El hecho de que Felipe Alou, nieto de un bunyolí emigrado a República Dominicana, llegara a jugar durante casi veinte años en uno de los mejores equipos de béisbol de los Estados Unidos –los Giants de San Francisco–, y a entrenarlo después, parece cosa de la providencia.
Alou, a sus 81 años, recuerda desde su casa de Florida cómo, de niño, quería estudiar medicina.
Precisamente fue en la universidad donde tomó contacto con este deporte y acabó consagrado a él. A los pocos meses ya representaba a su país en los Juegos Panamericanos de México 1955, donde Dominicana obtuvo con el béisbol su único oro.
De allí al estrellato, al fichar por varios de los grandes conjuntos estadounidenses –primero los Giants y posteriormente con los Bravos de Atlanta, los Yankees de Nueva York, los Atléticos de Oakland, y los Expos de Montreal–, llevándose más tarde a sus otros dos hermanos a jugar a aquel país y dando lugar así a una de las estirpes deportivas más famosas de la República Dominicana.
Ahora acaba de regresar de su país natal, tras bautizar con su nombre un moderno centro de tecnificación deportiva apadrinado por el equipo californiano.
Don Felipe demuestra mantenerse activo y en forma. Aún hoy asesora a los Giants en aquello que mejor conoce, y sigue inculcando entre los suyos «la responsabilidad de mantener el nombre de Alou sin mancha».
A Mallorca la tiene muy presente, ya que hace unas semanas pasó varios días conociéndola, invitado por sus parientes. De ella destaca que «es muy bella» y que todo el mundo lo trató «a cuerpo de rey». Por eso pretende regresar pronto, para seguir disfrutando de la pesca y los viñedos, «dos pasiones que mi abuelo trajo de Mallorca y con las que yo también disfruto».