Este viernes, cuando Miquel Tarongí cierre la puerta de Casa Tarongí, la tienda que fundó su abuelo en 1919 en la Plaça d'Espanya, lo hará de forma definitiva, para no volverla a abrir más. Sí, este pequeño –y alargado, pues viene a ser como un pasillo–, pero gran establecimiento, sobre todo por su solera, cierra definitivamente sus puertas casi 97 años después de que el abuelo Cayetano las abriera. A éste le sucedió en el negocio su hijo Pep y a éste sus dos hijos: Toni, que ya está retirado, y Miquel, que, como decimos, echa el cerrojazo la tarde de este viernes. Sí. Casi cien años, tres generaciones... y punto final.
«¿Que qué pensaré esta tarde, cuando cierre la puerta...? Pues que cierro el negocio, pero también muchos sentimientos. Pero esto es así. A partir de mañana me dedicaré a mi esposa, a mis nietos y a pescar. Y algún domingo iré a ver al Atlético Baleares, mi equipo de toda la vida y también el equipo de mi padre... aunque ahora nada tiene que ver con el que fue. Pero sigo siendo baleárico», comenta.
Miquel podría escribir un libro sobre Casa Tarongí, empezando por cuando el negocio se abrió en la calle Caputxins hasta hoy, recordando, entre otras cosas, que su abuelo (que arregló ollas poniéndoles remaches y que al principio hizo funcionar el negocio como hojalatería) fabricaba «una especie de serpentín», nos dice, que introducía en una pequeña nevera de zinc forrada de madera, que se llamaba Fiord, gracias al cual salía agua fresca, o que «hoy vienen abuelos con sus nietos a comprar, que nos cuentan que cuando eran niños también venían con sus abuelos a comprar. Y es que los clientes siempre han sido lo mejor de Casa Tarongí».
Con cierta pena, Miquel no les augura buenos tiempos a los comercios pequeños. «Por una parte, porque ya se hacen compras a través de Internet y, por otra, por falta de apoyo, empezando por el Ajuntament».