Juan Pablo II se mostró ayer totalmente proyectado hacia la meta del Gran Jubileo, y en la primera misa del último año del siglo y del milenio ha evocado lo peor y lo mejor de la centuria que está por acabar: las dos guerras mundiales y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
La misa que el Papa ofició ayer ante miles de fieles y el cuerpo diplomático en pleno en la basílica de san Pedro del Vaticano coincide con la XXXII Jornada Mundial de la Paz, dedicada esta vez en homenaje a los 50 años de la solemne Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Estas Jornadas, instituidas por Pablo VI cuando en el mundo occidental "capitalista y también comunista" soplaban aires de libertad y contestación, han ido desgranando el pensamiento de la Iglesia sobre una serie de problemas candentes, todos ellos relacionados con la paz, tales como la promoción de los derechos humanos y la reconciliación.
El Pontífice, que ayer presidió en la iglesia romana de san Ignacio -de la Compañía de Jesús- el Te Deum de acción de gracias por el final del año civil, y se mostró en buenas condiciones físicas, ha aparecido hoy muy motivado para seguir el camino hacia la Puerta Santa, y totalmente proyectado a la ansiada meta de llevar a la Iglesia a las puertas del tercer milenio.