Si el horno de Cati Pons no se hubiera estropeado, lo más seguro es que lo que se cuenta en este reportaje no hubiera sucedido nunca.
«Un día fui a una charla a la universidad sobre hornos de la marca Rational. Siempre había querido tener uno y al día siguiente Alfonso (Reyes, empleado y amigo) me puso una etiqueta de la marca en el horno y me dijo: ‘ya lo tienes'. Nos reímos con la broma y un mes más tarde, el horno dejó de funcionar y dio la casualidad de que nos enteramos de que Unilever organizaba un concurso de arroces y el primer premio era un horno de esta marca», comentaba este viernes Cati Pons en la entrada de su negocio, Els Fogons de Plaça, en Bunyola.
Cati se animó a participar en esta prueba, donde la participación del cliente era fundamental. «Dividieron a España en seis zonas y a Mallorca le tocó en una junto a Murcia y la comunidad valenciana, que no saben nada de arroces», bromeaba.
Todo el pueblo se tomó muy en serio el concurso ya que sólo los primeros de cada zona pasaban a la gran final. «Cada persona que compraba el arroz de carbonero con el que me presenté tenía que guardar la factura y con ella votaba a través de la página web». El pueblo siguió con gran atención cómo iban las votaciones. El pasado 1 de octubre Cati y todo el pueblo se encontró con la sorpresa de que su sexto puesto en la clasificación general le daba derecho a participar en la gran final, celebrada el pasado miércoles en León.
«Estar en la final ya era increíble. Fuimos a participar con mucha ilusión, pero sin pensar en ningún momento en ganar».
Cuando el jurado, todo hombres al igual que los otro cinco finalistas, le proclamó vencedora, la alegría se desbordó, pero a la vez comenzó una especie de angustia. «La que se me viene encima...», comentaba este viernes una y otra vez Cati, que antes de montar este negocio de comidas para llevar se dedicó a promocionar el comercio justo en la restauración.
«La cocina siempre me gustó y estudié un grado medio de cocina, luego el superior y también uno de pastelería». Hace tres años se metió en esta aventura, cuyos inicios no fueron nada fáciles porque un problema de salud le tuvo parada dos meses al poco de empezar. «Nunca he pensado en tener un restaurante. Aquí hacemos de martes a viernes un menú que cambiamos cada semana y sé quién no puede tomar sal, a quién no le gusta el calabacín...». Este viernes el local estaba cerrado, pero recibió muchas llamadas.
«La que se me viene encima...» volvía a repetir. Este sábado volverá a abrir y este viernes por la tarde ya pensaba en hacer muchas raciones del plato premiado.