La vida de Gracia Navarro no será muy larga. Tiene 35 años y desde hace un mes vive de regalo. «En marzo el médico me dijo que no duraría más de seis meses debido a un cáncer de ovarios que tengo, que se ha extendido a gran parte de mi cuerpo. Sin embargo, aquí sigo. Hay días que estoy peor y, si me levanto de la cama, es por mis dos hijos de 5 y 7 años, que si no...». Decimos que su vida será corta, pero hasta ahora también ha sido difícil. No ha tenido infancia, tampoco juventud y su madurez está amenazada.
Este viernes por la mañana, en un bar de la calle Oms, de Palma, nos recuerda cómo han sido estos 35 años. Está muy delgada y tiene problemas en la dentadura. Sin embargo, se la ve serena y la mente le funciona como la mejor computadora, pues de ella rescata episodios de su pasado con suma facilidad.
Cuenta que nació en la calle Missió, de Palma; que sus padres eran buenas personas, pero que no tenían muchos medios. Por ello, seguramente, los Servicios Sociales y la Policía Local se los llevaron a ella y a su hermano de casa, ingresando en Nazaret, primero, y luego, en es Pinaret. Sin temblarle la voz nos dice que en este último lugar se quedó embarazada, perdiendo el niño a causa de una paliza que le dieron. A los 14 años, «no pudiendo aguantar más allí, me escapé, lo cual supuso separarme de mi hermano. Viví escondida, dormía por ahí, donde podía, y me alimentaba de lo que encontraba o me daban».
Un doble deseo
Con el paso de los años convivió con dos hombres: con uno tuvo cuatro hijos, «a los que se llevaron los Servicios Sociales, no volviéndoles a ver más: ni sé dónde están ni con quién», y con el otro, dos, que siguen a su lado, «a los que estoy sacando adelante porque hasta hace poco he trabajado. Tengo un sueldo de 600 euros, más otros 200 que me da el padre de mis dos hijos».
Preocupación
Ahora mismo, lo que más le preocupa son dos cosas: el futuro de estos dos niños cuando ella no esté y conocer a los otros cuatro. «De los niños que están conmigo he dejado por escrito que se los entreguen a Remedios y a su marido, José. Remedios es mi amiga –nos aclara–, nos conocimos siendo niñas. Los dos me han dicho que se harán cargo de mis hijos. Y, en cuanto a los otros cuatro –que como digo no sé dónde están, ni cómo son, ni qué cara tienen– solo pido una cosa: que la autoridad que me los quitó permita que los pueda ver para darles una brazo antes de morir–. Pues yo no los abandoné nunca, sino que no están conmigo porque me los quitaron. Por eso, aunque solo sea un instante, ruego que me dejen verlos. No me gustaría irme sin haber estado con ellos un momento».
Es el lamento de una madre que espera una respuesta.