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Alba Pizá, con una pierna amputada: «Oye, que no pasa nada, que yo soy muy feliz así»

Alba Pizá tiene 23 años. Nació en Son Sardina, ha terminado 4º de Medicina y quiere especializarse en oncología infantil. | Click

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Alba Pizá tiene 23 años. Nació en Son Sardina, ha terminado 4º de Medicina y quiere especializarse en oncología infantil. ¿Por qué? Todo tiene su explicación. «A los 11 años me detectaron un sarcoma de Ewing en la tibia derecha. Tras un tratamiento, me la extrajeron y colocaron en su lugar otra del banco de huesos. Pasó el tiempo, pero no funcionó. No me la hice mía. Quisieron seguir experimentando, pero dije que no. Tenía 16 años y mis padres me entendieron. Insistieron, pero no. Le dije al traumatólogo que me quitara la pierna y que me pusiera una ortopédica, que me adaptaría».

Alba no olvidará nunca cómo comenzó todo. «Hacía atletismo. Era 29 de abril de 2006. Vestía con un chandal azul, estaba en la pista de Capdepera e iba a disputar el Campeonato de Mallorca. Era una carrera de 60 metros y, de pronto, corriendo ya, sentí un chasquido en mi pierna derecha, seguido de un tremendo dolor y un bulto que de pronto apareció. Llegué la primera a la meta, pero me desplomé en el suelo, ya que el dolor podía más. Fue el principio...».

Pensamos que lo debió de pasar muy mal, pues con 16 años cualquier chica con una pierna amputada, y más en la edad del pavo, debe notar cierto complejo de inferioridad. Pero no. «Aparte de que yo, yendo de médicos y pasándome mucho tiempo en clínicas, no pasé la edad del pavo, por lo que tener una pierna amputada no ha supuesto ningún trauma para mí.» «¿Que si alguna vez alguien, por faltarme una pierna, me han rechazado? Solo una vez. Fue en Esporles y yo estaba recién amputada. Era verano e iba con pantalón corto. No llevaba la prótesis, por lo que tenía que andar con muletas. Iba con unas amigas y, de pronto, un chico me llamó coja. Me llamó así porque me vio con muletas, no porque viera que me faltara una pierna. Otras veces noto que la gente me mira; que me mira la cara, pero luego descubre que me falta mi pierna y, entonces, me mira de otro modo. No puede disimular la sorpresa».

«También, a veces, cuando camino y me cruzo con alguien, observo que mira mi pierna, pero no hace el menor comentario. Tras habernos cruzado, a los tres segundos, me giro y veo que él también se ha dado la vuelta para seguir mirándome sin que yo le vea. Pero le he pillado. Y entonces le digo: ¿Qué, te gusta mi pierna? Él, naturalmente, no dice nada, sigue su camino, como si no fuera con él. Pero lo que no me gusta es que de pronto aparezca alguien y se compadezca de mí... «Pobrecita. ¡Qué pena!». «¡Que no pasa nada! Que yo soy feliz así».

Alba canta desde los tres años y canta muy bien. «En Barcelona, donde además de a la facultad he asistido a clases de canto, nos hemos reunido dos o tres colegas, hemos formado un grupo y nos hemos ido a cantar a una bar y si encima al pasar la gorra nos han dado algo, mejor. También hemos actuado en fiestas, bodas, allí donde nos han llamado... ¿Que por cuánto...? Por lo que nos dan... Pongamos que trescientos euros, cien para cada uno... No está mal».

¡Es feliz! Y mira hacia adelante con optimismo, no dando importancia para nada a su carencia que, por otra parte, no le impide ir en moto, caminar muy bien, correr, estudiar, subirse a lo alto de una columna... Ella, a lo suyo: terminar la carrera, hacer el MIR y especializarse en oncología infantil. Y, si tiene suerte en la canción, aprovechar, «que medicina y música se pueden compaginar. Al menos lo intentaría».

Pero supongamos que se queda en médico. ¿Dónde ejercería? «Lo tengo claro también. Me iría a África, donde ya estuve. Sí, fue una experiencia muy bonita. Pasé una temporada trabajando para una ONG en Turkana, Kenia, donde, por cierto, se me rompió el pie ortopédico... Pensaba que iba a tener un problema, pero no. Allí me lo soldaron. Es más, pedí uno, que al cabo de un tiempo me lo trajo el obispo, que llegó en helicóptero».

No tiene pareja. «Hay cosas más interesantes que el amor», dice. Nos cuenta dos cosas que tienen que ver con su pierna ortopédica. «Sigo sintiendo el ‘síndrome del miembro fantasma'. Sí, siento que a veces me pica el pie que no tengo y hago ademán de rascarlo. Y es que todos los nervios que llegan a esa parte donde estaban la pierna y el pie siguen funcionando».

Usa los dos zapatos, salvo cuando corre, que cambia la pierna por otra, doblada, pero que facilita la carrera, y que como ya tiene el pie en condiciones, preparado para correr, no precisa zapatilla. «La zapatilla derecha se echa a perder, lo cual me fastidia mucho porque son caras».

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