El 31 de diciembre a las 14 horas el Forn de Can Ribot bajará la barrera para siempre. Los actuales propietarios, los hermanos Jaume y Toni Riera Cabrer, han decidido cerrar el emblemático establecimiento después de 42 años de duro trabajo. «Cerramos porque estamos cansados, el horno funciona, tenemos muchos clientes y el trabajo nos sobra, pero nosotros ya no somos tan jóvenes y estamos fatigados», explica Margalida Ferrer, esposa de Jaume Riera.
El Forn de Can Ribot es uno de los pocos hornos tradicionales que quedan en la ciudad. Abrió sus puertas en 1940 de la mano de Margalida Garau y Tomeu Quetglas que montaron el horno en la calle Verónica, donde todavía hoy se ubica. Precisamente esos primeros propietarios son los que dieron nombre al horno tomando el malnom familiar: Can Ribot.
En 1980, los padres de Jaume y Toni, -Francisca Cabrer y Jaume Riera- cogieron las riendas del establecimiento «pese a que ellos no sabían nada de panadería», recalca Margalida mientras añade que procedían de una familia campesina. «Fue l'amo en Colau quien animó a los dos hermanos a coger el horno ya que ellos se jubilaban. Mis suegros lo compraron para sus hijos y gracias a la ayuda de los antiguos propietarios aprendieron el oficio», recuerda.
Relevo generacional
La falta de relevo generacional es una de las principales causas del cierre muchos hornos tradicionales. En parte, porque el oficio de panadero no entiende de horarios. En Can Ribot se ponen a trabajar a las 3:15 de la madrugada, mientras los sábados la jornada empieza casi una hora antes, cuando ponen en marcha los tres hornos que hay en el establecimiento. Así, a las cinco de la mañana los panecillos ya están hechos, para luego proseguir con el pan que sale del horno a las seis.
«En la actualidad hacemos más de 300 panes, más el moreno», recuerdan. Y es que el pan de Can Ribot, así como sus panades, cocas y las afamadas magranetes son conocidas en casi toda la ciudad. Como también son apreciadas las sopes hechas con una máquina de cortar que data de 1918 y que luego se venden por toda la Isla. El cierre de Can Ribot supone no solo la pérdida de un horno tradicional, sino también el final de una manera de entender la profesión de las siete personas que en la actualidad trabajan en el establecimiento. Con ellos, Manacor pierde un trozo de su historia.