Vuelven los viajes de estudios, el turismo de borrachera y la juerga a la Platja de Palma y el Arenal. Los vecinos, dicen, ya no pueden más. Tras dos veranos marcados por la pandemia, en los que han disfrutado, al fin, de condiciones dignas en sus barrios, este último mes han vuelto a sufrir los estragos de quienes vienen a pasárselo bien a toda costa. Katia Treviño vive en la calle Torrent, a la altura del Balneario 1. Con gafas de sol para ocultar las ojeras, aseguraba estar «rendida» a las 12h de este martes. Al irse a la cama, sobre las 23h, la música y los gritos en los alrededores de su vivienda son tan intensos que se le hace «imposible dormir». «Se nota que han vuelto los viajes de estudio y la fiesta. Llevo sin poder dormir bien un mes». Tras atender a este periódico confesaba que se iba a ir directa a casa a descansar: «Me voy a echar una siesta. Esta noche ha sido un horror».
El ambiente por las calles del Arenal y la Platja de Palma es, para quienes viven allí, insoportable. Desde las siete de la tarde, multitudes de jóvenes invaden las calles con un único objetivo: emborracharse, sin importar las consecuencias. «Cientos de chicos y chicas se pasan la noche dando vueltas, bebiendo por la calle, cantando canciones de todo tipo e insultando -cuenta indignado Alberto, vecino de El Arenal-. Estamos todos los vecinos igual». «Sales de casa y ves a chicos jóvenes tambaleándose o durmiendo sobre los muros de la playa. Da pena», dice Katia Treviño.
Cada día llegarán unos 5.000 jóvenes a El Arenal
Son, en su mayoría, adolescentes de entre 18 y 25 años -algunos, incluso menores, de distintos países europeos y también españoles. Acabadas las clases, aprovechan las primeras semanas de vacaciones para disfrutar de unos días de fiesta sin tutores ni responsables. En total, se calcula que entre 20.000 y 25.000 jóvenes vendrán este verano de viaje de estudios, un 10 % más que en 2019. Se espera la llegada de 5.000 estudiantes a El Arenal cada día, según IB3.
La juerga hasta bien entrada la mañana, los botellones multitudinarios y los desfases se concentran entre el balneario 5 y 6, frente a Megapark. «Veo muchos policías, pero no se nota su presencia. Todo sigue igual que los años de antes de la pandemia», critica Katia Treviño. Lo cierto es que los policías se ven maniatados. En múltiples ocasiones, al encontrarse con grandes grupos de jóvenes -muchos, ebrios- no pueden actuar, pues la reacción que podrían desencadenar en ellos puede ser peligrosa. David Servera, de la Asociación de Vecinos de Llucmajor, sentencia: «La única solución es que no vengan. Cuando se juntan y beben son imparables». Entre unos y otros, explica, se pican y acaban quemando sombrillas, rompiendo papeleras y generando grandes molestias a los vecinos. «Este año ya se están dado peleas entre ellos», remarca. Los touroperadores también tratan de poner coto al desfase, ofreciendo más noches de discoteca, «pero cuando cierran, vuelven a la calle», lamenta Servera.
Es tal el nivel de ruido y vandalismo, que llega hasta la segunda, tercera y hasta cuarta línea de playa. Inma López, vecina de la Platja de Palma, ha amanecido este martes con restos de sangre en la entrada y la fachada de su casa. Vive con sus hijos pequeños y han de tener cerradas ventanas y persianas para poder dormir y descansar. «Hay olores de pipí, de caca, de alcohol…Da asco. No puedo salir con mis niños a pasear por aquí». Hace dos semanas, cuenta Inma López, un joven se apoyó en el muro de la casa de sus vecinos de enfrente, sobre las tres de la madrugada, y lo derrumbó. «Se fue corriendo cuando salimos, asustados por el ruido. Este es el nivel», declara.
Concha Bustamante vive en un edificio residencial de segunda línea en el Arenal, entre el Balneario 3 y el 4. Mantiene que «nunca se había llegado a tales extremos. Desde mi casa oigo todo el jaleo del bar. No se puede aguantar». Ha de soportar durante todo el día gritos, música a todo volumen y suciedad en su vecindario. Para ella, «la culpa no es de ellos [los turistas], es del Ayuntamiento, que no pone remedio. Los vecinos estamos desesperados. Muchos ponen quejas, pero no sirven de nada. Nos decían que todo esto iba a estar controlado, pero no es verdad. Estamos peor. El alcalde de Palma tendría que venir a pasearse por aquí», propone. Por contra, Encarna Valle, que lleva residiendo en la Platja de Palma durante los últimos 43 años, entiende este tipo de turismo. «Esto es lo que nos da de comer. Quieren hacer ruido y pasárselo bien, son jóvenes», defiende.