«No era sólo una panadería, por aquí han pasado varias generaciones y gente de toda Mallorca», dicen resignados vecinos de Palmanyola y clientes del Forn Can Tomeu, que tras varias décadas en marcha, siendo un comercio emblemático del núcleo perteneciente al municipio de Bunyola, cerró días atrás sus puertas de manera súbita. La avanzada edad de su propietaria, Tonyita, y de Manolo, el fiel panadero que durante décadas surtió de pan y pasteles a los residentes, aceleró el fin de una etapa en la que este establecimiento formó parte del paisaje de la Avinguda de les Dàlies, núcleo vital y comercial del núcleo.
Ubicado frente a la iglesia de Palmanyola, el Forn Can Tomeu tiene curiosamente sus raíces en Palma, en el año 1951. Más tarde, en 1992, se mudó a su ubicación final en Palmanyola y, desde 1999, fue regentado por Tonyita, propietaria del negocio, y Manolo, maestro panadero y pastelero de origen catalán. Sus ensaimadas eran codiciadas por los fieles, principalmente vecinos, pero también llegaban hasta allí clientes de otros rincones de Mallorca e incluso de Palma.
Lamentan, además del cierre, lo súbito del mismo. «No nos hemos podido despedir de ellos», comentan clientes habituales del Forn Can Tomeu, en el que los días posteriores a conocerse la noticia se hacía limpieza antes de bajar para siempre la persiana. «Los domingos era un no parar de gente», aseguran los habituales, que recuerdan su «olor y pan y ensaimadas», en referencia a las especialidades del horno, más allá del pan y las populares ensaimadas, pasando por sus dulces de Navidad o Pascua (crespells, robiols...), además de sus croissants de mantequilla o sus empanadas como las de pescado o sepia.
«Es una pena porque eran gente de toda la vida, que han visto pasar a muchos vecinos de varias generaciones, y su pan era único. Pero ya estaban muy mayores y hacía tiempo que Manolo ya nos hacía ver que esto iba a pasar», explican otros vecinos de Palmanyola que se han quedado 'huérfanos' sin el Forn Can Tomeu, un emblema del cada vez más delicado tejido comercial de la localidad, que pierde otro establecimiento carismático. Pero no uno cualquiera, sino un horno de pan que ha alimentado y servido a varias generaciones de residentes.
Y seguirán cerrando. Por un lado las nuevas generaciones ya no quieren trabajos tan sacrificados y por otro lado la administración y los impuestos matan al pequeño comercio.