La tradición siempre revistió a las reinas del invierno de un halo de maldad y perfidia. Su carácter presuntuoso y vengativo a menudo las convirtió en personajes a evitar, tal y como se plasma de forma constante en historias, cuentos y leyendas a lo largo y ancho del mundo. Pero en Mallorca conocemos a un afable y bonachón monarca de la estación invernal. Su figura es vitoreada y festejada en toda la Isla, con especial énfasis en algunos puntos determinados de la Part Forana, aunque en Ciutat tampoco faltan los fanáticos de los foguerons y las beneïdes. Estas líneas desgranan distintos prismas de la importancia de Sant Antoni, una fecha señalada en el calendario por ser el centro del invierno mallorquín desde el punto de vista festivo y popular desde tiempos inmemoriales.
La veneración de Sant Antoni en Mallorca remite a un rito ancestral que hunde sus raíces en el pasado más remoto, que posiblemente recoge reminiscencias paganas asimiladas como propias por la tradición cristiana, y que aúna el culto al fuego y la bendición del ganado y los animales de la casa como elementos simbólicos predominantes. Estos factores, el rebaño, el aviram y el fuego, se antojan necesarios e imprescindibles para garantizar la supervivencia en los meses fríos y oscuros del invierno. Especialmente en la Mallorca d'un temps, donde el turismo todavía no se conocía y por tanto los mallorquines eran absolutamente dependientes de los frutos de la tierra.
Margalida Tous recordaba en Ultima Hora la antiquísima denominación de la «setmana dels barbuts» para distinguir las fechas de enero que nos ocupan, los «días más fríos del año» que el refranero designa de forma singular: «Entre Sant Antoni i Sant Sebastià, més fred que en tot l'any fa». De niña la autora explica que «no entendía como Sant Sebastià, un joven imberbe y más bien canijo» surgía como preponderante entre los santos de este período. «Hasta que descubrí que a dicha celebración no se la incluye en esta setmana de barbuts», que abarca a Sant Pau ermità, Sant Maur y Sant Antoni Abat.
Todos ellos se representan en la iconografía cristiana con largas y frondosas barbas, y por si fuera poco también existen otros «barbudos menores como Sant Benet y Sant Canut», esta última celebrada hasta hace poco en Palma como fiesta alternativa. Sin embargo, de entre todos los venerables barbuts, el predilecto por los mallorquines es Sant Antoni. Algunos lo conocen como Sant Antoni dels ases, en contraposición a Sant Antoni dels albercocs o de Pàdua, cuya fiesta se reserva para el 13 de junio.
Para saber más de la vida de Sant Antoni acudimos a una voz autorizada, como es el historiador y colaborador de este periódico Gaspar Valero. «Vivió en la Tebaida, en el bajo Egipto, entre los siglos III y IV. Hizo vida de penitencia en la soledad del desierto donde, según la tradición popular, el demonio le tentaba constantemente, sin éxito. La fiesta de este santo parece que puede ser la cristianización de antiguas ceremonias y de cultos primitivos dedicados a divinidades pastorales protectoras del ganado porcino y de pezuña».
«Algunos autores relacionan también la fiesta del santo patrón del ganado con las fiestas Consualias romanas». Valero remite de este modo a la festividad clásica del 8 de enero, en la que se llevaba a cabo la coronación de los asnos frente al altar de Júpiter, y recuerda como el diccionario Alcover-Moll le dedica mucha atención: «Es uno de los santos más populares; lo tienen por protector del ganado, y especialmente le invocan para que guarde de muerte y enfermedades a los cerdos que engordan para las matances» precisa.
Si bien nuestro Sant Antoni parece alguien más o menos inofensivo, en verdad ejerce de azote para los poderes malignos y seres oscuros de toda clase. Entre sus hazañas la historiografía resalta su lucha contra las tentaciones diabólicas, que nuestra tradición fijó y transmite de generación en generación en un gran número de canciones populares y gloses. Además, el autor valenciano Joan Rallo recuerda en su obra como en el medievo se fundó la orden religiosa de los Canónigos Regulares de Sant Antoni o Antonians, que también menciona Valero.
«Los frailes antonianos, además de ser los depositarios del patronato del ganado, cuidaban un hospital dedicado a los enfermos de fuego, enfermedad producida por una intoxicación de cereales (ergotismo gangrenoso)» repasa nuestro historiador local de cabecera. «Se instalaron desde la misma Conquesta en la calle de Sant Miquel. El actual edificio muestra un nicho con la imagen de Sant Antoni, con un cerdito y el fuego a sus pies». «En 1719 se prohibió que las guardes de cerdos pastaran por las calles de la ciudad. A pesar de la prohibición, la guarda de cerdos del convento y hospital de Sant Antoni Abat hizo valer sus antiguos privilegios y los antonianos continuaron apacentando a los animales» unos años más por las calles, hasta 1775, cuando el ayuntamiento decidió eliminar la costumbre. El experto balear explica que «a cambio, los antonianos podrían rifar dos cerdos, uno en noviembre y otro en enero».
«Poco tiempo después, en 1788, la congregación fue disuelta pero la rifa del cerdo siguió adelante. Los vendedores de las papeletas del sorteo iban por la calle con un grupo de xeremiers». Valero incide en que las curiosidades santantonieres no se dan solo en Ciutat. «En sa Pobla recuerdan que en 1643 los poblers se negaron a entregar los donativos a los frailes y a retirar la imagen del santo. Cuando terminó la misa de completas y después de la victoria del pueblo, la gente, entre expresiones de alegría, se levantó al grito de 'Visca Sant Antoni!'».
Iconográficamente a Sant Antoni se le representa como un anciano con larga barba blanca, vestido con un humilde hábito de ropa de saco y capucha, a veces ataviado con campana, cerdito, un báculo con forma de tabla y el fuego sagrado, en alusión al ergotismo que decían sanar los antonianos. El «superpoder» de Sant Antoni no solo protege a los equinos y toda clase de animales de la payesía, y también domésticos, tienen cabida en su bendición. Para ello los párrocos suelen derramar el agua bendita sobre los animales cuyos propietarios duen a beneir a la iglesia el día del santo. Eso es durante el día; en la noche anterior saltan chispas y los dimonis hacen de las suyas alrededor de los foguerons.
La 'T', como elemento reconocible de Sant Antoni que simbólicamente representa también a la cruz triunfal sobre la penumbra, se cuelga en forma de banderolas en balcones y pañuelos a los cuellos de santantoniers entregados a la fiesta. Las pilas desordenadas de maderos encendidos entrañan mucho más que eso. El folklore mallorquín toma intensidad entorno a las hogueras que proliferan por todas partes, en calles y plazas, a ritmo de ximbomba y con olor a llangonissa i botifarró torrats.
Puede que las revetles de sa Pobla sean de las más populares, pero en muchos rincones de Mallorca se reúnen los vecinos con motivo de la fiesta del fuego, que en Palma se 'imita' por Sant Sebastià. No se ofendan los palmesanos, el suyo ostenta su particular encanto aunque el verdadero protagonista del invierno mallorquín sea el patrón de todos los animales y mascotas. Sant Antoni teloner cantaban con sorna en años pasados los trulls de Orgull llonguet atendiendo a la cercanía de las dos celebraciones. Ya les gustaría a los seguidores de la neofesta palmesana –que cumple una década– tener a un patrón de la capital balear tan honrado como lo es su barbut colega.