Alberto de Mónaco va a tomar, a sus 47 años, plenamente las riendas del segundo Estado más pequeño del mundo, tras el Vaticano, con el reto de mejorar o como mínimo mantener el legado de su padre y de su dinastía, con siete siglos de historia.
Eclipsado por un padre omnipresente y de mano de hierro, que en poco más de medio siglo hizo de Mónaco un país de pleno derecho en el concierto de Naciones y un paraíso financiero, Alberto tiene ahora la oportunidad y el reto de mostrar su oculto potencial.
Alberto «tendrá que hacer frente con vosotros al desafío del tercer milenio», decía Rainiero a los monegascos hace seis años, en la celebración del 50 aniversario de su acceso al trono.
«¡Va a sorprender! El príncipe sólo utiliza el 5 por ciento de su potencial. Es muy diferente de lo que se dice de él», asegura el círculo muy restringido de los allegados de Alberto, el segundo de los tres hijos de Rainiero y Grace Kelly. Cuando tenía sólo seis años sus padres le explicaron en qué consistía ser príncipe heredero, a los 16 asistió por primera vez a una reunión del Consejo Nacional (Parlamento) y en la última década su padre, el «viejo león de la Riviera», hizo de él uno de sus más próximos colaboradores. El poder Alberto lo ejerce desde que asumió la regencia el pasado 31 de marzo, ante la gravedad del estado de Rainiero, y hace años que estaba implicado en la gestión de La Roca (sobrenombre con el que también se conoce a Mónaco por su orografía) y representaba al Principado en la escena internacional, incluida Naciones Unidas.