientos. Un paso que Ángel Urraca cree más lejano, y que reduciría su dependencia de la amabilidad ajena, es el de facilitarles el acceso a la oferta: «No hay cartas en braille», lamenta.